Lejos de suponer una
solución, las políticas de
responsabilidad social
empresarial no sirven
para evitar la explotación
en el sector textil.
Pese a que Europa y EE UU
mantenían hasta 2005 medidas
proteccionistas ante
la importación de ropa de
los países asiáticos a través del
Acuerdo Multifibras, el mercado de
productos textiles ha sido precursor
en lo que a internacionalización
y liberalización se refiere. Las grandes
firmas de moda y de ropa deportiva
han creado potentes redes
de proveedores en todo el mundo,
reduciendo drásticamente el volumen
de producción en las factorías
de sus países de origen.
Desde los años ‘80, algunos sindicatos,
organizaciones y plataformas
internacionales, como la Campaña
Ropa Limpia, denuncian las
condiciones de explotación laboral
que viven las personas que trabajan
en la industria de la confección en
las zonas de nueva industrialización.
Jornadas laborales de más de
14 horas, salarios de miseria, represión
y persecución sindical, atrasos
sistemáticos en los pagos de los salarios
o el impago de las horas extras
son situaciones que denuncian
organizaciones de personas trabajadoras
de todo el mundo.
En un principio, las firmas internacionales
declinaron cualquier
responsabilidad ante estos abusos
argumentando que las prácticas de
sus empresas proveedoras no entraban
en su campo de actuación.
No obstante, la sucesión de escándalos
que ligaban el nombre de
grandes firmas deportivas como
Nike a casos de explotación infantil
les obligaron a contestar estas denuncias.
Las respuestas se han materializado
en las políticas de responsabilidad
social empresarial
(RSE) que se vienen publicitando
desde mediados de los ‘90. Gigantes
de la moda, como Inditex,
The Gap o H&M, disponen de códigos
de conducta laborales que establecen
los estándares mínimos que
se deben cumplir en todas sus
fábricas proveedoras. Incluso grandes
empresas de distribución no
especializadas en moda, como Aldi,
Walmart o Carrefour, han hecho
públicos sus códigos de conducta.
Desde estas corporaciones se argumenta
que gracias a los compromisos
voluntarios de RSE su
producción constituye una vía para
incrementar las exportaciones
y generar empleo garantizando el
respeto de los derechos laborales.
Pero esta argumentación olvida
que los enormes beneficios de las
firmas internacionales se basan en
la amenaza de deslocalización y
en la competencia a la que se somete
a trabajadores y trabajadoras
de todo el mundo para ofrecer a los
inversores internacionales los costes
de producción más bajos y las
condiciones comerciales más favorables.
Lejos de generar riqueza, las
fábricas que se instalan en países
empobrecidos realizan una inversión
cortoplacista y se aprovechan
de situaciones previas de miseria
para exprimir a unas trabajadoras
expulsadas del campo por las presiones
de la agricultura industrial.
Más de 20 años de RSE no han bastado
para mejorar la situación de
los obreros y las obreras de la confección.
Los salarios constituyen un
ejemplo paradigmático de esta inoperancia
y de la falta de interés por
el bienestar de los millones de trabajadores
y trabajadoras. El salario
medio de una trabajadora de la confección
en Asia se sitúa en los dos
dólares por jornada laboral. El país
donde se pagan los salarios más bajos
es Bangladesh, donde una obrera
puede llegar a ingresar 34 euros
mensuales, si se le pagan las horas
extra. Aunque los precios en Bangladesh,
India o China sean más bajos
que en Europa o EE UU, ONG y
sindicatos calculan que el salario
que una obrera bengalí debería cobrar
para equiparar su capacidad
de compra a la de una obrera media
occidental, se situaría alrededor
de los ocho dólares diarios.
Pero los salarios no son el único
atractivo. Los costes se reducen en
todos los ámbitos de la producción.
En febrero, 21 personas perdieron
la vida en la fábrica Garib&Garib
Sweater Factory, proveedora de,
entre otras, la firma sueca H&M.
Las fábricas y talleres en los que se
producen estos siniestros no reunirían
los requisitos mínimos para ser
espacios usados para la producción
manufacturera en otros países, pero
para competir en los mercados
internacionales hay que ofrecer alguna
ventaja comparativa.
Se exige a las fábricas productoras
una competitividad basada en
la reducción a casi cero de los costes
laborales y fiscales y en la capacidad
para servir los pedidos de forma
rápida y flexible. Para ahorrar
costes de almacenaje y para no acumular
producto que quizá no tenga
el éxito esperado, las firmas de moda,
de ropa deportiva o las cadenas
de distribución imponen además
plazos de entrega cada vez más cortos.
Como consecuencia, la comercialización
de ropa se convierte en
un sector dominado por unas pocas
empresas transnacionales con miles
de fábricas proveedoras que
asumen sus draconianas condiciones
haciendo pagar los costes reales
de esta forma de producir a las
trabajadoras.
artículos relacionados:
- [El textil 'made in Spain' se desangra ->11710 ]
- [Precariedad en las fábricas de ropa de Tánger->11711]
comentarios
0