El bloque de poder que sostiene a ‘il Cavaliere’ ha logrado desactivar a la izquierda italiana a partir de un discurso populista de tipo empresarial. Texto de Augusto Illuminati
A veces, hablando de nuestro
presidente perdemos
el tiempo en hechos banales
sobre los que el
personaje muestra un consciente
entusiasmo. El mafioso, el corruptor,
el tío Silvio seductor de menores,
el gamberro internacional que
pone los cuernos en las fotos de familia
de las cumbres internacionales
y define como “bronceado” a
Obama. Todo real.
Pero luego salta el enigma: ¿por
qué cosecha un apoyo tan amplio y
estable desde hace 15 años? ¿Por
qué resiste a una crisis que afecta a
Italia de forma más grave que a
otros países? ¿Quizá se deba a que
los italianos son irremediablemente
corruptos y estúpidos? El hecho es
que: 1) Berlusconi está experimentando
un sistema político populista
muy adaptado a las condiciones del
posfordismo, sobre todo durante la
transición del neoliberalismo
desenfrenado a una cauta corrección
intervencionista y mercantilista;
2) la izquierda llamada “reformista”
(el PD) y las autodenominadas
“radicales” (el bloque Refundación
Comunista-PDCI y la agregación
SD de socialistas y
vendolianos, seguidores de la escisión
de Refundación liderada por
Nichi Vendola) están paralizadas
desde hace años a favor de la ascensión
de Di Pietro y de su Italia de los
Valores, que para muchos es la única
formación que alza la voz contra
lo que con muchas ambigüedades
se define como un “régimen”.
El régimen
El de Berlusconi es un régimen,
pero a diferencia de las connotaciones
históricas de la palabra,
no es fascismo, sino populismo
empresarial y posfordista, que
implica una gestión racional de
la imagen privada en el espacio
de decepción creado por el colapso del socialismo y de la regulación
fordista. Berlusconi, con su experiencia de
manejo de los medios de comunicación,
entendió que la política italiana
necesitaba una simplificación
con una ocasional mención de la
oposición comunistas-anticomunistas,
el mal y el bien, como si fuera
una película de fantasía, la invitación
a enriquecerse y a disfrutar sobre
la base de su ejemplo personal,
la asignación de la tristeza y del estilo
burocrático a los opositores.
Detrás de esta cortina de humo se
ha centrado en la clase media autónoma
emergente, a la que tolera la
evasión de impuestos pagados con
un creciente déficit presupuestario
del Estado, ha quitado a la izquierda
casi la mitad de la antigua y decepcionada
clase obrera industrial, se
encuentra con la resistencia de la clase
media ‘reflexiva’, los sectores con
mayor nivel de educación (que a menudo,
sin embargo, se manifiesta en
abstencionismo) y, por último, provoca
un cierto descontento entre la
generación más joven. En resumen,
irrumpió en la nueva composición
de clase, neutralizó el descontento
de la izquierda, está perfectamente
insertado en el tejido católico del
país y compensa a la Iglesia con concesiones
ideológicas y económicas
una manera de ser que dista de la
norma de comportamiento cristiano,
pero que ha sido siempre tolerada.
Claro que el precio de todo esto es
una marginalidad de Italia en el sistema
internacional occidental, aunque
el doble juego entre el partido
estadounidense y el guiño a la Rusia
de Putin (que es la versión asesina y
feroz del populismo de Berlusconi),
lo pone en una zona significativa en
el caos de Europa. No por casualidad,
la principal debilidad de la izquierda
italiana siempre ha sido
haber sido la más coherente defensora
del liberalismo económico, sin
comprender el cambio en el marco
político que derivó de allí.
En estas condiciones, el empirismo
demagógico de Berlusconi y su
reducción de la sociedad del conocimiento
a una videocracia siempre
ganarán, al menos mientras él siga
vivo. Algunas grietas están comenzando
a abrirse en su bloque de poder
(especialmente por la gran presión
de los EE UU sobre la prensa),
pero el único signo que anima a la
oposición desde abajo, la única ganadora
a largo plazo, es la reanudación
de las luchas (como la Onda
anómala [movimiento estudiantil]
en el otoño pasado y ahora su recuperación)
y los conflictos sindicales
crecientes relacionados con el curso
de la crisis. Precarios y migrantes
son el punto débil de la política del
centro-derecha y lo comprobaremos
pasado el actual ciclo electoral.
*Augusto Illuminati es profesor
de Filosofía en la Universidad de Urbino
y columnista del diario [Il Manifesto->http://www.ilmanifesto.it].
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