Texto de D.L.G.
Texto de D.L.G.
En abril de 2007 el Ministerio
de Agricultura, Ganadería y
Pesca aprobaba el Plan Estratégico
Nacional de Desarrollo
Rural (2007-2013). Este plan
establece, con casi un año de
retraso y antes de haber podido
aprobar la Ley de Desarrollo
Rural, el marco normativo de
aplicación de los Fondos Europeos
para la Agricultura y el
Desarrollo Rural (FEADER), que
sustituyen a los anteriores programas
LEADER, y asumen
algunas partidas presupuestarias
que anteriormente pertenecían
a la PAC. El plan, al igual
que la ley, sigue fielmente la
estructura dispuesta por la
Comisión Europea para los fondos
FEADER en cuatro ejes de
acción: aumento de la competitividad
de agricultura y selvicultura;
mejora del medio
ambiente y del entorno rural;
calidad de vida y diversificación
en las zonas rurales; y enfoque
LEADER de aplicación, en búsqueda
de la integralidad de
las actuaciones a través de la
participación de los distintos
actores implicados en cada
territorio rural. Cada eje recibe
dotación presupuestaria en
orden decreciente.
Ante estos objetivos, y yendo al
detalle, choca que la partida
más importante busque claramente
la integración en los
mercados globales para una
agricultura que ya hace años
que fue expulsada de éstos; y
que históricamente ha generado
despoblamiento y grandes
beneficios para las empresas
de insumos agrarios. Y por otro
lado, la mención constante al
fortalecimiento de la agroindustria
no hace sino profundizar en
el desplazamiento del valor
añadido bruto desde los productores
de materia prima
hacia la industria, lo cual viene
ocurriendo hace ya tiempo. Es
necesario mencionar, a su vez,
que la agroindustria española,
de hecho, cada vez tiende más
a importar esta materia prima,
lo cual hace dudar de la capacidad
de estas medidas para
mantener la actividad agraria
en el territorio ibérico, sobre
todo en aquellas producciones
con mayor rentabilidad.
Respecto al medio ambiente,
resalta la falta de definición en
normativas o líneas de subvención
concretas que apoyen de
una vez por todas la producción
ecológica, y una gestión
integral y sostenible del territorio
por los agricultores y ganaderos,
con normativas ambientales
adaptadas a la
producción sostenible y de
pequeña escala. Y sobre todo,
el sorprendente papel central
asignado a los biocombustibles
en la apuesta por las
energías renovables. La sustitución
del cultivo cerealista por
un monocultivo ultraindustrial
de cardos transgénicos en una
meseta llena de tractores y
vacía de personas, es una
visión de futuro aterradora.
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