EE UU // EL KATRINA PONE AL DESCUBIERTO LAS PRIORIDADES DEL GOBIERNO DE BUSH
Nueva Orleans se ahoga en el sumidero

“No es que quiera acabar
con el Gobierno federal,
simplemente quiero
reducirlo a un tamaño
como para poder echarlo
por el sumidero”.

10/06/06 · 13:49
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Son palabras de Grover Norquist, el
camarada ultraconservador de George
Bush. Con la desastrosa y tardía
respuesta a las inundaciones en
Nueva Orleans, no sólo ha quedado
claro que el Gobierno central de
EE UU ya está bien ahogado, sino
que las aguas en retirada han expuesto
su cadáver en un avanzado
estado de descomposición.

En las últimas décadas, y especialmente
tras la aprobación en 1996 de
las leyes de Clinton que reformaron
los servicios sociales, los servicios estatales
han desaparecido prácticamente.
Hoy en día, se espera que las
asociaciones de beneficencia privadas
y religiosas, las empresas que
buscan beneficios fiscales y los ciudadanos
generosos se hagan cargo
de los antiguos servicios públicos, y a
menudo de la factura.

El momento clave llegó a comienzos
de 2001, cuando Bush y un
Congreso de mayoría republicana
aumentó los fondos federales, para
repartirlos entre las llamadas “Iniciativas
de Fe”, que daban dinero y
animaban a las organizaciones religiosas
a tomar el control de los servicios
sociales. La idea era, por supuesto,
recortar impuestos y ‘matar de
hambre a la bestia’ del Gobierno federal.
La Administración de Bush estaba
convencida de que con una pequeña
ayuda de la ‘mano invisible’,
algo de intervención divina, y una dosis
de severo individualismo, ciertamente
la pobreza se resolvería por sí
misma. No mucho después, los atentados
del 11 de septiembre en el
World Trade Center legitimaron -o
más bien taparon- semejante desplazamiento
de las prioridades federales.
Lo importante -y verdaderamente
heroico- era llevar al mundo a la
guerra permanente.

Demos ahora un salto a agosto de
2005, cuando -lejos de la Zona Cero,
Bagdad y las cavernas de Afganistán-
el huracán Katrina machaca
el sur desencadenando inundaciones
devastadoras sobre la ciudad de
Nueva Orleans, que provocan una de
las más importantes crisis humanas
en la historia moderna de los EE UU.
De repente tiene lugar un asunto interno
que ni la caridad cristiana ni el
mercado pueden afrontar por sí solos.
Parece que, por una vez, debería
existir una respuesta federal concentrada
y unitaria.

Aún así la Agencia Federal de
Gestión de Emergencias (FEMA, por
sus siglas en inglés), que debería ser
la organización de referencia en caso
de un desastre natural, se ha visto reducida
desde 2001 y relegada a una
pequeña sección del departamento
de Seguridad Nacional. ‘Desastre’,
comúnmente, ha llegado a equipararse
a ‘terroristas que estrellan aviones
contra edificios’. Según Los
Angeles Times, desde 2003 tres de
cada cuatro dólares que la FEMA emplea
en servicios de emergencia y
protección civil se destinan a actividades
“antiterroristas”.

No sorprende entonces que Bush,
Michael D. Brown (de la FEMA) y
Michael Chertoff, el director de
Seguridad Nacional, fueran a rastras
durante los primeros días del desastre.
A la hora de la verdad, cuando finalmente
tuvieron que enfrentarse a
la magnitud del desastre, el único
lenguaje del que disponían era el de
la guerra. Y, en efecto, respondieron
con tácticas de guerra. Tacharon de
peligrosos saqueadores a los habitantes
más terriblemente abandonados
y extremadamente pobres de
Nueva Orleans, negros en su mayoría.
En vez de camiones con depósitos
de agua y alimentos, o de camiones
para evacuar a la gente, enviaron
tanques con fuerzas especiales para
proteger la preciada propiedad privada.
Dieron orden a la policía local
de dispara ante cualquier signo de
resistencia.

Mientras tanto, Bush estudiaba la
zona devastada desde la seguridad
de su helicóptero y soltaba “parece
que la región ha sido golpeada por el
arma más mortífera”. Cabía esperar
semejante lenguaje bélico, especialmente
en el ambiente de ‘matar de
hambre’ y ‘ahogo’ al que se había sometido
al Estado central. Pero todo
esto nos hace preguntarnos cuándo
comenzará la guerra cohesionada y
unitaria no contra los pobres sino
contra las raíces de la pobreza.

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