El día 5 de agosto del corriente año, Brasil asistió al primer debate entre los cuatro más destacados candidatos a la Presidencia de la República: Dilma Roussef (Partido de los Trabajadores –PT– heredera política del presidente Lula), José Serra (Partido de la Social Democracia Brasileña –PSDB– el mismo del ex-presidente Fernando Henrique Cardoso), Marina Silva (Partido Verde –PV– cuyo candidato a vice es el presidente de la empresa de cosméticos Natura, Guilherme Leal) y Plínio de Arruda Sampaio (Partido Socialismo y Libertad –PSOL– trotskista y ex-veterano del PT). Los dos últimos con oportunidades remotas de ir a la segunda vuelta.
Como se sabe, es de la “tradición” democrático-liberal brasileña que la tercera emisora en audiencia, la Red Bandeirantes, inaugure la ronda de debates verbales entre los candidatos al Ejecutivo de la Unión y de los principales estados. Simultáneamente a la exhibición del debate televisivo, la Red Globo, aún emisora líder, transmitía un juego de fútbol de gran relevancia, la partida de vuelta de la semifinal de la Copa “Santander” Libertadores entre los equipos de São Paulo e Internacional. Alegrías futbolísticas aparte, era la crónica del desastre anunciado.
La historia de los debates entre presidenciables en el Brasil muestra la influencia de las emisoras de televisión abierta en la formación de opinión del electorado. En 1989, la emisora que surgió con las inversiones del grupo americano Time Life y fue voz del gobierno militar brasileño en las décadas de 70 y 80, Red Globo, favoreció al candidato Fernando Collor de Mello (empresario neoliberal de política populista, que vendría a dejar el gobierno en 1992 por denuncias de corrupción) en el debate trabado con Luís Inácio Lula de Silva (hasta entonces principal símbolo de la lucha sindical en el país).
En los dos pleitos siguientes para la Presidencia de la República, lo que se vio fue un apoyo de los medios al Plan Real, cuyo idealizador, el entonces ministro de Hacienda del Gobierno de Itamar Franco (vicepresidente de Fernando Collor, que alcanzó el status de líder máximo de la nación cuando este cayó), Fernando Henrique Cardoso, quien acabó electo presidente. Cuatro años más tarde, nuevamente los vehículos de comunicación de masas se envuelven en la reelección del candidato socialdemócrata, esta vez, silenciando la cobertura de la disputa que se daba con Lula.
Cuando la candidatura del ex-sindicalista alcanzó índices expresivos de aceptación pública en 2002, la configuración de cobertura de los medios se alteró, de modo a retomar un trabajo significativo en las elecciones, en especial, por parte de la Red Globo. Tanto este año como en 2006, los candidatos a la presidencia con los índices más altos en los sondeos son invitados a participar en debates y tienen incluso sus agendas acompañadas diariamente por las grandes emisoras. De entre ellas, la Red Bandeirantes, de João Saad, yerno del ex-gobernador de São Paulo, Adhemar Pereira de Barros, que era conocido por sus métodos administrativos, por lo menos, cuestionables.
Política x fútbol
Es cierto que por ser el Brasil el país del fútbol, hay un gran número de horas de programación dedicadas casi exclusivamente a este deporte que mueve recursos astronómicos. En el medio del fenómeno del descollamiento de precios, con el alza de salarios y cotas de patrocinio, la TV ocupa la base de sustentación de esa industria del entretenimiento deportivo, pagando (y hasta en forma anticipada), las cuotas de derechos de exhibición. El sentido común también nos hace oír que los brasileños no se interesan por la política en ningún aspecto.
Infelizmente, los números de medición de audiencia instantánea, organizados por el Instituto IBOPE (el más utilizado en términos de investigaciones electorales) en domicilios del Gran São Paulo, dan la prueba material de los dictados populares. Para tener una idea de proporción, por cada punto contabilizado por el IBOPE tenemos la equivalencia de 60 mil domicilios en la capital paulista y su región metropolitana. Los números indican que el primer debate de la carrera presidencial osciló entre 2,5 y 5 puntos; mientras el evento tuvo una media de 29,5% alcanzando un pico de 33,8% puntos. Nada nuevo en el panorama.
