El autor analiza el reciente ataque de Israel a Gaza. Explica que Netanyahu pretende aumentar la escalada bélica y dirigirla a Irán.

El último ataque militar israelí contra la franja de Gaza, en noviembre pasado, lo confirma: su escudo antimisiles, llamado pomposamente (como casi todo lo referido a su industria bélica) Cúpula de Hierro, es muy, pero que muy bueno. Como la superioridad del Ejército del régimen de Tel Aviv por mar, tierra y aire resulta tan abrumadora que no resiste ninguna comparación con las desastradas milicias palestinas, y la cuestión se ha reducido ya a un debate sobre las “capacidades defensivas” del Estado israelí.
A lo largo de siete días, el Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu ha tratado de probar a su población que dispone de los medios necesarios para conjurar el “peligro balístico” de los palestinos. El sistema, perfeccionado durante años, ha costado unos 560 millones de dólares, de los cuales EEUU ha aportado 275 –lo cual explica en parte la connivencia de Obama: se trata de dar publicidad a su industria de armamento–.
Miles de dólares en armas
A esto se debe unir el gasto de decenas de miles de dólares derivados de cada disparo de las baterías repartidas por el perímetro de los principales centros urbanos y una cantidad extra de 190 millones para perfeccionar todo el entramado de radares, transmisiones, sensores y demás. Todo este despliegue de luminaria tecnológica espacial lo hemos conocido a lo largo de los reportajes y teletipos dedicados a este “intercambio de hostilidades”, hasta el punto de que, más importante que los cerca de 170 muertos palestinos, la mitad de ellos niños, mujeres y ancianos, y los miles de heridos, lo que ha quedado claro es que el Gobierno israelí ha tomado las medidas necesarias para proteger a su población. Ésta, por cierto, se quedó con ganas de más mano dura contra los palestinos de Gaza y no ha terminado de digerir, según las encuestas, la tregua apadrinada por egipcios y estadounidenses.
A los de Gaza les queda el embargo,inclemente desde hace seis años, el hambre y el asco. En 2006, antepenúltima animalada del régimen de Tel Aviv en Líbano, quedó la comezón en su cúpula militar y política de que los misiles de Hezbolá habían podido sortear los sistemas defensivos.
Dos años después, cuando la invasión terrestre de Gaza, se convencieron, por si el antecedente libanés no los había convencido ya, de que el único terreno donde los movimientos de resistencia palestinos pueden hacer algo ante el formidable Ejército israelí es en una guerra de guerrillas. En esta ocasión han desestimado la invasión terrestre y se han centrado en probar sus defensas. Los dirigentes israelíes tienen la penosa costumbre, para sus vecinos árabes al menos, de conjugar las miserias de sus aventuras bélicas con nuevos proyectos de agresión militar, buscando siempre el argumento que, esta vez sí, confirme que las taras de ayer son las virtudes de hoy.
La arbitrariedad omnímoda de este Estado, al que nadie pide nunca cuentas de nada, es tal que su ley de guerra perpetua en pos de una paz asimétrica se ha convertido en el axioma de Oriente Medio. Sus militares han demostrado que por fin pueden conjurar los cohetes palestinos, pero han vuelto a descuidar una lección que supuestamente tenían aprendida: antes de golpear en Gaza y Cisjordania –o Líbano– hay que castigar día tras día a la población civil, fomentar las tensiones entre los dirigentes y los grupos de oposición y convencer a los árabes moderados de que el “radicalismo” no lleva a ningún sitio.
Lo tenían bien estudiado en 2008-2009, cuando se intentó acabar con el cuadro dirigente de Hamás en Gaza, con la aquiescencia de la Autoridad Nacional en Cisjordania; pero hoy, con un islamismo palestino reforzado con la llegada de los Hermanos Musulmanes al poder en Egipto y la necesidad de las potencias del Golfo de contar con un respaldo islamista sunní frente al chiísmo nacionalista proiraní, la cosa no está tan clara.
El régimen de Tel Aviv no ha acabado con Hamás ni la resistencia palestina pero ha demostrado que hay que seguir acabando con ellos. Matiz importante porque el proyecto sionista tiene largo recorrido. Israel está orgullosa, dicen sus medios internacionales, del escudo antimisiles: han interceptado 389. Pero se les ha escapado uno de cada cinco cohetes lanzados por las milicias de Gaza. Ya saben, pues, a qué van a dedicar su próxima escalada militar. Será pronto, con parada en Irán, principal responsable, según dicen,deque los gazatíes tengan “capacidad bélica operativa”.
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