ANÁLISIS: EXPLOTACIÓN MERCANTIL DEL TERRITORIO
Por una ética de la montaña

Con motivo del Día Internacional de las Montañas, que se celebró en diciembre, el autor denuncia el asedio de estos territorios por la industria de la construcción y el ocio y reivindica la defensa de una ‘utopía ecológica’.

04/01/07 · 0:00
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Texto de Alfredo del Campo, secretario de Mountain Wilderness, Ayllón, Guadarrama y Gredos
El Día Internacional de las Montañas, declarado por Naciones Unidas para alertar sobre el peligro que supone la destrucción de estos entornos, pasó el día 11 de diciembre completamente inadvertido e ignorado por los medios de comunicación. Hubiese sido una gran ocasión para contraponer unos valores a otros en lo que tiene que ver con el desarrollo de las zonas de montaña.

Es hora ya de reivindicar la
ética de los planteamientos conservacionistas;
ética, entendida como
compromiso con los valores ambientales,
sociales, científicos, educativos
y estéticos y cuya defensa
se convierte en una obligación moral.
Estos valores son justo los contrarios
de los otros ‘valores’, los que
se miden en euros y abogan por el
desarrollo local, pero sólo como excusa
para su intervención en las zonas
de montaña; nunca su interés
ha sido el bienestar de los pobladores
locales sino la explotación mercantil
de los recursos de montaña
en la búsqueda de pingües beneficios.

Lo cierto es que el desarrollo,
o es sostenible (perdurable en el
tiempo y compatible con la naturaleza)
o no lo será. Es preciso reivindicar
sin complejos la ‘utopía ecológica’
y contraponerla a la ‘quimera
desarrollista’: la primera es un
horizonte deseable, posible y además
necesario; la segunda, la que
nos ofrece la industria del ocio y la
construcción, es una ilusión falsa,
inviable e incompatible con la vida.

En España, tenemos muchas razones
para estar preocupados por
nuestras montañas. Barrunta sombrío
el horizonte y el escenario parece
desolador. Una vez expoliado
el litoral y habiendo agotado las
posibilidades de explotación de sus
recursos (algunas zonas de costa
han sido tan degradadas que han
perdido su ‘atractivo’ de mercado,
un claro ejemplo de insostenibilidad),
el mercado se plantea el desembarco
sobre un territorio virgen:
las montañas. La lógica productivista
basada exclusivamente en la
remuneración del capital nos llevará
a cosas como construir estaciones
de esquí donde no hay nieve,
campos de golf donde no hay agua
o puertos deportivos donde no hay
costa. A nadie se le escapa que lo
de menos es el deporte de la náutica,
el golf o el esquí, y que todos
estos proyectos van unidos a macrourbanizaciones
y proyectos inmobiliarios.
Este tipo de actuaciones se irán
expandiendo por las cumbres españolas.
Ya se inició el proceso hace
cuatro o cinco años, en los Pirineos,
Sierra Nevada, Guadarrama,
Gredos, Picos de Europa, en la Cantábrica.

El poderoso sector de la
construcción asociado al turismo
intensivo ya ha empezado a desarrollar
megaproyectos alpinos en
connivencia con las administraciones
locales o regionales, proyectos
que, desechados hace años en la
Europa alpina, han hecho saltar todas
las alarmas: estaciones de esquí
por doquier, incluso donde la
innivación es mínima y las previsiones
derivadas del cambio climático
peores, accesos masivos a entornos
sensibles, resorts de montaña
con sus infraestructuras, remontes,
antenas, túneles, líneas de
tensión, etc. acabarán con los valores
a los que me refería al inicio. Y
todo ello en un escenario donde el
respeto por la legislación ambiental
es mínimo y el esfuerzo de las
administraciones por hacerla cumplir
también. Aún estamos a tiempo;
la Carta de las Montañas, unas
directrices muy valiosas para su
protección y un mandato parlamentario
al Gobierno para su ejecución
duermen, de momento, el
sueño de los justos. Esperemos
que, mientras el Ejecutivo reflexiona
sobre sutilezas jurídico-administrativas
o de oportunidad política
sobre su puesta en marcha, la
degradación de las montañas españolas
no llegue a ser irreversible.

Pero no, no se pensará en el desarrollo
local a partir de alternativas
como el turismo sostenible de
baja intensidad, ni las administraciones
realizarán inversiones en las
montañas que generen riqueza a
partir de cientos de posibles actividades
alternativas, como por ejemplo
las agrícolas, ganaderas y forestales
tradicionales, la guardería
y vigilancia, la estancia y la formación
de jóvenes en campamentos y
albergues, la agricultura ecológica,
la gastronomía, la conservación del
folklore y el patrimonio histórico,
cultural o social, la recuperación
del paisaje y las repoblaciones de
fauna y flora, el deporte respetuoso
con el medio, los centros de alto
rendimiento, la capacitación rural,
los guías de montaña, la observación
y la caza fotográfica... cientos
de actividades que nunca jamás se
pasaron por la imaginación de los
políticos y mucho menos por la de
los industriales. Increíblemente
aquellos que jamás se preocuparon
del bienestar de las poblaciones de
montaña ni del desarrollo de zonas
rurales, abandonadas a su suerte
desde siempre, ahora se erigen en
vanguardia de su desarrollo. Los
burócratas se empeñan en cosas a
las que ponen nombres complejos
que legitimen su actividad, como
Programa de Desarrollo Comarcal
para la Gestión Integrada de los
Recursos Territoriales, y que al final
consiste en que van a construir
un Spa-Resort de montaña con el
concurso de varias multinacionales,
es decir, un hotel para ricos a
costa de la degradación irreversible
del entorno alpino circundante.
En estos momentos cruciales, en
los que se están gestando grandes
intervenciones en los entornos alpinos,
es preciso sensibilizar, llamar
la atención sobre un hecho: las
montañas y sus gentes valen más,
mucho más que los beneficios derivados
de su explotación industrial.

Tags relacionados: Guadarrama cambio climático
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