Podríamos también realizar una estimación del fracaso debido a que el debate fue flojo. Plásticamente limpio y vacío de contenido estratégico. Es decir, nadie debate a fondo la llave del cofre, no se apunta hacia la salida prevista para atender todas las demandas del pueblo brasileño. En contrapartida, la producción audiovisual es de alta calidad. Hasta donde se sabe, los candidatos son asesorados por competentes profesionales.
Recibieron entrenamiento para los medios (los gringos llaman de midia training), de postura delante de la cámara (como un director de escena), realizaron ensayos previo de las preguntas (a través de memorizaciones y juegos de mnemotecnia) y pasaron por alguna preparación en oratoria y dicción. Finalmente, estaban técnicamente preparados para sus performances. El problema puede estar ahí. Aunque exista una discordia de conceptos e ideas-guía, no hay mucha diferencia en la forma. Para la mayoría del electorado, distante de la política por tres años y medio y convocado a decidir sobre temas complejos encarnados en las candidaturas, la relación es muy desigual.
A la vez, el interés y la familiaridad son proporcionalmente inversos. En el caso, nosotros los brasileños prestamos mucha atención y estamos familiarizados con temáticas de alguna complejidad. Desafío un opositor del fútbol a probar que se trata de una actividad sin inteligencia. En general, usamos este ejemplo en el salón de clase. Una parte considerable de los brasileños, más allá de pasiones fanáticas u odios contra cuadros y dirigentes, entiende y mucho acerca de temas complejos.
Ciudadanos comunes, cuando están familiarizados con los términos apropiados y participan de una cultura propia, consiguen emitir opinión válida acerca de estrategia, táctica, desempeño de los individuos, ambiente colectivo, calidad de los liderazgos, inversiones en contrataciones oportunas o equivocadas y asuntos del género. Las variadas posibilidades y las tramas directas e indirectas son muchas, exigiendo como mínimo una mente entrenada y un mirar aplicado.
En la política podría acontecer el mismo, si las capas mayores del pueblo brasileño hicieran práctica política a lo largo del año. Acontece que el “exceso de participación” es visto como algo “peligroso”, pues aumenta el poder de los grupos de presión que no están naturalizados como los únicos legítimos para eso. El foso está justamente en la agenda discreta, o casi indescifrable. Pocos saben que el Producto Interior Bruto (PIB) brasileño está en torno a R$ 3,143 millardos, de los cuales cerca de la mitad pasa por el cajero de la Unión. En el presupuesto ejecutado en 2009, según datos del Sistema Integrado de Administración Financiera del Gobierno Federal (SIAFI), el Brasil gastó 2,8% de su receta en educación y “sólo” 35,57% en la deuda pública (eso sin contabilizar el refinanciamiento).
La totalización de los gastos con los acreedores financieros, según el Instituto de Estudios Socioeconómicos (INESC), alcanza a absurdos 48% del proyecto de presupuesto que fue previsto para 2009. Por lo tanto, es falsa la polémica del aumento de gasto de la maquinaria pública como causante de déficit. El asunto está en la forma de financiación del Estado brasileño, y por consiguiente, en el conjunto de políticas que punen o benefician a agentes económicos y sociales. Esos son los secretos de Estado, y es esto lo que debería ser la prioridad de cualquier debate político.
Si fueran comprensibles estos números y estuviera en juego el modelo de sostener la sociedad brasileña, no estaríamos lamentando la poca audiencia de un debate de presidenciables. Mientras eso no ocurra, tendremos la paradoja brasileña de ver la política como pasajera y el fútbol como permanente. Una “democracia” así tiende a la negligencia o a la exasperación.
Quién siembra, cosecha.
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