Texto y fotos de Ruido Photo
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En Huelva hay dos bandos:
uno defiende el Polo Químico;
otro lucha contra él.
Es difícil mantenerse indiferente
ante las gigantescas chimeneas
que desde hace 46 años vomitan
humo en el cielo de la ciudad.
Cuesta mirar hacia otro lado. Huelva
está flanqueada. Antes, se viera hacia
donde se viera, la tierra terminaba
en agua: o en el río Tinto o en el
Odiel. Ahora, las fábricas y el vertedero
ocupan la mayor parte del panorama.
Son 2.400 hectáreas de lo
que en un tiempo fueron marismas y
playas, un territorio mayor que el de
la propia ciudad. Y en medio, dos
bandos. Por un lado, 16 empresas
químicas y energéticas y cerca de 15
mil trabajadores que viven de ellas.
Hombres y mujeres que no conocen
otro trabajo que el de mantener activas
las máquinas de industrias como
Atlantic Cooper, Fertiberia, Endesa o
Enagás. Al otro lado, asociaciones de
ciudadanos hartos de ver un paraje
natural invadido por cerca de 100 millones
de toneladas de fosfoyesos, un
residuo químico con alto nivel de radiactividad.
En este bando también
los miles de enfermos que produce
cada año el lugar con mayor índice
de cáncer de toda España.
Esta es la historia de un conflicto
desigual. El Polo Químico siempre
supo ganar. Hasta el día de hoy. No
han sido las protestas ciudadanas,
sino la crisis económica la que se
ha interpuesto en su camino y con
ella la era de la deslocalización industrial,
que lleva fábricas enteras
hacia países con sueldos bajos. Esta
es la historia de una ciudad cuyo futuro
se debate entre la enfermedad,
la catástrofe ecológica y la falta de
empleo. Entre dos bandos con sus
dos razones.
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