Los jóvenes palestinos se rebelan contra las políticas de ocupación de Israel. Sin embargo, los ánimos no están altos tras años de opresión en los territorios ocupados.
Texto de Enrique Gómez
En la plaza central de la Universidad de Bir Zeit, un recinto que no tiene nada que envidiar a los mejores campus europeos, resuenan las voces con las que unos trescientos estudiantes, reunidos en círculo, expresan argumentos a favor de los presos políticos encarcelados en la prisión de Ofer, el único centro penitenciario israelí construido en territorio palestino.
Una vez que concluye el acto, los estudiantes se dirigen hacia los autobuses gratuitos que les llevarán hasta la prisión, para seguir con sus protestas. Cubiertos con sus kufiyyas, en las ventanas de los autobuses solo se reflejan los ojos de los jóvenes encendidos de emoción, al ver como unos metros más allá se levantan columnas de humo negro, procedente de varios neumáticos ardiendo, y estelas de color blanco que corren por el cielo como estrellas fugaces, lanzadas desde los límites de la prisión por las tropas israelíes.
Los manifestantes no tardan en descargar las hondas, una y otra vez, en dirección a los soldados. Durante más de dos horas se suceden los golpes, los gritos y las carreras ante los disparos de balas de goma, gas y munición real.
Algunos estudiantes no acuden a la manifestación, prefieren charlar a la puerta de su facultad; esa batalla no va con ellos: “Sólo quiero terminar mis estudios y marcharme de Palestina”, explica una alumna de ciencias políticas arropada por su grupo de amigos, entre los que hay diversidad de opiniones: “Si los judíos siguen tratándonos como animales, habrá infinitas intifadas”, responde otro intimidado por la pasividad de sus colegas. “Hasta que Alá quiera, no habrá una próxima intifada.
Alá decide”, comenta otra estudiante.
Los jóvenes palestinos
“La tendencia en los jóvenes es la de ser más individualista, pensar en el propio futuro, no en el colectivo”, explica Ala Alazeeh, profesor de Antropología Cultural en la universidad de Bir Zeit. “De forma legítima, como sucede en el resto del mundo”, apunta.
Entre las estrechas calles del campo de refugiados de Al-Dheisheh, en Belén, se encuentra el Centro Juvenil para el Desarrollo de la Comunidad, LAYLAC. Naji Owdah, su director, argumenta lo ocurrido en Palestina desde la primera intifada, en 1987, como un círculo que se retroalimenta: la mala economía; los mártires; la enorme cantidad de prisioneros políticos; los colonos y los chekpoints desgastan a la población. Ésta se rebela y empieza la guerra, lo que aumenta el dolor drásticamente. Pronto se suceden las negociaciones para acabar con esa situación. Se llegan a acuerdos económicos que los cansados ciudadanos aceptan a pesar de considerar insuficientes.
Esa debilidad de compromisos vuelve a traer más corrupción, más problemas… La guerra vuelve a estallar; “Pero, ahora, ¿qué puede ocurrir cuando ves a diario la podredumbre política? ¿Qué piensan los palestinos a los que roban y echan de sus casas?”, explica Naji, “El problema hoy es: ¿contra quién dirigir todo ese enfado?”.
Las protestas se suceden: manifestaciones en Ramala contra la política económica; en Hebrón contra los asentamientos; en la prisión de Ofer, por la situación de los presos políticos… Pero ninguna llega a cuajar en una gran explosión social.
“Para que haya una tercera intifada se tienen que dar a la vez tres premisas: un buen líder, una reacción muy fuerte y que esta sea apoyada por toda la población. Hoy no se da ninguna”, explica Omar Saleh, profesor de la Universidad Tecnológica de Nablus.
La muerte de Yasir Arafat en 2004 dejó huérfanos a muchos palestinos que ahora no encuentran una figura representativa. Las ONG colonizan el país, en una “segunda ocupación”, la mayoría de sus fondos “no llegan a la población que los necesita”. “Los palestinos estamos desamparados en manos de los EE UU.”, explica Saleh.
La miseria de la ocupación
Balata, en Nablus, es el campo de refugiados más poblado de Palestina. En apenas un kilómetro cuadrado conviven más de 27.000 personas. Los edificios se concentran, dejando apenas espacio entre las callejuelas. El centro médico es atendido por tres doctores que se reparten toda la población. El paro general es del 46%; y asciende al 74% en jóvenes por debajo de los 29 años. Sus callejuelas están atestadas de gente desocupada, de comercios que día a día van cerrando y que carecen de una mínima higiene.
“Los jóvenes se pasan años buscando trabajo y no lo encuentran. Sin dinero no pueden casarse; la religión musulmana prohíbe el contacto de las parejas antes del matrimonio. ¡Los jóvenes carecen incluso de la posibilidad de tener sexo!”, exclama Mahmoud Subuh representante del Centro Cultural de Yafa. “Viendo esto se puede comprender por qué nos volvemos locos”, explica.
Después de prender su tercer cigarro, Mahmoud se relaja evocando la figura de Espartaco y el Che Guevara y las circunstancias que les llevaron a revelarse. “En realidad, la tercera intifada ya está ocurriendo. A más pobreza, más radicalidad. Con la opresión, la gente queda fuera de control”, apunta entre el humo del tabaco. “A pesar de eso, yo rezo porque no ocurra. Si la tercera intifada estalla, ese odio lo destruirá todo”.
El estado de ánimo en la sociedad palestina es pesimista. Los cientos de kilómetros de muro que los israelíes no cesan de ampliar tapona su futuro. Unos planean marcharse en cuanto tengan oportunidad; otros imploran porque no estalle la revolución; el resto reza por lo contrario. “Los palestinos estamos dramáticamente inestables. Por eso, en cualquier momento y lugar puede empezar una nueva intifada”, indica Mahmoud Suhut.
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