OPINIÓN // EL OBJETIVO DE LA GUERRA NO FUE PROTEGER A LA POBLACIÓN
El linchamiento de Gadhafi: el regreso del sacrificio humano

El sociólogo francés Jean-Claude Paye analiza lo que ha supuesto la exhibición del cuerpo de Gadahfi tras su asesinato por miembros del CNT en Libia, los intereses de la guerra y la simbología que Occidente ha querido proyectar en todo el mundo.

14/11/11 · 13:00

El tratamiento del cuerpo de Mouammar Gadhafi revela la tragedia que ha vivido el pueblo libio. Sus restos mortales fueron objeto de una doble tratamiento de excepción, de una doble violación de orden simbólico en el cual se integra esta sociedad. En lugar de ser inhumado el mismo día de su muerte, como lo requiere el rito musulmán, su cadáver, con el fin de ser visto por los visitantes, fue expuesto durante cuatro días en una cámara fría. Esta exhibición se acompañó después de un entierro en un lugar secreto, a pesar de la demanda de recuperación del cuerpo dirigida por su esposa a la ONU.

Aquella doble decisión del nuevo poder libio inscribe a las poblaciones en una situación que la tragedia griega ya trató. Prohibiendo a la familia inhumar el cuerpo, el nuevo poder político sustituye al orden simbólico. Suprimiendo toda articulación entre “la ley de los hombres” y la “ley de los dioses”, el Consejo Nacional de Transición (CNT) las fusiona y concede el monopolio sagrado. Así, se pone por encima del político.

La decisión del CNT de negar los funerales a la familia y exhibir el cadáver tiene como propósito la supresión del significado del cuerpo, para guardar únicamente la imagen de la muerte. Se trata de que la imagen de la muerte de Gadhafi no tenga ningún límite. La exposición del cuerpo es sólo un elemento para su fetichización. Lo esencial se encuentra en las imágenes del linchamiento de Gadhafi. Capturado por Global System for Mobile Communications (GSM), que ocupa el espacio mediático y da vueltas repetidas. Esas imágenes se nos introducen, al mismo tiempo, en nuestra vida cotidiana. Nos deleitan. Nos dicen mucho, no tanto sobre el conflicto en sí mismo, pero sí sobre el estado de nuestras sociedades y sobre el futuro, ya programado, de Libia: una guerra permanente.

Las imágenes de la muerte de Gadhafi

Aquellas imágenes tienen una función de sacrificio, la de un cabeza de turco. Nos introducen en la violencia mimética, es decir, en una repetión de la matanza del mal personificado. Se opera de esta manera un regreso hacia atrás en la historia humana, trayéndonos a un estadio donde el sacrificio humano ocupaba una plaza central, que luego se dio a la ley. Aquí, la exigencia del goce suplanta el político, la pulsión remplaza la razón. El ejemplo más significativo está en la entrevista de Hillary Clinton que acoge las imágenes como una ofrenda. Jovial, exalta toda su potencia y comparte su júbilo a continuación del linchamiento: “ hemos venido, hemos visto, ha [Gadhafi] muerto!” declaró a una cadena de televisión CBS.

La violencia infringida al jefe libio es también, para los demás dirigentes occidentales, un momento propicio para expresar su satisfacción y gozar del suceso de su iniciativa. “Tampoco vamos a llorar a Gadhafi”, declaró Alain Juppé. El linchamiento es la prueba misma de que el asesinado era un dictador. La violencia de la matanza, perpetuada por “liberadores”, nos enseña que se trata de una venganza. Atestiguae trata de una venganza. Atesta de esta manera de que sus autores son las víctimas.

Las tomas de posición de nuestros dirigentes políticos, después de la difusión de estas imágenes, nos confirman que la eliminación de Gadhafi fue el objetivo de la guerra y no la protección de las poblaciones. La violencia de este último consistía esencialmente en el hecho de que no abandonó el poder, aunque era inconcebible que se quedase. Su imagen encarnaba la tiranía, ya que no encontró el amor de los dirigentes occidentales hacia las poblaciones libias. “[Gadhafi] se ha comportado de manera muy agresiva. Recibió buenas condiciones para rendirse, se ha negado”, añadió Juppé.

El cuerpo magullado se ha vuelto un icono. Las muestras de violencia dejan aparecer lo invisible. Estos estigmas muestran lo que se ha podido ver: la prueba de masacres que fueron perpetradas por Gadhafi. Son una revelación de su intencionalidad, de aquello en nombre de lo cual la OTAN justificó su intervención. Así, una identidad opera entre las masacres atribuidas al coronel y su cuerpo ensangrentado. Las marcas sobre su cuerpo vivo, y luego, sobre sus restos, no representaban la violencia de los “liberadores”, sino que llevan la marca de la sangre derramada por Gadhafi.

El poder de Occidente

Las imágenes del acto de sacrificio permiten a nuestros dirigentes exhibir un poder sin límite. El ministro francés de la defensa, Gérard Longuet, reveló que la aviación francesa, a demanda del Estado mayor de la OTAN, había “parado”, es decir bombardeado, el convoy en el cual se encontraba Gadhafi. Reivindicaba de este modo un acto de violación de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Por eso, Alain Juppé también reconoció que el objetivo de la invasión era la puesta en el poder del CNT: “la operación tiene que parar ahora ya que nuestro objetivo, acompañar a las fuerzas del CNT en la liberación de su territorio, se ha alcanzado.”

El asesinato de Gadhafi, este acto de “venganza de las víctimas”, tiene como consecuencia que no esté juzgado. Este asesinado interesa a las firmas petroleras y los gobiernos occidentales. Sus estrechas relaciones con el régimen del coronel no van a ser reveladas. La substitución de las imágenes del linchamiento en la organización de un proceso de la Corte Penal Internacional, tuvo como consecuencia, sobre todo, que lugar de pararse con la palabra, la violencia se ha vuelto infinita. Libia, tal como Iraq y Afganistán, volverá a ser el marco de una guerra perpetua.

Por lo que concierne nuestros regímenes políticos, se hunden en un Estado de excepción permanente. Este acompaña la emergencia de un orden absoluto, del cual el acto político se establece por encima de cualquier orden de derecho. Una intervención militar, comprometido en el nombre del amor de los dirigentes occidentales hacia las poblaciones víctimas de un “tirano” e idealizado por la exhibición del sacrificio de este último, revela una regresión de nuestra sociedad hacia la barbarie.

Los trabajos etnológicos, además del psicoanálisis, nos mostraron que el sacrificio humano supone un regreso a una estructura maternal. El amor y el sacrificio son los atributos de una organización social que ya no distingue el orden político y simbólico. Son paradigmas de una sociedad matriarcal que realiza la ilusión primordial de unificación a la madre, aquí, la fusión del individuo con el poder.

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

separador

Tienda El Salto