AÑOS DE OCUPACIÓN // VIOLENCIA, DIVISIÓN, MUERTE E INJUSTICIA DESTRUYEN EL PAÍS
Lo que queda de Iraq

Siete años después del
inicio de la ocupación
liderada por EE UU, Iraq
presenta un paisaje
desolador, minado por
la invasión y la guerra.

10/03/10 · 0:00
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BAGDAD. La autora, que cubrió la invasión desde Bagdad, señala que las tropas ocupantes hicieron todo lo posible por aumentar el odio étnico y religioso.

Apesar de que los mandamases
del mundo aseguraran
en 2003 que la
guerra de Iraq –lo llamaban
guerra, cuando en realidad
fue una invasión ilegal– había sido
limpia, eficaz y exitosa, los que estábamos
en Bagdad sabíamos que
aquello de exitoso había tenido poco
y de limpio menos. Era evidente
que las acciones de los ejércitos
invasores estaban favoreciendo el
caos, la corrupción y la violencia.

En abril de 2003 contemplé cómo
la Biblioteca de Bagdad, víctima de
los saqueos masivos, era devorada
por las llamas. “Arde a 451 grados
Fahrenheit”, pensé en referencia al
libro de Bradbury. A tan sólo unos
metros más allá, varios soldados estadounidenses
contemplaban impasibles
el incendio. Tenían orden
de no intervenir. Aquellas lenguas
de fuego devorando la historia de
Iraq eran una metáfora inequívoca
del futuro del país.

La división de Iraq

Los ejércitos de ocupación impulsaron
el desmantelamiento de las
Fuerzas Armadas iraquíes, impusieron
por ley la persecución de todas
aquellas personas vinculadas al partido
Baaz de Sadam Hussein, lo que
incluía a los funcionarios –también
los bajos rangos de la Administración,
profesores, médicos y periodistas–,
y fomentaron las divisiones
sectarias a la hora de repartir el poder
político y militar. De ese modo,
Iraq fue dejando de ser un Estado
para convertirse en un conjunto de
grupos divididos en función de las
sectas religiosas y de los intereses
políticos, cada uno de ellos con su
propio ministerio en el Gobierno y
sus propias milicias armadas. El vecino
Irán aprovechó esas profundas
grietas para establecer su control en
importantes sectores del país.

Han pasado siete años e Iraq ha
perdido prácticamente su tejido social.
La ocupación y la guerra han
dejado un millón de muertos y cuatro
millones de huérfanos, según cifras
gubernamentales y de organizaciones
internacionales independientes.

Cientos de profesionales liberales
–médicos, artistas, profesores,
abogados, periodistas, etc.– han
sido asesinados y otros miles han
tenido que huir del país. Apenas
quedan intelectuales en Iraq.

Decenas de miles de personas
han pasado por cárceles secretas.
En la actualidad hay al menos
20.000 presos sin posibilidad real de
conocer sus cargos o de ser juzgados;
algunos llevan así años, sin haber
cometido delito alguno y sin que
sus familiares conozcan su paradero.

Otros han sido ahorcados en ejecuciones
oficiales masivas denunciadas
reiteradamente por los defensores
de los derechos humanos.
Tengo conocidos que han sido
torturados o vejados sexualmente y
obligados a firmar declaraciones juradas
bajo coacción. Tras ello, han
decidido formar parte de la resistencia
armada iraquí. Otros se han
exiliado, han escapado de la violencia
y emprendido rumbo a Jordania
o Siria, donde viven esperando la
posibilidad de un regreso que siempre
se pospone. Cinco millones de
iraquíes han huido de sus hogares
.
Es uno de los mayores éxodos de
las últimas décadas en el mundo,
según datos de Acnur.
Buena parte de las mujeres han
tenido que abandonar sus empleos
tras recibir amenazas de muerte
por parte de grupos integristas. El
país ha sufrido un proceso de islamización
y un claro retroceso en
materia de género.

Los escuadrones de la muerte
han ejercido un papel fundamental
en la violencia sectaria. Su época de
auge coincidió con la llegada de
John Negroponte a Bagdad como
embajador estadounidense.
Washington ha practicado el “divide
y vencerás”: primero tejió
alianzas con líderes chiíes claramente
cuestionables para decantarse,
después, por la colaboración
temporal con grupos principalmente
suníes que aceptaron la unión con
el Ejército estadounidense a cambio
de dinero y armas. Y así las empresas
armamentísticas se frotan las
manos porque la entrada de arsenales
en Iraq es constante.

Y ¿qué ha sido de los artífices de
esta catástrofe? Tony Blair afirma
orgulloso que lo volvería a hacer,
ejerce como enviado especial para
Oriente Medio, tiene una fortuna
millonaria y oculta al fisco parte de
sus ingresos, tal y como desveló recientemente
The Guardian; Aznar
–y su dedo– se pasea por el mundo
como portador de la verdad absoluta
y, al igual que su colega Blair,
se embolsa jugosas cantidades por
ejercer de asesor o de conferenciante;
del cowboy estadounidense
mejor no hablemos, pues ya que
estamos en Europa debemos preguntarnos
qué Europa es ésta que
tiene al cuarto de las Azores,
Durão Barroso, como un hombre
fuerte de la Unión Europea.

Esto es Iraq hoy: un tablero de
ajedrez en el que Washington y Teherán
echan un pulso por el control
de la zona. Un lugar donde se
conculcan a diario los derechos humanos,
donde la corrupción campa
a sus anchas y donde los daños psicológicos
provocados por la violencia
y la injusticia perdurarán durante
generaciones. Un territorio
que merece justicia y libertad para
gestionar su futuro. Así lo establece
la ley internacional. Ya es hora
de que ésta se aplique.

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Olga Rodríguez es periodista especialista en Oriente Próximo y autora de los libros "Aquí Bagdad" y "El hombre mojado no teme la lluvia".

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BAGDAD. La autora, que cubrió la invasión desde Bagdad, señala que las tropas ocupantes hicieron todo lo posible por aumentar el odio étnico y religioso.
BAGDAD. La autora, que cubrió la invasión desde Bagdad, señala que las tropas ocupantes hicieron todo lo posible por aumentar el odio étnico y religioso.
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