En las vísperas de la reunión del G-8 en L’Aquila, el que fuera uno de los referentes italianos de la antiglobalización analiza el parón de los movimientos frente a la derecha.
DIAGONAL: Berlusconi decidió
de repente desplazar el G-8 de
Cerdeña a L’Aquila, la ciudad del
terremoto...
LUCA CASARINI: No fue una opción
banal ni de mera propaganda,
sino una nueva interpretación de la
etapa histórica y política en la cual
se dan estas cumbres: la crisis global,
el crack sistémico del capitalismo,
la incapacidad, o quizás la imposibilidad,
de los gobiernos del
mundo de salir de la crisis y de su
estructural inestabilidad. Berlusconi
es el primero entre los grandes
del mundo en impulsar una nueva
forma de gestión de la imagen del
poder y de su escaparate.
Ya no construye esta imagen sobre
los fastos de la globalización sino
sobre la idea de un poder que
está entre la gente, los pobres, los
desplazados, los que están sufriendo
los efectos de la crisis. Berlusconi
utiliza las cumbres para comunicar
con el ama de casa del norte o
con el desempleado del sur. Y así
nos confunde a nosotros también,
sobre todo si intentamos reproducir
las contracumbres como ritos de un
pasado que ya no va a regresar.
- Luca Casarini
D.: Tras el fin del ciclo de luchas de
Génova y las manifestaciones contra
la guerra, estamos en tiempos
de luchas en defensa del “común”
como la lucha contra el Tren de Alta
Velocidad (TAV) en Valle de Susa,
la base de EE UU de Vicenza, la basura
de Nápoles. ¿En L’Aquila podría
darse un paso adelante?
L.C.: Veo difícil en este momento
en Italia derribar el consenso de la
política de Berlusconi. Respiramos
un clima social muy feo porque
hasta la fecha el sistema logra canalizar
la rabia hacia los inmigrantes,
hacia los más débiles, los pobres.
Espero que no siga así, pero
es cierto que no es nada fácil para
nadie actuar para una sociedad distinta.
Hay una paradoja: ahora que
el sistema capitalista sufre una crisis
global, parece más difícil que
antes evitar que todo se convierta
en racismo y xenofobia o en alguna
forma de egoísmo. Si miramos
a la historia, esto confirmaría que
las salidas de la crisis pueden generar
al mismo tiempo el new deal
y el nazismo, en distintos lugares.
Pero la historia nunca se repite
igual. Vivimos una fase de transición
hacia una nueva época, y tenemos
que cruzarla para construir
nuevas ideas y nuevas formas de
actuar. En este sentido, las luchas
de Valle de Susa y la de Vicenza
fueron una anticipación. Los verdaderos
movimientos son los que
indican qué hacer a los activistas.
Estoy convencido de esto.
D.: Fuiste uno de los protagonistas
de las contestaciones al G-8 de Génova
en 2001. ¿Hay diferencias con
aquellos acontecimientos?
L.C.: Los tiempos han cambiado.
En 2001 estábamos metidos en un
formidable ciclo de luchas globales,
contestando una fase creciente
de la globalización. En aquel entonces,
Génova representó el momento
en que se introdujo la guerra,
el estado de excepción contra
los movimientos como forma permanente
de soberanía. Luego vino
la guerra de Iraq y el estado de excepción
contra las viejas diplomacias
y los equilibrios mundiales salidos
de Yalta. Hoy, aquel tipo de
sistema está en crisis, como evidencia
lo que está pasando en Iraq
y Afganistán. Por supuesto, también
los movimientos de contestación
global nacidos en aquel entonces
viven su crisis. La red global
hoy es mucho más recortada y
dividida que antes, hay experimentaciones
distintas en cada territorio,
en cada continente. Queda la
idea universal de una globalidad
de las luchas para un mundo mejor,
pero cada uno ha vuelto a ponerse
a la búsqueda y se encuentra
en una realidad totalmente nueva.
En EE UU, la elección increíble
de Obama obliga a un cambio en
la forma de actuar. En Sudamérica,
el continente donde se disfrutó
más de la potencia del movimiento
global, el protagonismo
social busca un camino para no
quedar enredado en el poder
constituido. La vieja Europa es el
campo de experimentación más
adelantado de la derecha, donde
Berlusconi está a la vanguardia.
China es un campo abierto donde
los conflictos sociales están en
ebullición. La situación es muy
grave, pero las luchas para conseguir
más libertad, más renta, mejores
condiciones de vida, más democracia,
se multiplican al mismo
ritmo que los beneficios de los
nuevos capitalistas de partido.
comentarios
0