“Lucha entre poderes
del Estado”, “sucesión
constitucional”... Lejos de
eufemismos, los movimientos
sociales han organizado
una respuesta masiva al
golpe de Estado.
“Nos están masacrando”, gritaba entre
la confusión un manifestante en
el aeropuerto internacional de Toncontín
en Tegucigalpa. Decenas de
miles de personas se habían agolpado
el 5 de julio, por segunda vez en
dos días, para recibir al presidente
Manuel Zelaya, apoyado en todo
momento por los mandatarios de países
como Argentina, Venezuela,
Ecuador o Paraguay, y por instituciones
como la Organización de Estados
Americanos (OEA) y la ONU.
TeleSUR confirmaba la muerte de al
menos dos personas, uno de ellos
menor de edad, y decenas de heridos
a manos de las fuerzas especiales
del Ejército. Mientras tanto, el
presidente de facto, Roberto Micheletti,
acusaba a Nicaragua de preparar
una invasión inminente, mientras
intervenía Radio Globo, uno de
los pocos medios independientes,
para retransmitir la rueda de prensa
del Gobierno en funciones. “Retroceso
de 30 años”, rezaba una pancarta
en el aeropuerto de Toncontín.
“Si EE UU convive con golpistas se
termina la democracia en América”,
dijo Manuel Zelaya desde el avión
que sobrevolaba Tegucigalpa.
Se organiza la resistencia
“La gente en este momento está viniendo
por montañas, por laderas,
por valles, cruzando ríos, porque todas
las carreteras están tomadas por
el Ejército”. De esta forma relataba
Luis Galdanas, director del programa
Tras la Verdad, de Radio Globo,
el lento peregrinaje de decenas de
miles de hondureños hacia la capital.
El 4 de julio, un día antes de la
esperada vuelta de Zelaya, una marea
de más de cien mil personas
procedentes de todos las regiones
del país se reunía en la capital.
“La gente de las áreas rurales se
ha venido a Tegucigalpa. No les importa
quedarse a dormir en las calles.
Todos esperan al presidente Manuel
Zelaya”, señala Galdanas.
El peregrinaje había estado rodeado
de obstáculos. “El Ejército vino en
el desvío de Limones, golpeó a nuestra
gente, disparó contra nuestros
autobuses y agarraron a muchos”.
Así describía el padre Andrés Tamayo,
premiado en 2005 con el prestigioso
premio ambiental Goldman,
el ataque de 200 soldados contra una
columna de manifestantes que pretendía
llegar a Tegucigalpa. Los manifestantes
corrieron a esconderse.
Una escena repetida en todas las carreteras
del país. Los relatos de cargos
afines a Zelaya, periodistas independientes
y decenas de líderes y activistas
sociales, forzados a la clandestinidad
y a las detenciones arbitrarias,
han inundado la red.
Reina Rivera Joya, directora del
Centro de Investigación y Promoción
de los Derechos Humanos (DD HH)
precisa que hasta el viernes 3 de julio,
590 personas habían sido detenidas
por motivos políticos.
“La situación es de absoluta indefensión”,
señala a DIAGONAL Reina
Rivera Joya. “En teoría, el toque
de queda y el estado de excepción
sólo es nocturno, pero durante el
día se dan una serie de restricciones
a garantías constitucionales: retenes
militares en las salidas del país
y de las principales ciudades, los
militares no dejan avanzar a las manifestaciones
que vienen hacia la
capital, ametrallan sus buses, persiguen
a los líderes, los capturan... y
para mantener la imagen de que
hay normalidad los vuelven a liberar,
los capturan, en una especie de
juego continuo”, narra esta defensora
de los DD HH.
“Están haciendo una campaña
psicológica de terror y miedo contra
la prensa y contra la población”,
explica el periodista Luis Galdanas.
Una lección aprendida por el
jefe del Estado Mayor del Ejército
y máximo responsable militar del
golpe, Romeo Vázquez Velázquez,
en su paso por la Escuela de las
Américas en 1976 y 1984, según
publicó el diario La Vanguardia.
En esa misma escuela militar se
formó en 1994 el actual jefe de las
Fuerzas Aéreas, Javier Prince Suazo.
Por si hubiera problemas de falta
de experiencia en guerra sucia,
el Gobierno de Micheletti fichó el 1
de julio como ministro asesor a
Billy Joya, acusado por organizaciones
de DD HH de coordinar torturas
y asesinatos en Honduras durante
los años ‘80.
