La vida de los tripolitanos sigue siendo complicada
debido a los cortes de luz, la falta de combustible y
agua. Peor suerte corren los subsaharianos que están
siendo reprimidos por ser considerados gadafistas.
- Revueltas y control de los recursos: Foto: Alberto Pradilla.
“Nunca habíamos estado aquí, este
es un momento histórico, por fin hemos
ganado”. Mustafá Garsala, tripolitano
de 46 años, expresa su alegría
mientras pasea con su mujer,
Nasserine, y sus hijas, Fatma, Anis y
Rian, por los pasillos destrozados de
la vivienda de Muamar Gadafi en el
complejo presidencial de Bab Al Aziziyah,
en Trípoli. Los rebeldes controlan
por completo la capital y ésta
se debate entre la euforia insurgente,
el caos postirrupción de las milicias y
la tensión ante la incertidumbre de
cuándo terminará la guerra.
El antiguo domicilio del líder libio
y la plaza Verde (rebautizada como
plaza de los Mártires) son los epicentros
del entusiasmo insurgente. Sin
embargo, las cada vez más masivas
manifestaciones de adhesión al nuevo
régimen conviven con la escasez
que todavía ahoga a Trípoli y con las
cada vez más frecuentes denuncias
de abusos cometidos por los milicianos
insurgentes, que se ceban con la
población subsahariana. Mientras,
los miembros del Consejo Nacional
de Transición (CNT) establecen su
cuartel general en la capital.
Continúa el asedio
Sin embargo, Gadafi sigue en paradero
desconocido y, aunque en
Trípoli ya ondea la bandera tricolor
recuperada por los sublevados, a menos
de 200 kilómetros las barricadas
siguen en pie. Sirte, Beni Walid y
Sabha se mantienen asediadas y la
OTAN no ha dejado de castigar desde
el aire a la población de las zonas
que se mantienen leales al régimen.
“¿Qué le has hecho a nuestro pueblo?
Si tuviese a Gadafi delante lo
mataría con mis propias manos”.
Mohammed El Ghouj, nacido en
Trípoli hace 48 años, rompe a llorar
tras entrar en la sala de torturas instalada
en la prisión de Abu Salim. En
el suelo, sangre seca, todavía sin limpiar.
En la pared, el cuadro eléctrico
desde el que se controla la iluminación
de las diferentes galerías. De él
cuelgan seis cables con sus extremos
pelados. Aquí era donde los funcionarios
del régimen aplicaban los
electrodos a los detenidos.
“Quiero que lo cojan vivo, que nos
explique por qué nos hizo esto”.
Dukali Rujab, de 32 años, luce una
sonrisa que no le cabe en el rostro.
Pasó los últimos cinco meses en el
corredor de la muerte de Abu Salim,
donde los presos no tenían ni siquiera
colchón y se diferenciaban del resto
de los internos por su uniforme
rojo. Rujab creyó que sus días terminarían
en alguno de esos sótanos,
pero fue liberado. Ahora muestra su
antigua celda a sus amigos. Para demostrar
que conoce los escasos cinco
metros cuadrados como si fuesen
la palma de su mano, el joven barbudo
saca varias botellas de agua de un
recoveco cavado bajo el fregadero.
“Están cerradas, pueden beberse”,
aclara. Poco después, rompe la carcasa
metálica que protege los cables
de la luz a lo largo de la pared. Ahí
está lo que estaba buscando: decenas
de papelitos, cuidadosamente
enrollados, que contienen los mensajes
con los que Rujab mataba el
tiempo. Son las cartas que, durante
meses, se escribió con sus compañeros
y no podrían quedarse ahí. El joven
las empaqueta en una caja de
cartón y sale de allí saltando. Contento
por abandonar los muros ennegrecidos
por los combates por su propio
pie. Como Dukali Rujab, cientos
de ex prisioneros desfilan por Abu
Salim después de que la irrupción de
los rebeldes en Trípoli liberase a más
de 3.000 cautivos. Este barrio, el último
que se mantuvo fiel a Gadafi, es
el más castigado por la guerra. Al
contrario que otras zonas de Trípoli,
donde sólo puede percibirse la existencia
de un conflicto armado por la
presencia de milicianos, en Abu
Salim son evidentes las heridas bélicas.
