El autor explica que las exhibiciones de fuerza de Irán
a EE UU y UE han generado una situación de acoso
a la República Islámica que podría ser grave.
- El presidente de la República Islámica de Irán junto al de Venezuela / Foto: Chavezcandanga.
Han tardado su tiempo en hacerlo –o más bien en decirlo claramente–, pero los dirigentes de la República Islámica se han percatado ya de que Occidente tiene algo preparado. Puede que la happy hour de la política exterior iraní en
Oriente Medio y la extensión de sus alianzas regionales e internacionales hayan ofuscado a los responsables de Teherán; o que el desfonde de las tropas de ocupación estadounidenses en Iraq y Afganistán y la
evidencia del declive imperial de Washington –y la bancarrota europea– les haya impulsado a pensar que eran inmunes a los supuestos
planes bélicos occidentales. O que
las disputas internas entre el bando
del presidente Mahmud Ahmadineyad y el guía supremo Ali
Jamenei haya desenfocado sus
prioridades geoestratégicas.
Plan de acoso
El caso es que, con el pretexto del
plan nuclear, estadounidenses y europeos andan embarcados en un
plan definitivo de acoso y derribo
cuyo posible desenlace bélico no depende tanto de la voluntad o movimientos de Teherán como de las coordenadas geoestratégicas internacionales y el desarrollo de la crisis
económica mundial.
La chispa que ha provocado la
última escalada de tensión han sido
las recientes maniobras militares
iraníes en el Estrecho de Ormuz. El
mando militar de Teherán ha anunciado ya más ejercicios de este tipo
para finales de enero, con el objetivo oficial de reforzar la seguridad
en la región del Golfo Pérsico y
demostrar la capacidad de respuesta de su flota ante cualquier
agresión occidental.
Washington y la Unión Europea, siguiendo la moda actual de
enviar barcos de guerra a la zona
–hasta los rusos, supuestos valedores de Irán, han enviado uno al
Mediterráneo–, han desplegado
sus efectivos y afirmado que no
permitirán que los iraníes controlen de forma exclusiva las aguas
del Golfo, centro neurálgico de la
producción y distribución de los
recursos energéticos del planeta.
Todo esto amenaza, junto con las
bravatas de los unos y los otros y
los planteamientos apocalípticos
de la prensa, con una escalada de
tensión permanente, en un contexto de guerra psicológica en la que
el liderazgo iraní ha comenzado a
cometer errores impropios de una
potencia regional en alza.
La situación es muy preocupante para Teherán: las sanciones estrangulan su economía; europeos
y, quién sabe si japoneses y coreanos, amagan con suprimir sus importaciones y sus aliados regionales, en especial Siria, luchan por
sobrevivir. Pero sus discursos incendiarios han elevado su propio
nivel de exigencia y compromiso
a extremos difícilmente sostenibles. Decir, a principios de 2012,
que no tolerarán nuevas remesas
de navíos estadounidenses en el
Golfo, plagado por cierto de bases militares occidentales, es una
invitación para que el régimen de
Washington siga afilando sus provocaciones pausadas. Ya han salido destructores y portaaviones
estadounidenses y europeos para
allá y la pregunta es: ¿qué harán
los iraníes?
Una acción "hostil"
en aguas internacionales aportaría el pretexto ideal a una Casa
Blanca que se hace la reacia a la
opción militar y "vende" que es
Irán quien busca el enfrentamiento. Por lo mismo, su retórica del
castigo a cualquier agresión a su
programa nuclear "pacífico" queda en entredicho cuando los
"agentes terroristas imperialis-
tas" atentan, como el 10 de enero, contra sus científicos de élite
(cuatro muertos en dos años y varios intentos de secuestro y reclutamiento) con una impunidad
que dice poco de sus servicios de
inteligencia, consagrados, según
parece, a controlar cualquier
atisbo de agitación en la oposición interna.
Los tentáculos del Mossad
Se sabe que han sido los asesinos
del Mossad pero ignoramos el resto. Para complicarse más,
Teherán repite, cual conjuro, que
las próximas elecciones legislativas de marzo confirmarán el
apoyo popular a la Revolución
Islámica. Otra llamarada de fuego
en la que los escorpiones de los
ayatolás escriben su autodestrucción: nada hace pensar que los iraníes estén entusiasmados; y pocos
creen que los agentes que tan bien
socavan los avances científicos
nacionales se dejen atrapar en supuestas redes delictivas dispuestas a boicotear los comicios –ya
han detenido a varios–.
Peor puede ser si reproduce la crisis de las
presidenciales de 2009, donde
Ahmadineyad fue reelegido en
medio de acusaciones de fraude y
manifestaciones contrarias. En
ese empeño desmedido por legitimar la victoria del presidente actual hallamos la base del conflicto
político interno y el nerviosismo
de los dirigentes.
Más en este número:
- [Irán, una república religiosa en apuros->17348]
- [1979-2012: de la primavera de Teherán al invierno de Alí Jameneí->17319]
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