MARATÓN MEDIÁTICA ANTI-APARTHEID
Hebrón: la ocupación en el corazón de la ciudad

"Por la noche, al más puro estilo carcelario, se ven los potentes focos de las torretas militares. Enfocan las calles, el cementerio y los puntos conflictivos. Son el ojo que nunca duerme". Crónica sobre el terreno desde uno de los puntos calientes de la ocupación, la ciudad palestina de Hebrón.

12/11/10 · 8:20
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Visitar Hebrón es visitar una ciudad donde conviven dos mundos totalmente distintos. Durante el día, el ajetreo es continuo, las calles están colapsadas de gente dispuesta a tener conversaciones de todo tipo y con quien sea. Hay una continua sensación de movimiento, es decir, de vida. En cambio, por la noche la ciudad pasa a ser un desierto urbano donde sólo los perros caminan perdidos. Las tiendas que horas antes estaban abarrotadas ahora se encuentran cerradas. La gente se recoge en sus casas. Reina el silencio y la tranquilidad.

Sin embargo, existe una segunda división algo más complicada en la histórica ciudad. La llamada zona H1 está controlada supuestamente por las autoridades palestinas, con su Ejército y su Policía, mientras H2 es de dominio israelí. En ésta última son más de 500 las tiendas árabes que han sido cerradas. ¿Cómo? Restringiendo el movimiento físico de sus propietarios. Si se limita su libertad de movimiento, uno no puede llegar a su trabajo, por lo que ha de cerrar su negocio. En la ciudad vieja, que forma parte de H2, hay más de 100 checkpoints –controles policiales que se asemejan a pasos fronterizos– y torretas de vigilancia israelíes. De hecho, toda la localidad está vigilada desde las cuatro bases militares que tienen asentadas, una en cada colina que rodea la región. La razón: controlar a los palestinos y garantizar la seguridad y el bienestar de los asentamientos judíos que se instalaron en el corazón de la ciudad vieja. Mahmud, un palestino de 45 años, cuenta que para llegar de casa al trabajo ha de pasar por cuatro chekpoints diferentes, lo que le supone un gasto de tiempo considerable, ya que en cada control pierde interminables minutos entregando su documentación.

Situada al sureste de Cisjordania, es considerada una de las ciudades más conflictivas de la zona. Viven alrededor 160.000 habitantes, de los cuales unos centenares son colonos judíos. Es de vital importancia religiosa, debido a que alberga un templo espiritual en el que coinciden las dos religiones: la Tumba de los Patriarcas para los judíos, pues creen que allí se encuentran enterradas personalidades bíblicas importantes –Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Lía– y la Mezquita de Ibrahim para los musulmanes, que la sienten como un gran monumento convertido en mezquita tras la conquista árabe de la ciudad. La disputa está servida.

Lo cierto es que en el año 1929 hubo una matanza de población judía en la ciudad, y la tensión ha continuado, tras la creación del Estado de Israel sobre tierras palestinas, durante todo el siglo XX. En 1994, un sionista entró en la mezquita y asesinó a 29 personas mientras éstas rezaban. Desde entonces, el templo se ha dividido en dos sectores separados y dentro de la mezquita hay instaladas varias cámaras de seguridad, vigiladas por las autoridades israelíes. Ahora es posible ver cómo grupos de militares israelíes entran en la mezquita sin ningún tipo de respeto, armados, riendo y creando jaleo. Ante esto los árabes corren a colocar sábanas especiales para que los soldados no pisen el suelo sagrado con sus botas.

Pasear por las calles de la ciudad de Hebrón deja helado a cualquiera. No es raro presenciar una tensa discusión entre un joven militar israelí, armado hasta los dientes, y un anciano árabe en plena calle. El motivo es la insistencia del árabe en querer pasar al otro lado de la calle y la constante negativa del soldado ante tal deseo. Y es que algunas calles están prohibidas para los palestinos –medidas de seguridad, argumentan–, por lo que los habitantes de dichas calles tienen que acceder a sus casas pasando a través de las ventanas y tejados de sus vecinos. Además, los colonos tienen una carretera particular que corta el pueblo en dos, pues va desde el asentamiento central hasta la Tumba de los Patriarcas. Para cruzar de un lado al otro de la carretera se tardarían escasos segundos. Sin embargo, al tener el paso prohibido, los árabes han de bordear toda la ciudad, algo que les puede llevar horas.

En algunos casos los asentamientos judíos están situados en los pisos superiores de los edificios, es decir, los palestinos viven en el primer piso y encima de ellos tienen la casa de una familia judía. Esto tiene sus consecuencias en la zona del zoco y del mercadillo, donde los árabes colocan en la calle sus puestos de venta, mientras los judíos arrojan todo tipo de cosas por sus ventanas. Ladrillos, sillas, varas de hierro, excrementos, botellas… El objetivo es molestar y expulsar a los palestinos. Creen que mediante este tipo de presiones acabarán hartándose y se irán a otro sitio, abandonando todo lo que tienen. Como protección, los árabes se han visto obligados a construir precariamente unas redes que cruzan de un lado a otro para que los objetos no caigan sobre sus cabezas –como ha ocurrido en repetidas ocasiones–. Del mismo modo, muchas casas cercanas a los asentamientos están cubiertas en su totalidad con verjas y vallas para refugiarse de los continuos acosos. La imagen no tiene desperdicio.

Por la noche, al más puro estilo carcelario, se ven los potentes focos de las torretas militares. Enfocan las calles, el cementerio y los puntos conflictivos. Son el ojo que nunca duerme. Igualmente, en las azoteas se pueden ver los cientos de depósitos de agua que construyen los árabes en sus casas, a sabiendas de que en cualquier momento el suministro de agua puede cerrarse durante días. Con lo que no cuentan es con un material resistente a las balas de los soldados israelíes, que agujerean los depósitos con el propósito de vaciarlos. Es escalofriante visitar una casa pasto de las llamas que colinda con un puesto de vigilancia israelí, mientras el habitante de dicho hogar relata cómo una noche incendiaron su casa desde el puesto vecino.

Como es de esperar en una ciudad que son dos ciudades, puedes llegar a vivir dos vidas totalmente diferentes. Tus días pueden ser la mar de tranquilos. Puedes hacer footing, ir de compras, cenar caliente o sacar al perro por la noche. Pero también puedes sentirte humillado. Puedes perder tu dignidad y junto a ella todos tus derechos como ciudadano. Puedes temer por tu vida y la de tu familia. Las historias llegan a ser muy diferentes en la ciudad de Hebrón, donde conceptos como justicia y bienestar son bastante relativos. Todo depende de si rezas al dios “correcto”, de si perteneces a la comunidad ocupante o a la ocupada.

Tags relacionados: Hebrón Número 137
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