ANÁLISIS: LAS TRANSFORMACIONES Y REVUELTAS EN ESTOS PAÍSES SE EXTIENDEN ANTE EL TEMOR DE LOS INTERESES DE EE U
Una nueva era en el mundo árabe

Este arabista mantiene
que las revoluciones
en el Magreb son
imparables tras años
de miseria, abandono
y corrupción.

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21/02/11 · 14:28
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TÚNEZ. Congreso del Frente 14 de enero formado por ocho partidos nacionalistas y de izquierdas. Foto: Farouk Jhinaoui.

Este 2011 ha deparado dos
cambios políticos de gran
magnitud en el mundo árabe:
la caída de Ben Ali en
Túnez y Hosni Mubarak en Egipto.
Dos acontecimientos excepcionales
porque la tónica política árabe de los
últimos cuarenta años ha sido el inmovilismo.
Dirigentes eternos que
han reducido sus naciones a fincas
particulares de uso y disfrute exclusivos
de una oligarquía selecta de familiares,
militares y hombres de negocios
afines.

Todas las áreas geográficas del
planeta han venido experimentando
cambios de mayor o menor envergadura
en sus estructuras políticas, sociales
y económicas; pero los países
árabes siguen a la cola del desarrollo
en democracia, derechos humanos y
pluralidad política.

Indicadores vergonzantes

Más aún, indicadores básicos como
el analfabetismo o el acceso a los servicios
básicos, que han mejorado en
muchos sitios, registran en el mundo
árabe porcentajes vergonzosos (en
torno al 50% o más de analfabetismo
en Marruecos, Egipto y Yemen). En
Latinoamérica o en el África subsahariana
hemos asistido a lo largo
de las últimas décadas a cambios
políticos que, al menos en algún caso,
han propiciado un mayor clima
de libertad y transparencia. Pero
en los países árabes, nada.

Es un alzamiento global,
nacido en sociedades
hartas de pobreza,
opresión y desprecio,
difícil de neutralizar

Al contrario, la cosa iba a peor:
presidentes y reyes que manipulaban
las instituciones y los textos
constitucionales para ampliar sus
competencias y perpetuarse –ellos y
sus familias– en el mando; servicios
de inteligencia y seguridad brutales,
todopoderosos; élites empresariales
y económicas engordadas por unos
regímenes emanados casi siempre
de golpes de Estado o dinastías impulsadas
desde occidente.

Nadie esperaba
un levantamiento tan impetuoso
de “la calle árabe” ni podía prever
que la primera liebre habría de
saltar en Túnez, tenido por casi todo
el mundo como ejemplo de estabilidad
política y desarrollo económico.
Lo peor es que ni el poder egipcio ni
ningún otro está en condiciones de
hacer algo para paliar el enojo de sus
súbditos. Hacerlo conduciría a poner
en peligro los mecanismos que
han permitido la perennidad de gobiernos
despóticos.

En el plano interior, porque la lucha
contra la corrupción, el principal
motivo de irritación ciudadana,
restringiría las generosas vías de financiación
de las ‘familias’, cuyo soporte
es vital para la continuidad del
presidente, rey o emir de turno. Es
esta corrupción, imbricada en todos
los órdenes de la vida social, económica
y política de los Estados árabes,
la que sustenta el tráfico de prebendas
y favores recíprocos en el seno
de la mafia dirigente. Por ello, en
los ‘90, asistimos a procesos de privatización
acelerada: el objetivo era
venderlo todo, hacer negocio con la
telefonía, el agua, la administración
de puertos, aeropuertos y carreteras,
las importaciones, la comercialización
de los recursos energéticos, etc.

En el plano exterior, para sonrojo de
este occidente que tanto presume de
liberal, los regímenes árabes se han
convertido en peones imprescindibles
de la política exterior de estadounidenses
y europeos. Ya no se
trata de que dirigentes como el saudí,
el jordano, el kuwaití, el marroquí
o el propio egipcio sean ‘aliados importantes’
en la región; se ha establecido
un vínculo de interdependencia
vital entre los grandes intereses
occidentales y los líderes locales.

Aquellos quieren controlar los pozos
de petróleo y las vías de transporte
más sensibles, así como disponer de
mercados baratos, y solares donde
implantar las empresas transnacionalizadas.
Para los reyes y presidentes
árabes, el sostén occidental es su
única base de poder. Cuando las protestas
estaban en su punto álgido en
Túnez, los franceses ofrecieron a
Ben Ali su experiencia en la lucha
antidisturbios y la propaganda del
miedo contra el terrorismo islámico.

Si más de un régimen árabe lleva
décadas en el poder se lo debe a la
Administración estadounidense y su
lastre insidioso en la región, el régimen
de Tel Aviv, que afirma sin ambages
lo que la mojigata mentalidad
oficial de Washington no quiere decir:
la democracia y la voluntad popular
están muy bien pero no en Oriente
Medio. ¡Es el petróleo, la ropa
barata, la venta de armamento a granel...
es Israel, estúpidos!

El discurso ‘democrático’

Son tantas las contradicciones del
discurso ‘democrático’ de europeos
y norteamericanos que el árabe de a
pie ni se molesta en escucharlo. Por
fortuna, la soberbia de estos dirigentes
se les está trocando en pánico.
Les sorprende la determinación de
unas gentes a las que siempre han
despreciado; pero no se les ocurre
nada más que medidas cosméticas.
Un cambio de Gobierno aquí –como
si alguien que no fuera el rey o el presidente
tuviera capacidad real de decisión–,
nuevas elecciones legislativas
–como si sirvieran para algo– o
subidas simbólicas de los sueldos –
como si pudieran aplacar la jauría de
los precios–. Algunas soluciones, como
el mantenimiento de los subsidios,
no tardarán en despertar la hostilidad
del Fondo Monetario Internacional.

Nos hallamos ante un alzamiento
global, nacido en sociedades hartas
de pobreza, opresión y desprecio, y
difícil de neutralizar porque ni está
ideologizado ni sometido a una doctrina
política o religiosa determinada,
por mucho que la propaganda
occidental y los propios Estados árabes
aticen el miedo al islamismo, el
gran coco de nuestra era. Por ello, ni
los regímenes que se postulan como
independientes de EE UU e Israel,
como el sirio o el sudanés, están a
salvo del contagio. Por lo pronto, todos,
‘moderados’ y ‘radicales’ siguen
ciñéndose al guión opresivo de costumbre.
Y a Túnez y Egipto, por si
acaso, ni mentarlos.

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TÚNEZ. Congreso del Frente 14 de enero formado por ocho partidos nacionalistas y de izquierdas. Foto: Farouk Jhinaoui.
TÚNEZ. Congreso del Frente 14 de enero formado por ocho partidos nacionalistas y de izquierdas. Foto: Farouk Jhinaoui.
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