Tres décadas de lucha antinuclear

Autor: Ecologistas en Acción

25/01/06 · 19:49
Edición impresa

Autor: Ecologistas en Acción
Es en la época del desarrollismo tardofranquista cuando los denominados tecnócratas acometen la electrificación atómica: se inauguran las primeras centrales (Zorita -1968-, Garoña -1971-, Vandellós I -1972-) y del ‘72 al ‘75 se solicitan autorizaciones para instalar nada menos que 27 reactores en localidades rurales. A pesar de la represión, ya bajo la dictadura se forman comités y asociaciones que se oponen a estos proyectos amalgamándose al resto de las luchas antifranquistas de la época. En estos duros inicios, lo antinuclear adopta un discurso nítidamente anticapitalista que aúna lo ambiental, lo social y lo político con claras referencias antimilitaristas, libertarias y de desobediencia civil. Pese a la radicalidad, el movimiento es capaz de promover hasta mediados de los ‘80 movilizaciones de gran hetereogeneidad y potencia política.

En 1972 los pescadores (arrantzales) bizkainos comienzan a movilizarse contra la instalación de dos reactores en Lemoiz, y nace la Comisión por la defensa de una costa vasca no nuclear. Durante más de 10 años un amplísimo movimiento popular utiliza las más diversas e imaginativas formas de lucha para impedir la pesadilla nuclear, conformando un ciclo de luchas único en Europa y de una inusitada dureza (casi una decena de muertos). No sólo en Euskadi arrecia la protesta; en Badajoz 100 alcaldes de la comarca de Valdecaballeros se encierran y se registran las manifestaciones más importantes de la Transición en la región, cientos de municipios se declarán desnuclearizados, en Catalunya, Valencia, Guadalajara, Burgos, etc. surgen comités antinucleares y asociaciones de vecinos que organizan largas protestas que tienen una fuerte influencia en una opinión pública que bascula en estos años a un claro sentimiento antinuclear. Sentimiento que, unido al anti-OTAN, recoge electoralmente el PSOE en 1982 y que se traduce en la Moratoria Nuclear de 1983, que cancela todos los proyectos no iniciados (Ea, Tarifa, Lugo...), paraliza definitivamente las casi acabadas Lemoiz I y II, Valdecaballeros I y II, y Trillo II, pero permite acabar y que entren en funcionamiento hasta diez reactores. La moratoria obedece también a que el optimismo tecnológico pronuclear ha quedado tocado por el accidente de Harrisbourg en el ‘79, porque los costos son más altos de lo previsto y la problemática de los residuos.

La moratoria es la victoria de Lemoiz, Valdecaballeros, etc., pero la derrota de Trillo, Almaraz, Ascó y Cofrentes, unida a la desmovilización tras el referendum de la OTAN provoca el fin de la etapa álgida del movimiento antinuclear. El accidente de Chernobyl en 1986 y el de Vandellós I en 1989 parecía que daban la puntilla a esta energía y sólo quedaba esperar el plazo de cierre. Pero ni en la larga fase de reflujo que llega hasta ahora desaparecen las movilizaciones, aunque con un carácter más local y testimonial: pequeños grupos han llevado a cabo una labor de constante denuncia y vigilancia de cada central nuclear, otros se han ido oponiendo a los sondeos de Enresa para el cementerio, otros de ámbito estatal han seguido haciendo acciones espectaculares.

En los últimos años las tornas han cambiado y amenazan con volver las nucleares de la mano de una coyuntura global muy oscura (neocons, crisis petrolífera, cambio climático...). El deslizamiento al pragmatismo de antiguos antinucleares sería anecdótico si no ilustrara el cambio en la opinión pública que las élites quieren imprimir apelando ahora al cambio climático. En el movimiento se gasta mucho esfuerzo en tratar de ser ‘positivos’, pero cada vez hay más voces que son conscientes de que no hay alternativa a la crisis energética y climática si continúa el crecimiento económico y demográfico, que no hay reforma verde posible para este modelo de desarrollo, que ni siquiera las reservas de uranio alcanzan para un consumo eléctrico acelerado y no sustituye al petróleo en el transporte, con lo que no es una solución al cambio climático sino una huida hacia delante.

Si quiere ser verdaderamente realista, el movimiento antinuclear debe volver, 30 años después, al anticapitalismo de sus orígenes. Sobre todo porque en esta nueva etapa se abren oportunidades de protesta y resistencia: el cementerio nuclear, los transportes radioactivos por carretera, el aplazamiento de nuevos proyectos...

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Autor: Ecologistas en Acción
separador

Tienda El Salto