Palabras que tratan de justificar la intervención militar en Libia
La ’guerra humanitaria’: una guerra contra el lenguaje

El doble lenguaje con el que los distintos gobiernos trantan de justificar la guerra contra Libia por la Comunidad Internacional es analizado para DIAGONAL por el sociólogo Jean-Claude Paye.

13/06/11 · 8:00
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El discurso de nuestros gobernantes resulta un elemento esencial para comprender la intervención militar en Libia. Aunque no permita comprender lo que está pasando sobre el terreno ni las claves materiales del conflicto, sí permite constatar que la «guerra humanitaria» es también una guerra contra el lenguaje. Nos sitúa en la imagen, suprimiendo así toda posibilidad de oposición.

Por ejemplo, el comunicado de prensa difundido el 15 de abril por Barak Obama, Nicolas Sarkozy y David Cameron, publicado simultáneamente por The Times, The International Herald Tribune, Al-Hayat y Le Figaro, nos comunica que “No se trata de deshacerse de Gadafi por la fuerza. Pero resulta imposible imaginar un futuro para Libia con Gadafi.” Esta declaración junta dos planteamientos contradictorios: no se trata de una acción militar contra Gadafi, pero es impensable que, tras la intervención, este siga en el poder.

Esta propuesta encaja perfectamente con el oxímoron construido por la guerra humanitaria: dos términos que se excluyen mutuamente pero que se presentan fusionados. El efecto de estas construcciones consiste en trastocar el sentido de cada uno de los conceptos. La guerra es la paz y la paz es la guerra. La intervención militar queda así identificada con la paz, puesto que es desencadenada para salvar a la población. Unas intenciones humanitarias que sin embargo excluyen cualquier negociación y se basan en medios exclusivamente militares.

No se establece una relación entre el objetivo anunciado y los medios militares implicados, así como sus consecuencias sobre la población. La interpretación de lo real se convierte así en un obstáculo para el cumplimiento de los objetivos de esta guerra: la protección de una población indefensa. Por ello, tampoco se rechazan los hechos, pero su observación queda en suspenso, para que no estorbe al sentido propuesto. Se trata de liberar a este de toda observación, para que sólo queden a la vista las buenas intenciones de la guerra humanitaria: el amor hacia las víctimas.

El comunicado afirma que el llamamiento de las víctimas estaría en la base de la intervención militar. Pero, al declarar que “sería impensable que alguien que ha querido masacrar a su propio pueblo pueda desempeñar ningún papel en el futuro gobierno libio”, añade un elemento suplementario: la capacidad de nuestros gobernantes de anticipar el clamor de la población. Esta anticipación nos confirma que la actuación no se dirige hacia víctimas concretas sino hacia su imagen.

La materialidad de los hechos, la represión sufrida o las masacres realizadas no son los elementos que permiten señalar a las víctimas, únicamente puede hacerlo la mirada pura, libre de toda sujeción a un objeto, que el poder lanza sobre los acontecimientos. Así por ejemplo, los habitantes del emirato de Barhein, aunque están siendo violentamente reprimidos por sus gobernantes, con el apoyo de tropas de una potencia extranjera, Arabia Saudí, no son sin embargo señalados como víctimas. En cambio, la población libia estaría condenada a ser masacrada por Gadafi, aunque no se haya aportado ninguna prueba al respecto, más allá de las declaraciones realizadas por el propio dictador.

La voz de la población machacada por Gadafi es la implantación de una imagen, de un significado originario que nos instala en la psicosis. Es la creación de una nueva realidad, liberada de su función lingüística, que nos invade. También aquí, la observación de los hechos queda en suspenso. La voz de las víctimas constituye el soporte para una creación exnihilo: la implantación de un nuevo orden internacional que ya no se estructura en torno a tensiones y conflictos de intereses sino que se basa en el amor hacia los pueblos víctimas de tiranos.

La voz transmitida por la imagen de la víctima no habla. Su acción es silenciosa pero dicta la verdad. Se plantea como sentido, como significado originario. Es lo que ocupa el lugar de lo que Lacan, analizando la estructura psicótica, designaba como el significante originario, lo simbólicamente real, la parte de lo real que es directamente simbolizada. El logos, lo simbólicamente real, en tanto que permite la inscripción en la realidad, es posibilidad de un devenir. En cuanto a la imagen de la voz de las víctimas, esta anula toda inscripción, toda capacidad de simbolización de lo real. Suprime la función de la palabra y, con ello, toda posibilidad de oposición. Nos sume en un silencio traumático.

La guerra humanitaria, ordenada por la imagen de las víctimas, nos introduce directamente en lo sagrado. Las masacres, evitadas por la intervención militar, existen gracias a la imagen de la voz de las víctimas, que los líderes occidentales han sabido escuchar preventivamente. La violencia del dictador, expuesta en el discurso, aparece sin objeto de referencia. Posee, como René Girard ha teorizado en La violence et le sacré [‘La violencia y lo sagrado’], un carácter originario.

Adopta también la forma de la venganza, de dos violencias miméticas, una fuera de la ley: las masacres que Gadafi inevitablemente realizaría, y la otra dentro de la ley, basada en lo sagrado, en el amor hacia las víctimas. No hay más partes, la ONU queda anulada. Su declaración de un espacio de exclusión aérea para proteger a las víctimas no sólo ha sido inmediatamente violada por el apoyo a los insurgentes, sino también negada por el discurso, por la declaración paralela de que Gadafi debe desaparecer. La imagen de las víctimas nos sitúa fuera del lenguaje. Desbarata así la Ley y suprime todo margen de actuación para detener la violencia.

*Traducción del francés de Eric Jalain, Aeiou Traductores Coop.

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