Durante años, Josef viajó
para llegar a Libia y
desde ahí cruzar a
Europa. Ahora está en un
campo de refugiados en
la frontera con Túnez, su
historia es la de miles de
personas allí acampadas.
“En Trípoli hay gente armada. Te
quitan el dinero, te pegan”. Ali Josef
tiene 36 años y nació en Mogadiscio,
en Somalia. Hace cuatro días
cruzó la frontera de Ras Jdir, que
une Libia con Túnez, para terminar
en el campo de refugiados de Choucha.
Ahora no tiene donde ir. No
puede volver atrás, ya que la situación
de la población negra en el interior
de Libia se ha vuelto insostenible.
Y tampoco pueden repatriarle
por los conflictos existentes en su
lugar de origen. Así que está en tierra
de nadie. El caso de Josef, una
larga travesía que le llevó por varios
países africanos, evidencia la
difícil situación a la que se enfrenta
la población subsahariana en Libia.
Trabajaron en condiciones de semiesclavitud
(algunos relatan que
sólo les pagaban la comida del día)
y su situación se agravó desde el inicio
de las revueltas. Por eso, miles
de ellos escapan hacia Túnez.
“En Mogadiscio trabajaba para
una iglesia, pero me secuestraron
un mes. Querían matarme”, asegura,
mientras muestra una gran cicatriz
en su pulgar derecho. “Me dispararon
en el dedo gente de Al
Qaeda, y yo salí corriendo. Escapé
durante cuatro días hasta que llegué
a Etiopía”. De ahí, tras varios
meses trabajando para otra iglesia
por menos de 100 dólares a la semana,
Josef pasó a Sudán. Vuelta a
empezar. Trabajo precario y de
nuevo las maletas en la mano. “Decidí
ir a Libia para intentar cruzar a
Europa. Hay muchos que lo consiguen.
Fueron 14 días a través del
desierto, sin agua, sin comida.
Marchábamos en un jeep y si alguien
caía, el coche no se detenía”,
señala. Una vez en Libia, las cosas
volvieron a torcerse. “Fui detenido
por la Policía y encarcelado. Estuve
encerrado seis meses hasta que,
con las revueltas, me liberaron”.
Para Josef, todavía quedaba el último
paso de este trayecto, el camino
entre Trípoli y la frontera está
repleto de controles militares. Ahí,
los uniformados registran a quienes
tratan de salir del país y les arrebatan
el dinero, los móviles y todo
el material informático.
La historia
que relata Josef es la misma, punto
por punto, que cuentan todos los refugiados
que todavía llegan a
Túnez. Ansu Collins, originario de
Ghana, relata cómo policías y militares
“me golpearon hasta quitarme
el dinero”. “Intentaron matarme”,
insiste. Todos repiten lo mismo:
“Ali Baba, Ali Baba”. Y se preguntan
qué harán ahora en sus países
de origen, prácticamente con lo
puesto y sin perspectivas de futuro.
Eso, quienes, como Collins, pueden
volver. Otros, como Josef, no tienen
esa suerte.
La ONU, sin solución para
un campo que crece cada día
"Si no se resuelve la
situación próximamente
podríamos encontrarnos
ante el riesgo
de una crisis humanitaria".
Esta advertencia
la realiza Firas Kayal,
portavoz de la UNHCR,
la agencia de las
Naciones Unidas para
los refugiados, en el
campo de Choucha.
Aunque, en cuestión
de refugiados, también
hay clases. Mientras
que las personas de
China o Turquía fueron
evacuadas inmediatamente,
los africanos y
de Bangladesh se acumulan
en un campo
que aumenta cada día
sus proporciones.
El
pasado lunes, solo en
Choucha, ya se contabilizaban
más de
17.000 personas, a
las que hay que sumar
las que están en campamentos
más pequeños
y que comienzan
ahora a funcionar. En
total, el número de
refugiados podría llegar
a los 20.000 y va
en aumento.
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