Las décadas de los ‘60 y ‘70
supondrán el asentamiento
del consumo por imitación,
donde los múltiples
electrodomésticos, el coche o la segunda
residencia en el campo, se
entienden como elementos indispensables
para pasar a formar parte
de la clase consumidora.
Las décadas de los ‘60 y ‘70
supondrán el asentamiento
del consumo por imitación,
donde los múltiples
electrodomésticos, el coche o la segunda
residencia en el campo, se
entienden como elementos indispensables
para pasar a formar parte
de la clase consumidora.
Y para ello, nada mejor que un
nuevo modelo de establecimiento
minorista, el centro comercial, supuesta
materialización de la “compra
libre” y de la gran variedad de
oferta que el nuevo consumidor necesita,
haciéndole creer un individuo
independiente y con criterio,
cuando significaba lo contrario.
Pero las grandes superficies y
los centros comerciales no vinieron
solos. Aparecieron con buena
parte de las políticas de reordenación
de la ciudad que hemos
sufrido en las últimas décadas.
Localizados normalmente en las
periferias de las ciudades, son
parte esencial del fenómeno de
dispersión urbana anglosajona
que tan rápidamente se ha globalizado.
Así, frente a la ciudad densa
y con una gran diversidad de
actividades, planificada en la Europa
del siglo XIX, tendemos cada
vez más a ciudades con un
denso centro de negocios rodeado
por enormes extensiones de
viviendas residenciales unifamiliares.
Y como guinda final, los
centros comerciales ubicados en
los principales accesos.
American Way of Life
Con este modelo se encarece enormemente
el gasto público (en infraestructuras,
gestión de recursos,
transporte público…) y se dificulta
la planificación de la ciudad (por
ejemplo, el aumento de viajes en
coches particulares ya hacen casi
impracticables los accesos más importantes
a la ciudad).
Pero además, esto sentencia a
muerte el modelo de pequeño comercio
de barrio, mucho más redistributivo
y socialmente beneficioso.
Con su cierre se pierde trabajo (por
cada trabajador de una gran superficie
se eliminan entre cinco y siete
puestos de trabajo en el pequeño
comercio), pero también sus actividades
complementarias locales y
de pequeña escala, e incluso factores
tan importantes como la interrelación,
que mejoran la calidad
de vida de sus ciudadanos.
Sin duda, este modelo comercial
pero también urbano está en crisis,
y ahora aparecen nuevos gestores
que dicen venir con la pretensión
de salvar el barrio. No es
casual que entre ellos se encuentren
empresarios íntimamente ligados
al otro modelo, el de la ciudad
dispersa y sus centros comerciales
(como algunos de los socios
de TriBall, estrechamente relacionados
con la Asociación Española
de Centros Comerciales), porque
justamente la doctrina es la misma,
pero sobre otro terreno: concentración
y uniformidad.
Así, pretenden un barrio que imita
el “no-lugar” que representa el
centro comercial: espacios comerciales
casi indistinguibles de una
ciudad a otra, decorados para aparentar
diversidad de actividades,
idílicos espacios de encuentro y sofisticados
espacios verdes. Es decir,
una ciudad reconstruida a base de
locales de fast food y franquicias de
moda juvenil que recrea artificialmente
las características mitificadas
del barrio clásico denso y diverso
al que sustituye.
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