Pese a la represión, las centrales
obreras, el movimiento campesino,
así como organizaciones de maestros
y estudiantes se organizaron
desde los primeros días en torno al
Frente de Resistencia Popular para
exigir la vuelta del presidente derrocado.
De tímidas protestas aisladas,
la oposición al golpe militar fue creciendo
día a día. Al cerco de la Casa
Presidencial, en el que participaron
miles de personas, le siguieron manifestaciones
y tomas de carreteras a
lo largo del país, y una constante caravana
de manifestantes hacia la capital
a medida que se acercaba la
prometida vuelta de Zelaya. La marcha
del 3 de julio frente a al edificio
de la OEA en la capital o las manifestaciones
en San Pedro Sula, la segunda
ciudad más grande del país,
reunieron a decenas de miles de personas.
Sin embargo, fueron las manifestaciones
favorables al Gobierno
de Micheletti las que monopolizaron
los espacios informativos.
“Total normalidad”
A la acción del Ejército, legitimada
por la Corte Suprema y el Congreso
con la suspensión de las garantías
constitucionales, decidida
el 1 de julio, se le sumó la colaboración
de la Iglesia y los grandes
medios de comunicación del país.
“El poder se ha apoderado de todo,
hasta de la conciencia de la gente”,
señala el padre Tamayo.
El control de la información fue
una de las prioridades del nuevo
Gobierno. En la madrugada del domingo
28 de junio, minutos antes de
que el Ejército asaltase a tiros la residencia
de Manuel Zelaya, un corte
de luz neutralizó los medios de comunicación
de todo el país. Cuando
volvió la señal, fue para retransmitir
música tropical, telenovelas y manifestaciones
a favor del nuevo Gobierno
de Roberto Micheletti.
El periodista Luis Galdanas, que
tuvo que saltar desde un tercer piso
para huir de la sede de radio Globo
cuando los militares rompieron el
portón de entrada, precisa las relaciones
entre los sectores que apoyaron
el golpe y los principales medios
de comunicación: “El diario La
Tribuna es del ex presidente Carlos
Roberto Flores. Él es el que puso a
Roberto Micheletti en el Congreso.
Micheletti es el conserje de Roberto
Flores. Los diarios El Heraldo y La
Prensa son de Jorge Canahuati.
Este hombre tiene un montón de
maquilas con más de 80.000 personas
empleadas, que obliga a desfilar
en las marchas pro Micheletti.
Rafael Ferrari, el dueño de Televicentro,
junto con Carlos Flores, con
Jorge Canahuati y el político Arturo
Corrales, son los que ponen y quitan
presidentes en Honduras. La
Tribuna, El Heraldo, La Prensa,
Canal 10, Canal 3, Canal 7, Canal 5,
Radio HRN, Radio América, Radio
Moderna, Radio Satélite, todas forman
parte de una cadena de medios
manejada por cinco personas”.
“El problema”, comenta Luis
Galdanas, “es que estos políticos
manosean la Constitución y la pisotean
y la violan a cada momento,
cuando a ellos les conviene. El pueblo
quiere que esta Constitución se
reforme y que se convoque una
constituyente donde todos los sectores
estén representados”.
“Si cualquier militar simplemente
porque recibe órdenes de grupos
mafiosos puede tomar el poder,
la democracia se convierte en
una farsa para sostener los privilegios
de unos pocos que se apropian
de las riquezas nacionales”,
dijo Zelaya mientras su avión se
dirigía a Managua, después de fracasar
en su intento de aterrizar en
el aeropuerto de Toncontín.
‘Mel’ Zelaya
¿Por qué un líder de familia acomodada,
miembro de uno de los
partidos tradicionales, ha conseguido
reunir en su persona el
apoyo popular? Para Wendy Cruz,
de Vía Campesina en Honduras,
“en los primeros dos años de
Gobierno no hubo señales de
cambio en el país”, pero medidas
como el rechazo a las presiones
para privatizar algunas
instituciones del Estado como la
Portuaria, o la Empresa de Energía
Eléctrica, cambiaron esta
percepción. El ingreso en el
ALBA, el acuerdo con Venezuela
para reducir el costo del petróleo,
pero, sobre todo, el aumento
del salario mínimo en un
70%, le reportaron una considerable
base de apoyo popular.
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