Por encima de la
propuesta
de reforma presentada
por el Gobierno, a lo que
asistimos ahora es a la
huida hacia adelante
de un sistema canibal.
Monólogo neoliberal en el diálogo social
La reforma laboral perpetuará la división sexual del trabajo
- MARÍA CALZADILLA
Hoy, quien tiene el poder
económico –y eso nos distingue
de otros periodos
históricos previos a la globalización
del siglo XXI–, tiene todos
los medios posibles a su alcance
para convencer a la gente de forma
masiva de que la realidad no es lo
que viven, lo que tienen delante de
sus narices, sino una construcción
virtual –un Matrix– que se diseña en
función de sus propios intereses de
supervivencia capitalistas y patriarcales
y que pone el umbral de las
superexplotación aún más lejos. En
la actualidad, en este enfrentamiento
dialéctico, parece ser que es el poder
que precisamente causó la crisis
económica global quien fuerza los
límites a su favor, no la clase trabajadora,
que sólo parece padecerla.
El mundo al revés.
Sin embargo, en poco más de 200
años, el sistema capitalista ha tenido
claro que, para su propia supervivencia,
tiene que haber un límite a
la explotación: después de dos guerras
mundiales, la propia escasez de
mano de obra sana para producir;
hoy –en una crisis de sobreproducción–
la propia escasez de mano de
obra para consumir.
Pero ese límite a la explotación
que define la supervivencia del sistema
va cambiando, se va trasladando
de un sitio a otro en busca
de mano de obra más barata, de
materias primas, de gobiernos
más permisivos con la explotación
de sus gentes y sus recursos… va
buscando las maneras de poner el
umbral de ese límite en el punto
más lejano posible.
Y en ese correr rápido y globalizado
del capital de los últimos años
del siglo XX y la primera década
del XXI, la clase trabajadora europea
se ha desconcertado, se ha desmovilizado,
está perdiendo su
identidad como clase. Ha asumido
en masa su condición de clase consumidora
a crédito y no parece
despertar ni con la propia caída del
flanco más débil –por virtual– del
sistema, sus mercados financieros.
Mercados que se están recomponiendo
sin demasiado problema
gracias a las inyecciones millonarias
de dinero público de los diferentes
Estados “pudientes”, es decir,
con el esfuerzo una vez más de
los trabajadores y trabajadoras que
ahora, en un número alarmante,
ya no pueden pagar sus deudas por
mucho que baje el interés, pero
que colaboran a saldar las deudas
de los bancos con sus impuestos.
El interés bancario, ¿será ése el
umbral variable que marca el límite
a la explotación en nuestras socialdemocracias?
Y el lugar de trabajo,
¿ya no es el lugar para forzar
los límites? Sí, parece ser el lugar
donde correr el umbral hacia el máximo
de la explotación como solución
de la crisis económica. Precisamente
en estos días, en España,
en Grecia, en Francia, gobiernos de
izquierdas y de derechas rumian
reformas laborales como solución
de esta crisis orgánica del capitalismo.
De nuevo, el poder pone sobre
la mesa el binomio crisis económica-
reforma laboral, es decir, la tensión
capital-trabajo como eje de salida
a sus problemas a través de la
rebaja de derechos laborales. Si tienen
problemas de superproducción,
nos proponen que la solución
sea bajar los costes de ésta. El capital
crea empleo sólo cuando lo necesita
para producir y, cuando no,
lo destruye y lo intenta hacer al menor
coste posible. Por eso, su demanda
de despido libre supone un
abaratamiento de su propia destrucción
de empleo y no la manera
de crearlo. La cuadratura del círculo:
para combatir su crisis económica
propone el despido libre y
profecías varias sobre la inviabilidad
económica del sistema de
Seguridad Social por culpa de las
pensiones de jubilación y el aumento
del desempleo. Y así la economía
mejorará para el capital, incentivando
las suscripciones a planes
de pensiones privados y aumentando
el número de desempleados que
han sido despedidos “porque sí” y
gratis. ¿Y la clase trabajadora cómo
saldrá de ésta? ¿Sólo con bajadas
del tipo de interés? ¿Y el desempleo?
¿Y el sindicalismo?
Doble ‘sí’: la re-conciliación
El capitalismo está en crisis porque
no puede crecer más, porque
destruye la riqueza que hay. Y, en
ese escenario, como siempre, necesitamos
un sindicato –un sujeto
colectivo fuerte– que luche por un
derecho del trabajo resistente y un
sistema de Seguridad Social potente
que pongan límite a la explotación,
a la destrucción de la riqueza
medida, en este caso, en destrucción
de puestos de trabajo.
Pero también necesitamos un
sindicato y un derecho del trabajo
que no funcionen sólo a la defensiva
sino que se sitúen más allá de la
crisis –de ésta o de cualquier otra–,
con fuerza para liberarse del pensamiento
único, del miedo, y ofrecer
herramientas jurídicas que faciliten
todo aquello que muchas mujeres
y algunos hombres están ya
inventando en el trabajo más allá
del orden establecido. Pienso, por
ejemplo, en el doble ‘sí’ que las mujeres
de hoy estamos diciendo a la
maternidad y al trabajo, en las fórmulas
impensables que estamos
practicando para que ello sea posible.
Y en el gran límite que se pone
así a la alienación cuando en la relación
de trabajo hay algo innegociable –no medible en dinero– y es
que queremos ser madres y, además,
trabajar. Así, ponemos sobre
la mesa y de modo inaplazable –también para los hombres– la reconciliación
de la vida laboral y familiar,
la reconciliación de los tiempos
de vida y de trabajo, que la barbarie
del sistema capitalista patriarcal
están llevando al esperpento del
no poder vivir.
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