¿Podrían los millones de
Bill Gates, de Ted Turner o
de George Soros cegarnos?
¿Cómo explicar que
se hable tanto de su
generosidad si en proporción
dan menos que el
conjunto de los pobres?
- Dibujo: KOKO PARRILLA
Después de 12 años de liderazgo
incontestable,
Bill Gates ha dejado de
ser el hombre más rico
del planeta. Ha sido destronado
por el mexicano Carlos Slim. El
magnate de los medios de comunicación
por fin ha conseguido robarle
el puesto al fundador de Microsoft,
pero su victoria es amarga.
Los tiempos cambian y la riqueza
ya no es ‘el no va más’. Hoy en día,
el ganador es el más generoso y Bill
Gates sigue siendo el número uno.
Carlos Slim se ha visto en la obligación
de concursar en una nueva
liga: la de ‘la buena imagen’. Por
ello, incrementó considerablemente
sus actividades filantrópicas. El
año pasado, cuando la revista Forbes
le concedió el título de segunda
fortuna del planeta, Slim había
anunciado que planeaba donar
cerca de 10.000 millones de dólares
a obras de caridad en cuatro
años. La noticia había sido bastante
bien recibida en México, un país
donde más del 50% de la población
vive en la pobreza.
Pero sería interesante analizar
los motivos de tamaño desinterés
por lo material. Los más indicados
para satisfacer nuestra curiosidad
son los Gates. Grandes gastadores,
Bill y Melinda dan más que la
Organización Mundial para la Salud.
Las cifras son impresionantes:
la Bill & Melinda Gates Foundation
es la ONG más grande del
planeta con un presupuesto de
30.000 millones de dólares.
En 1997, Ted Turner (fundador
de la CNN) había dado mil millones
de dólares a las Naciones Unidas
y había criticado el pequeño
universo de los súper ricos, denunciando
que no daban casi nada a
sus conciudadanos. Pero Bill Gates
hizo mucho más que esto: entregó
sus acciones de Microsoft (21.000
millones de dólares) a su fundación.
Numerosas personas se preguntaron
entonces si el trabajo filantrópico
de Gates no era también
una forma de mejorar su imagen.
En aquella época, la coyuntura no
iba muy en su favor. En 1997, el Gobierno
americano le acusó de no
respectar sus leyes anti monopolio.
En efecto, Microsoft se comportaba
en el mercado como un depredador
despiadado que quería aumentar
a toda costa sus ya extraordinarios
beneficios. Luego, otros
aguafiestas asociaron su altruismo
a las masivas desgravaciones fiscales
que conseguía con la fundación.
Pero las críticas no pudieron acabar
con la nueva imagen que Gates
se había forjado a golpe de millones.
La estatura moral de este gran
personaje empezó a crecer y se elevó
hasta el mito cuando decidió dejar
su puesto de director general de
Microsoft.
Entonces, dejemos a Gates sobre
su altar de perfección y volvamos a
la ira de Ted Turner cuando criticaba
la poca generosidad de sus amigos
ricachones. Según sus cifras -y
son rigurosamente ciertas- los ricos
dan aproximadamente el 2% de
lo que poseen. Los pobres son más
generosos, dan el 3%. Esta cifra nos
permite escapar definitivamente
del problema bizantino: “Bill, ¿ángel
o demonio?”
¿Podrían los millones de Bill, de
Carlos, de Ted o de George Soros
cegarnos? ¿Cómo explicar que se
hable tanto de su generosidad si en
proporción dan menos? ¿Por qué
los medios de comunicación siguen
alabando a esos señores sin ningún
tipo de pensamiento crítico? Las
corporaciones y los grandes capitalistas
olvidan decir a los consumidores
que el dinero que entregan,
de una forma o de otra, vuelve siempre
a su punto de partida y el de
Gates no es una excepción.
Una filantropía contradictoria
_ Por un lado, Bill Gates
salva vidas en África,
por el otro, su fundación
trabaja con cobayas
humanas en Nigeria,
Camboya,
Camerún, Tailandia,
Botswana, Malawi y
Ghana. Un día, Bill da
fondos para la emancipación
de los jóvenes
negros americanos,
otro declara que la tortura
en China no es
obstáculo para su
negocio. Gates da
enormes sumas de
dinero para informatizar
África, porque el
peor enemigo de
Microsoft es el software
tipo Linux, gratuito en
la red... Parecería una
teoría de la conspiración,
pero fue el propio
Gates quien dijo sobre
sus productos en
China: «Cada año se
venden tres millones
de ordenadores en
China pero la gente no
compra software. Lo
harán un día. Y ya que
piratean, hagamos que
pirateen nuestros productos.
Se engancharán
a ellos y cosecharemos
los resultados».
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