Después de una década
de crisis, los japoneses
son testigos del fin
de un modelo de vida
ligado a la empresa. La
precariedad se extiende
entre los jóvenes.
- Foto: CK Koay.
El 30 de agosto tenía lugar
un vuelco electoral sin
precedentes en la historia
de Japón. Por primera vez
un solo partido (el Partido Democrático
del Japón) derrotaba al sempiterno
Partido Liberal Democrático.
La incapacidad del partido del
carismático Junichiro Koizumi para
superar más de una década de crisis
es una de las claves que explican
el cambio de Gobierno.
Durante muchos años las relaciones
laborales en Japón se caracterizaron
por una dedicación exclusiva,
vitalicia y devota del trabajador
a su empresa. A cambio de horas
extras y fines de semana impagados,
no disfrutar de muchas de
sus vacaciones por contrato y no tener
vida fuera del trabajo, los japoneses
disfrutaban de una cobertura
por parte de la empresa casi tan
completa como la del Estado en muchos
países europeos: guarderías,
vacaciones subvencionadas, hasta
seguros de desempleo corrían a cargo
de la propia empresa, que además
tenía un compromiso no escrito
de no despedir a sus empleados.
La crisis de los años ‘90 rompió
con este modelo. Durante esta década
las grandes empresas debieron
prescindir de algunos de sus
proveedores de menor tamaño y
muchos de estos pequeños negocios
quebraron. Más aún, las grandes
corporaciones despidieron a
gran cantidad de trabajadores.
Pero más allá de este efecto sobre
una gran mayoría de población
‘estándar’, la crisis ha dejado tras
de sí un número inusitado de japoneses
en una precariedad absoluta.
El caso más extremo son los miles
de sin techo que pueblan los
parques de las grandes ciudades
con sus chabolas de lonas azules y
que son en general gente de mediana
edad que quedó totalmente
fuera del sistema durante la crisis,
al perder su medio de vida. Esta
problemática es ignorada por las
autoridades y la sociedad japonesas,
que no proporcionan a estas
personas en situación de extrema
necesidad la más mínima cobertura
social, acostumbrados a que fueran
las empresas las que se encargaban
de las necesidades sociales
de la población.
En un escalón sólo ligeramente
superior se encuentran los day
workers: personas sin empleo fijo
que solían obtener trabajos precarios
que duraban en general sólo
un día en la construcción o similares,
y cuya situación, ya precaria
a priori, quedó extremada con el
aumento del desempleo que los
afectó especialmente y del que
nunca se han recuperado.
Contratos basura
Y en los últimos años se ha añadido
toda una nueva categoría de precarios,
los denominados friitaa (palabra
creada a partir del inglés freelance),
que se ha cebado en las generaciones
jóvenes que salieron al
mercado laboral en medio de la crisis.
Estos jóvenes saltan de un trabajo
parcial y temporal a otro, bajo
contratos conocidos comúnmente
como baito (del alemán arbeit), que
no proporcionan cotización a la Seguridad
Social ni ningún tipo de cobertura
médica o de otro tipo. Estos
contratos fueron creados durante la
crisis para “flexibilizar” el mercado
laboral, y permitían a los estudiantes
ganar algún dinero compatibilizando
sus clases con trabajos en los
que podían fijar libremente el horario
de común acuerdo con el empleador,
incluso los días y duración
de su jornada. Pero con el tiempo
muchos de estos jóvenes (gran parte
de ellos, como decimos, incluso
graduados universitarios) han ido
dándose cuenta de que no había un
“más allá” de los baito. En torno a
los 30 años gran cantidad de japoneses
han acabado por descubrir
que nunca conseguirán uno de esos
trabajos fijos, bien remunerados y
con seguro médico que sus padres
tenían asegurados y quedan estancados
en estos empleos ultraflexibles,
como dependientes de cadenas
de comida rápida, cafés o tiendas
24 horas. En los casos más extremos,
como se viene denunciando
en los últimos años la existencia
de “refugiados de cibercafé”: precarios
friitaa cuyos ingresos no llegan
para costearse una vivienda y se ven
obligados a dormir en dichos negocios,
que en Japón permanecen
abiertos 24 horas y proporcionan
un pequeño habitáculo privado con
un cómodo sillón, bebidas frías y
calientes gratis e incluso, en no pocos,
duchas de agua caliente que se
accionan con monedas.
Y es de las interacciones entre
estos grupos de nuevos y viejos
desplazados del sistema de donde
está surgiendo una nueva dinámica
social en Japón. Ya existe en
Tokio la sede de un sindicato de
friitaa, por supuesto totalmente
ajeno a los conservadores sindicatos
tradicionales. Sus miembros se
entremezclan en gran parte con jóvenes
activistas que realizan actividades
de apoyo a los day workers
o a los sin techo. Los day workers
siempre ha sido un grupo conflictivo
que han protagonizado los escasos
enfrentamientos con la policía
desde los ‘80. En el caso de los
sin techo, los activistas realizan actividades
que en Occidente serían
consideradas mera caridad, como
proporcionarles comida semanalmente
o asesorarlos legalmente,
pero que en Japón suponen toda
una acción reivindicativa, dada la
visibilización que supone de un
problema que la sociedad japonesa
no quiere ver. De ahí que estos
grupos estén fuertemente politizados
y lleven a cabo, junto con sus
comidas y reuniones, labores de
movilización y organización del
colectivo. Será quizás por esto que
en Japón se encuentren escenas
curiosas como la de los sin techo
cocinando para los activistas que
participan en movilizaciones en los
últimos años, o sus portavoces
dando conferencias en foros donde
normalmente uno está acostumbrado
a la presencia de sesudos
intelectuales progresistas.
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