CONSUMO GUSTO: OPCIONES AL MODELO AGRÍCOLA
Más allá de los grandes monopolios

El aumento del rendimiento agrícola tiene fatales
consecuencias en el mundo rural y en el medio
ambiente. Se pueden dar pasos para fomentar
sistemas de producción más justos y ecológicos.

01/11/07 · 0:00
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Vljay Pandey / flickr.com

La llamada revolución verde,
denominada así por el aumento
en la producción agrícola
que tuvo lugar en México
a partir de 1943, trajo consigo
una ola de optimismo en los círculos
internacionales de cara a la erradicación
del hambre. Los efectos negativos
no se hicieron esperar. Priorizar
la producción al coste más bajo posible
sobre otros parámetros como el
equilibrio ecológico o el fortalecimiento
del ámbito rural, genera grandes
críticas desde el punto de vista
medioambiental, nutricional, económico
y cultural.

El aumento de la producción no
ha solucionado el hambre en el mundo,
sencillamente porque la causa
no es la falta de alimentos sino su
desigual distribución. Por ejemplo,
durante la crisis en Argentina del
año 2001, amplios sectores de población
sufrían desnutrición mientras el
país producía suficiente trigo para
alimentar a China y la India juntas.

Las semillas

A principios del siglo XX surgieron
empresas que seleccionaban semillas
industrialmente y comenzaron
a venderse “semillas híbridas”, de
gran productividad, pero estériles,
lo que obligaba a los agricultores, a
cambio de un mayor rendimiento,
a comprar las semillas anualmente.

Esta dependencia se ha ido acentuando
con los años y hoy pocas
multinacionales que controlan la
agroindustria limitan la capacidad
de elegir del agricultor. Esta disminución
de la renta es una consecuencia
de esa dependencia: el precio
de venta se estanca (un kilo de
trigo en la Lonja de Cereales de
Barcelona bajó de 26 pesetas en
1985 a 23 en el año 2000) pero, en
cambio, sube el precio de venta al
público, como se refleja anualmente
en el Índice de Precios al Consumo
(IPC) y lo notan nuestros bolsillos.

Con este escaso margen de
beneficio los agricultores dependen
cada vez más de las subvenciones
públicas, llegando según la
OCDE al 35% de sus ingresos. Esta
precariedad, junto a la inestabilidad
de los precios (dependientes
de factores externos: Organización
Mundial de Comercio, Política
Agraria Común de la UE o la Lonja de Chicago), generan otro impacto
sobre el mundo rural, el abandono
del campo y el deterioro del medio
rural, abono perfecto para el
desarrollo urbanístico desmesurado
en nuestros pueblos.

Opciones de consumo

Ante este panorama, hay que apostar
por otro modelo agrícola y por
otros modelos de consumo, que
iremos desarrollando en esta sección,
más justos y que respeten
más el medio ambiente.
Fomentar el consumo de productos
locales, entendiendo esta cercanía
no tanto geográfica, sino aquellos
productos que podemos conocer
su origen y su procesamiento
de forma directa y que se elaboran
con unos criterios éticos y sostenibles
(productos ecológicos, de comercio
justo, etc).

Esta búsqueda del consumo directo
se puede comenzar comprando
en pequeños establecimientos
o eligiendo alimentos de
temporada, así tendremos más
probabilidades de que sean locales.
Los canales son muy diversos,
y a menudo desconocidos para el
gran público, ya que tienen menor
capacidad de difusión. Cerca de
casa puede haber agricultores que
tienen una tienda en la ciudad,
mercados de producción local,
cooperativas agrarias o cooperativas
y asociaciones de consumidores.

Este tipo de organizaciones se
dan sobre todo en el campo de los
alimentos ecológicos (La Breva en
Málaga, La Gleva en Barcelona, A
Salto de Mata en Madrid, Landare
en Pamplona, Otarra en Donosti,
etc.) y suelen requerir una implicación
social que trastoca lo que se
entiende por comprar. Hay que replantearse
prioridades y decidir en
la medida de nuestras posibilidades,
encontrando ventajas y equilibrios
entre las distintas opciones
de consumo de que disponemos.


LÍMITES Y CONTRADICCIONES DEL CERTIFICADO ECOLÓGICO

El crecimiento que está
teniendo la llamada agricultura
ecológica en el Estado
español está relacionado con
el aumento de la demanda,
pero siendo el cuarto país en
superficie de cultivo de la UE,
la mayor parte se exporta, lo
que es una contradicción por
el gasto en transporte.

La agricultura ecológica está
regulada en la Unión Europea
por el Reglamento (CE)
834/2007, donde se especifican
las técnicas autorizadas
en este tipo de cultivo. Pero
para que un agricultor obtenga
su sello tiene que pagar
para que se le controle, lo
que deja fuera a aquellos
que sí cultivan de esta manera,
pero no tienen medios
para pagar. Además no contempla
aspectos importantes
de cara a una agricultura
sostenible, como el grado de
mecanización, el cultivo
fuera de temporada o el
modelo económico, pudiéndose
dar, igualmente, casos
de concentración de la distribución
en pocas manos; de
nuevo, los vicios de la agricultura
intensiva.

Muchos productos ecológicos
no cuidan el empaquetado,
envolviendo en exceso o de
manera innecesaria, a veces
incluso con materiales no biodegradables.
También conviene
prestar atención al procesado,
con lo que más se desnaturaliza
el alimento y más
aditivos hay que utilizar para
conservarlo.

Por último, mencionar el
lavado de imagen que
hacen algunas grandes
empresas, como Carrefour o
McDonald’s, introduciendo
estos productos en la venta al
público, pero causando graves
impactos ambientales y
sociales en el resto de sus
actividades: salarios de sus
trabajadores, residuos generados,
explotación en países
en vías de desarrollo, etc.

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