VENEZUELA // MOVIMIENTOS SOCIALES, GOBIERNO Y BUROCRACIA EN EL PROCESO BOLIVARIANO
La revolución desde la izquierda

Roland Denis, con una
larga tradición en los
movimientos sociales
venezolanos, analiza las
complejas relaciones
entre las organizaciones
sociales y el Gobierno de
Hugo Chávez.

04/06/06 · 20:47
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ALIANZA VARIADA. Los grupos que apoyan a Chávez muestran una gran heterogeneidad. / A.B.N.

Ni el chavismo ni la ‘revolución
bolivariana’ son
fenómenos políticos nacidos
desde un lugar de
izquierda, ése es su pecado original.
Nacen en la rebelión de las calles,
en las insurrecciones de los cuarteles
y no desde la decisión racional
de una vanguardia o bloque político
de izquierda que empuja un proceso
revolucionario hacia su victoria. Estamos
hablando entonces de un
fenómeno cargado de un barroquismo
originario tremendamente complejo
que se fue alimentando afortunadamente
de los insumos más
libertarios y radicales que en una
época de nuestra historia empezaron
a regarse por múltiples rincones
de la sociedad y del movimiento
popular, hasta llegar actualmente a
enarbolar las banderas del anticapitalismo
y el socialismo.

Si hay entonces una ‘base clasista’
en este movimiento, se generó con la
ayuda de ciertos núcleos combativos
del movimiento obrero y marxista,
pero sobre todo de un tipo de debate
e influencia de corrientes históricas
de lucha completamente heterodoxas
y diversas (las resistencias culturales,
el cristianismo liberador, el
‘cimarronismo’, la democracia de la
calle reivindicada desde los barrios,
movimientos sociales de todo tipo
muchas veces inesperados, la lucha
estudiantil, las sublevaciones populares
espontáneas, los movimientos
de liberación nacional, el bolivarianismo
revolucionario, la lucha armada,
el marxismo crítico latinoamericano,
el indigenismo, etc.). Y allí el
segundo pecado original del ‘movimiento
bolivariano’, su insólita diversidad
y heterodoxia, hoy representado
en la figura de Hugo Chávez.
Las críticas de la izquierda
Por un lado hay una izquierda que
radicaliza su discurso a partir de la
valoración del ‘carácter de clase’ de
este Gobierno (burgués, pequeño
burgués), y de los visos ‘populistas’,
‘reformistas’, ‘nacionalistas’ que corren
en su seno por razones de clase,
siendo por tanto un Gobierno condenado
a defender los intereses del
capital nacional e imperialista (nos
referimos a la mayoría de las corrientes
trotskistas, hoy muy activas en algunos
sectores obreros). Esto puede
ser totalmente cierto si nos atenemos
a un parámetro de comprensión totalmente
formal y sociológico donde
se contraponga en nuestra imaginación
política este Gobierno a uno dominado
por delegados de los trabajadores
y de las clases explotadas en
general, organizados e identificados
como tal. Una pregunta un poco estúpida
quizás: ¿después de la Comuna
de París y el primer gobierno
soviético (1917-1919) ha habido un
solo Gobierno en la historia que cumpla
con ese parámetro y haya perdurado
más de dos meses en ‘el poder’?
Si lo hubo, manden la información.

En todo caso preferimos admitir que
la historia ha demostrado que este
modelo adolece de inmensas carencias
e impotencia política.
Otra crítica de izquierda muy difundida
es la que llamaríamos
radical-nacionalista. Su centro crítico
se centra en el problema de soberanía,
más concretamente, en la
ambigüedad demostrada por el
Gobierno ante su posición ‘antiimperialista’.

Se critica que por un
lado el Gobierno enfrente declarativamente
el dominio imperial norteamericano
y por otro se establezca
una alianza privatizadora con el capital
transnacional petrolero a través
de las empresas mixtas. A ello
se anexan todo un conjunto de denuncias
que cubren el problema del
‘modelo productivo’ en su conjunto;
se critica que es una simple reproducción
del capitalismo desarrollista,
dependiente y depredador, los
planes de minería, el plan carbonífero,
el gasoducto del sur (red
única gasífera de Venezuela hasta
Argentina), la anexión de Venezuela
al IIRSA (otra cara del ALCA
desde el ángulo de las inversiones
en infraestructura), el pago
de la deuda externa...

Por otro lado, planes como los del
desarrollo carbonífero en el Zulia, la
penetración transnacional en los territorios
dedicados a la minería (oro,
diamante, fundamentalmente), los
modelos de desarrollo que se plantean,
la misma visión de integración
continental, el papel privilegiado
concedido al capital financiero, nos
deja bien claro que al menos la ‘transición
hacia el socialismo’ es todavía
muy dudosa y contradictoria. Ahora
bien: ¿esto quiere decir que Hugo
Chávez y su Gobierno no son más
que una pieza clave del imperialismo?

