"La explotación hoy adopta una dimensión social con la deuda"
No tenemos medida

El autor, que edita el blog La Revuelta de las Neuronas, saluda la convocatoria de una huelga que sólo puede ser política.

17/10/12 · 0:00

Mucho ha llovido desde que en 1832, cuando tras preguntarle cual era su profesión, Auguste Blanqui respondiera “proletario” ante la atónita presencia del policía francés que lo miraba con extrañeza. Proletarios son los muchos, los que tienen una descendencia anónima que no es tomada en cuenta por los que en principio cuentan y simplemente se reproducen sin dejar nombre.

Para que los proletarios fueran elevados a categoría política y pudieran visibilizar a ojos de otros un mundo ocultado y apartado, no tuvieron que desvelar ninguna verdad oculta y establecida de antemano. Como afirma el filósofo Jacques Rancière, no es el sujeto político que pre-existe en una situación específica quien da lugar a la política, sino al contrario, son las relaciones que consiguen poner en cuestión que unos tomen parte en un hecho y en consecuencia otros lo padezcan. Por lo tanto la propia naturaleza –nacer-, de quienes cuestionan al que manda y al propio mando, poco tiene que ver con una descripción fosilizada y estética de las relaciones de explotación y extracción de plusvalía. El capitalismo hace suya la capacidad antropológica y genérica de producir que tiene la fuerza de trabajo y no una u otra prestación en particular. Toma como propia la potencia para transformarla en actos que se traduzcan finalmente en mercancía, pero no tiene por qué hacerlo siempre y únicamente de la misma manera.

La posibilidad de una huelga general europea o al menos, una donde se coordinen varias iniciativas dentro de esta pretensión, es una noticia que tenemos que saludar con gratitud. La orientación del conflicto hacia marcos más amplios como el europeo, que caminen acorde a los niveles de explotación actual es un buen indicador. Sobre todo, cuando a día de hoy ésta opera más allá de la relación laboral y adopta una dimensión social con la deuda como mecanismo de robo colectivo. No existen luchas homogéneas y simétricas porque no existe una sola forma de relacionarse con la democracia. Pero sí coinciden todas en enfrentarse a la voz que todo lo ordena y que impide la existencia de un vacío, la posibilidad de que otras muchas voces sean escuchadas y vistas. Cuando lo que se considera como canalla ante los ojos del que manda, se convierte en el arte de los que no tienen nombre, el tiempo de la democracia cobra sentido una vez más en su disenso y ruptura con quien camina a la cabeza.

Las luchas desobedientes del precariado frente al Congreso, en los barrios y escuelas, que cuestionan la vida tal y como está planteada, se encuentran íntimamente con los conflictos laborales de la huelga general a nivel europeo. Las luchas dentro del taller, de la oficina y la fábrica que todavía mantienen cuotas de comunidad obrera deben poder combinarse con quienes son incapaces de hacerse valer dentro del empleo, ya sea porque no lo tienen, o dura poco, o son subcontratadas, no tienen papeles, son becarias o falsos autónomos. El primero, el régimen salarial de la integración pública y social a través del empleo, está en decadencia. El segundo, la fragmentación del primero, se perfila a marchas forzadas como modelo social que pivota sobre la precariedad extensiva e intensiva. La postmodernidad es precisamente eso, un más allá de, pero también un todavía no.

Ambos mundos comparten una vida cultural y una sociabilidad extra-laboral plagada de lugares comunes; las luchas democráticas no pueden serlo menos. Si el régimen financiero expolia al común en su totalidad por y para unos pocos, los muchos deben encontrarse políticamente en el reparto de ese mismo común: renta básica como exigencia para un modelo que se derrumba y otro que acaba de nacer. Un punto de encuentro desde donde se interprete el tiempo liberado del empleo, como apropiación singular y colectiva, no como sometimiento al consumo. Como dice una conocida pintada que circula por las redes sociales: No necesitas las mierdas que compras, sino el tiempo que te roban.

Cuenta E.P. Thompson que en 1792 9 personas fundaron la London Corresponding Society; a los 6 meses ya eran más de 2.000 quienes la formaban. Lo primero que se preguntaron era si ellos, los tenderos, menestrales y artesanos, tenían derecho a elegir y ser elegidos como miembros del parlamento. El derecho a gobernarse que reclaman los que no tienen título para gobernar es la eterna pregunta que se hace la democracia en cada tiempo histórico; siempre más mordaz, más desmedida, más democrática en definitiva. Nuestros lemas de hoy pueden seguir manteniendo la misma esencia que los de 1792: “Que el número de nuestros miembros sea ilimitado”.

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