"LAS POLÍTICAS ""DEMOCRATIZADORAS"" ESTADOUNIDENSES EN EL MUNDO ARABOMUSULMÁN"
La nueva túnica de Neso: Estados Unidos y la democracia musulmana

El autor hace un repaso por las políticas expansionistas
y depredadoras del imperio estadounidense en los países
musulmanes, en abierta contradicción con su discurso
propagandístico de “democracia, libertad y justicia”.

01/02/07 · 0:00
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OCUPACIÓN. “Afganistán es otro caso crónico de este empacho democrático aportado por las píldoras energéticas de EE UU”.

Ha transcurrido un lustro
largo desde que EE UU
inició su programa especial
para promover la democracia
y los derechos humanos en
el mundo islámico para evitar, entre
otras cosas, el auge del terrorismo y
las tendencias antioccidentales (y,
por lo tanto, la ‘antimodernidad’).
Los atentados del 11-S y la eclosión
del llamado choque de civilizaciones
dictaron esta estrategia, que incluía
también el desarrollo de los ámbitos
económicos, culturales y sociales de
los países musulmanes. Éstos tenían
a principio de siglo los peores índices
en materia de derechos humanos, libertades
públicas y privadas y niveles
de bienestar social. Nadie dudaba,
pues, que había que hacer algo
para revertir la situación.

Pues bien: los programas de desarrollo
y cooperación, las reuniones
y congresos internacionales, las inversiones,
los consejos y admoniciones
de los centros de investigación,
las gestiones diplomáticas, las ocupaciones
militares, en fin, todas las
iniciativas lanzadas por la Administración
estadounidense para promover
la “democracia musulmana”
han deparado un resultado sorprendente:
para buena parte de la población
del mundo islámico Estados
Unidos se ha convertido en una nueva
versión de esa vieja y cansina costumbre
occidental de desplegar en
las “regiones inferiores” su arsenal
más nutrido de hipocresías, brutalidad
y vilezas. O, en otras palabras,
de alabarse y encomiarse con lo
avanzado de su sistema democrático
y de valores al tiempo que reproduce
en otros lares los comportamientos
más burdos y vergonzantes de la
práctica colonial. Conclusión: si de
verdad se quiere la democracia y la
justicia social en el orbe islámico hay
que hacer oídos sordos a las recomendaciones
estadounidenses.

Iraq es el mejor exponente de esta
propaganda criminal que ha convertido
la política de expansión y depredación -cuánta modernidad- en un
derroche de esfuerzo demócrata y libertador.
Todavía quedan estadounidenses -y también europeos: por
aquí tenemos a unos cuantos- que
creen que sus soldados y sus erarios
se despilfarran en Iraq en pro de una
causa justa y que la democracia
triunfará a pesar de la obcecación de
los musulmanes -qué poco modernos-.

Parece que aún no han reparado
en las suculentas ganancias de un
sector de su oligarquía comercial, política
y financiera, que ha medrado a
costa de esta guerra de rapiña y saqueo.
Algunos hay, también, que
afirman que en Iraq no hay libertad
ni seguridad ni igualdad a pesar de
las buenas intenciones de la potencia
ocupante, la cual hace lo que puede
para revertir esta situación “fatídica”
e inherente a la mentalidad
musulmana, reacia a la libertad. Qué
curioso: la potencia hegemónica que
se enorgullecía de saber hasta el color
de los calzoncillos del temible
Saddam Husein en los albores de la
guerra de 2003 es incapaz de aplicar
un sistema de gobierno honrado y
respetuoso con las libertades públicas.

Por no poder, o querer, ni siquiera
quiere que haya electricidad
ni agua potable. (Oh, dirán los justos
bienpensantes que-todo-lo-saben-
porque-así-son-las-cosas-y-asíse-
las-hemos-contado, cuánta ranciedad,
cuánto antiamericanismo,
cuánto rencor de progre ignorante.)

Afganistán es otro caso crónico de
este empacho democrático aportado
por las píldoras energéticas de
Estados Unidos. Tan entusiasmados
están iraquíes y afganos con esta maravillosa
receta, que la Casa Blanca
amenaza con exportar a otros confines,
que de vez en cuando se les ve
ahítos de nostalgia por los días brutales
de las dictaduras baazista y talibana.
En otros sitios lo que prevalece
es el estupor y la mofa: aún resuenan
las carcajadas de quienes se lo pasaron
de lo lindo escrutando las caras
de los opositores libios, muchos liberales
y, por lo tanto, decentes, cuando
vieron al dictador Gadafi recibir
el abrazo entusiasta de líderes occidentales,
en ristra, como chorizos,
porque había abandonado el “terrorismo
internacional” pero no la represión
y la violencia domésticas.

Los saudíes se preguntan si los emisarios
estadounidenses tienen alguna
preocupación, cuando van a Riad,
por sus derechos humanos, o si las
declaraciones, recurrentes, como las
tarjetas de Navidad, sobre la mejora
de la situación de la mujer y la restricción
de la Ley Islámica, sirven para
algo más que para arrancar concesiones
diplomáticas y petroleras.
Los palestinos, por su parte, son unos
ingenuos: por fin se les “concede”
elecciones legislativas libres y transparentes
y votan a los que no tenían
que votar, esto es, a Hamás, que al
día siguiente de ganar en las urnas
ya tenía el veto de casi todo el mundo.
Moraleja: lo importante no es votar
sino que salga lo que tiene que
salir. De los paquistaníes, qué decir:
les llevan prometiendo reformas y
sólo tienen más del poder militar de
siempre; los iraníes, los pobres, rezan
para que Bush, Rice y compañía
no se interesen mucho por ellos: si lo
que les reservan es una democracia
a la iraquí prefieren soportar las barbaridades
de sus ayatolás. Los egipcios,
que llevan un tiempo manifestándose
en las calles para pedir reformas
y cambios políticos, no saben
qué hacer ya para que la Casa Blanca
deje de apoyar su causa: cada vez
que aparece por El Cairo otro emisario
estadounidense a Mubárak le sale
un diente más. Ahora, con la coalición
que Washington pretende armar
entre los “Estados sunníes moderados”
para aislar a Irán, todos
estos regímenes, el jordano, el egipcio,
el paquistaní, el saudí, viven sus
grandes días de ‘gloria’ democrática.

Y los somalíes: Washington les
ha mandado a su flota y las tropas
etíopes para expulsar a los islamistas,
qué poco demócratas, y reponer
a los señores de la guerra, que
al fin y al cabo llevan haciendo en
Somalia desde 1991 lo mismo que
EE UU en Iraq desde 2003: robar,
saquear y destruir.
No hace tanto que George W.
Bush afirmara aquello de “the peoples
of the Islamic nations deserve
the same freedoms and opportunities
as people in every nation”. Como
tantas cosas que él y los suyos dicen,
no dejan de ser palabras de terso tañido.

Pero ya han dejado de resultar
pintorescas para convertirse en lacerantes.
La tomadura de pelo democrática
del régimen de Washington
está costando cientos de miles de vidas
y un estado de tensión y crisis
permanentes en la mayor parte de
las regiones islámicas, sobre todo
Oriente Medio; a la par, perpetúa en
el poder a oligarquías corruptas y feroces
que reprimen con tesón a su
opinión pública. Lo peor de todo es
que tanto denuedo democratizador
no está atajando la expansión del radicalismo
y el terror; ni siquiera está
salvaguardando los sacrosantos intereses
nacionales de Estados Unidos.
Al contrario, ha devenido una
inmensa y absorbente túnica de
Neso que ninguna sociedad musulmana
quiere vestir.

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