Nuevamente se impone un pensamiento
formal, vacío de hechos,
completamente abstracto e impotente
políticamente como en efecto lo
han demostrado muchas de estas
tendencias del ultranacionalismo.
Otra crítica, muy de izquierda también,
pero que es quizás la más ingenua,
dice que Chávez es un hombre
honesto, un verdadero revolucionario,
un hombre del pueblo comprometido
con sus ideales, pero rodeado
de una cuerda de traidores, de gente
falsa, de corruptos que se aprovechan
de su liderazgo, organizados
principalmente en los partidos oficialistas
(básicamente MVR, Podemos
y PPT) que a su vez los utilizan
como instrumentos principales de
apropiación de los puestos de Gobierno
y de los mandos en general
tanto del Estado como una buena
parte del espacio popular organizado.

Se dice entonces que el problema
fundamental de la ‘revolución bolivariana’
es la corrupción y el burocratismo,
reiterando su apoyo total
al presidente, pero alejándose cada
vez más de las nuevas elites que monopolizan
la representatividad política
del proceso revolucionario.

Lo más importante de esta crítica
no es su acertividad de análisis o profundidad
teórica (debilidad evidente:
la idealización de Chávez, la personalización
del poder), sino que se trata
de la única crítica que ha tomado
un rango masivo, se ha hecho ‘popular’
en todo el sentido de la palabra, y
que poco a poco se va exigiendo a
ella misma dar saltos cualitativos que
la obligan a pasar del comentario al
hecho político y la construcción de
estrategias de acción colectiva que le
permitan destruir el enemigo odiado
de la corrupción y el burocratismo.

Qué decir y qué hacer

Más allá de las interpretaciones dentro
de las esferas de vanguardia o en
el espacio popular, resulta importante
en estos momentos percibir lo que
es el desarrollo de un movimiento social
que aunque muchas veces fue
estimulado a crearse desde las esferas
burocráticas de las direcciones
de Gobierno (Comités de Tierra,
Consejos Comunales, Comités de salud,
de energía, de agua), comienza a
tomar distancia de estas formas de
dirección y establecer sus propias políticas
y estrategias, desarrollando
una actitud crítica ante el Estado en
su conjunto. Junto a los movimientos
sociales autónomos más importantes
(campesinos, empresas recuperadas,
populares, estudiantiles, indígenas),
esta base organizada del
movimiento popular es la matriz de
clase imprescindible para la profundización
de la revolución. Si ella no
encuentra un teatro común de acción
política y construcción societal, lo
más probable es que la ‘revolución
bolivariana’ comience en los próximos
años un declive de tal magnitud
que desaparezca como fenómeno real
de ejercicio de justicia, libertad y
construcción de soberanía, independientemente
de Chávez.

Hoy en día nos encontramos en un
momento de ‘máxima confusión’ ya
que por un lado la ofensiva imperialista
sobre Venezuela, la evolución
del ‘Plan Balboa’ junto al ‘Plan
Colombia’, en tanto diseños militares
de ataque a Venezuela, y la presión
de la campaña electoral (la campaña
por los diez millones de votos),
ayudan a cohesionar las bases populares
sobre la figura de Chávez y la
posición del Gobierno. Pero al mismo
tiempo la descomposición institucional
que se vive, siendo cada vez
más patente dentro de los gobiernos
municipales y estatales (alcaldías,
gobernaciones, en una inmensa mayoría
en manos del ‘bloque del cambio’)
produce una impotencia colectiva
que raya o en la desesperación o
muchas veces en la desesperanza.

Por otro lado, los mismos mandos
institucionales se inquietan, generando
por su lado una tendencia cada
vez más agresiva de control tanto
de los procesos sociales de organización,
de autogobierno, como de
experiencias productivas y obreras
tanto en la esfera cooperativa como
dentro de las empresas recuperadas.
Una situación de ‘máxima confusión’
ante la cual las dirigencias de base
tienden a repetir el mismo esquema
aprendido desde hace al menos cuatro
años: callar, esperar, seguir organizando,
no confundir el enemigo,
pero esto también ya empieza a hacerse
corto. Se necesita dar un paso
adelante conjunto. Hasta ahora los
intentos han sido interesantes pero
no suficientes (la movilización emprendida
por sectores de los movimientos
indígena, minero, campesino,
obrero, sobre todo).

Esta situación nos obliga a dar un
salto cualitativo conjunto que nos coloque
al límite de una nueva situación
donde la relación entre Gobierno
y movimiento popular ‘no
administrado’ cambie radicalmente.
Hoy han surgido por la geografía nacional
núcleos críticos y de lucha que
prácticamente inundan todo el conjunto
del espacio organizado de base.
Estas luchas dispersas defienden
la ‘revolución bolivariana’, pero a la
vez constituyen un fiel testimonio del
agotamiento del esquema institucional
de Estado como palanca central
del proceso transformador.

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