Muchas de las viviendas están
agujereadas por las balas, y el mercado,
por ejemplo, está completamente
calcinado. Una dificultad añadida
para un barrio que concentraba
a la población más desfavorecida de
la capital libia.
Si hay un lugar en Trípoli que simbolice
el estado de ánimo de los rebeldes,
ése es la Plaza Verde. La evolución
del antiguo centro neurálgico
del poder gadafista es el símbolo del
cambio impuesto en la capital libia.
Durante la última semana de agosto
los milicianos armados eran los
amos de la gran explanada. Guerrilleros
procedentes de Zintan (en el suroeste) o Misrata exhibían su entusiasmo
y su gatillo fácil mediante interminables
sesiones de disparos al
aire. Poco a poco, las familias comenzaron
a capitalizar la plaza. Y ahora,
hasta se han instalado castillos hinchables
para los más pequeños.
Cada vez más, el antiguo bastión de
Gadafi se parece a la plaza de los
Juzgados de Bengasi, donde cientos
de personas desfilan diariamente para
mostrar su adhesión a los sublevados
desde hace ya seis meses.
Escasez de agua
La euforia de los partidarios del CNT
no esconde las penurias a las que se
enfrenta Trípoli. Desde la entrada de
los rebeldes a la capital, la escasez de
agua, los continuos cortes de luz y la
falta de combustible han lastrado la
vida diaria de los tripolitanos. No es
solo el estado de guerra. Así que las
mezquitas y la solidaridad entre particulares,
se han convertido en el arma
contra la sequía. Como en Ben
Amin, el templo del barrio de Gorji,
donde se reparten diariamente cientos
de litros de agua. Tocan a 35 por
familia, según explica Said Sreba, de
65 años, que asegura que “aunque
no tengamos agua ni luz, estamos
mejor que con Gadafi”.
No obstante, también se han podido
escuchar voces que alertaban del
riesgo de disturbios en el caso de que
el CNT no resolviese rápido la escasez.
En las gasolineras, por ejemplo,
los conductores debían esperar hasta
dos días para obtener combustible.
Por eso, las peleas son frecuentes.
La otra opción es el mercado negro,
pero a precios tan desorbitados
que la mayoría de habitantes de
Trípoli los consideran prohibitivos.
Las milicias armadas son el símbolo
de la autoridad del CNT.
Decenas
de checkpoints controlan todos los
accesos. Quieren evitar un contraataque
gadafista. Pero, también, son los
responsables de las razzias y venganzas
cometidas por los rebeldes. Ser
subsahariano en Trípoli constituye
ahora un alto riesgo. Y, caminando
por cualquier barrio, no es difícil encontrar
alguno de los improvisados
centros de detención en los que se
hacina la población negra. En Bab
Bahar, un club deportivo ubicado
frente al puerto, decenas de subsaharianos
son detenidos. Primero les
arrestan y, después, les investigan.
“No son libios, son negros, Gadafi les
dio la nacionalidad y los trajo para
matarnos”, se justifica Abdelhamid
Abdelhakim. El racismo es uno de los
males endémicos del país.
LOS HECHOS
SE PRECIPITAN: Cronología
de una guerra
MANIFESTACIONES
EN FEBRERO
Siguiendo el ejemplo de Túnez
y Egipto, el 15 de febrero se
empiezan a producir las primeras
manifestaciones contra el
régimen de Muamar Gadafi
que ha gobernado en Libia
durante 42 años.
SANCIONES DE
NACIONES UNIDAS
El Consejo de Seguridad de la
ONU aprobó el 26 de febrero
un paquete de sanciones,
entre las se incluía el embargo
de armas, lo que ponía fin a
las buenas relaciones de Libia
con Occidente desde 1999.
FRANCIA IMPULSA
LA INTERVENCIÓN
El primer ataque contra las
fuerzas leales a Gadafi lo lleva
a cabo un avión militar francés
a mediados de marzo. La OTAN
entra días después en la costa
e intensifica su intervención
con helicópteros de combate.
LOS REBELDES
EN TRÍPOLI
El 22 de agosto los rebeldes,
con el apoyo de la
OTAN, conquistan la capital
libia. Al cierre de esta
edición, varias ciudades
fieles a Gadafi aún mantien
fuertes combates.
comentarios
2