'Stop desahucios' en Sevilla
Crónica de una guerra civil inscrita en la piel de la ciudad

Esta crónica sobre un desahucio paralizado el 19 de julio en Sevilla merece ser leída como una reflexión sobre las desigualdades sociales, las virtudes comunicativas del movimiento 15M y los efectos dispares de las coberturas de los medios corporativos.

- Más fotografías del desahucio

05/08/11 · 14:44
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Martes 19 de julio de 2011, 9h de la mañana: subo al transporte público en la Ronda del Tamarguillo de Sevilla. Me dirijo hacia la zona oeste de la ciudad, donde está prevista una concentración para impedir un desahucio. El sol plomizo comienza a calentar en serio y pienso que la luz, que en esta época del año puede resultar cegadora al mediodía, habrá de quemar inevitablemente los contornos de las fotografías que pueda llegar a tomar con mi cámara de bolsillo.

Me apeo del autobús en la confluencia de los barrios Los Naranjos, Polígono Norte y Hermandad del Trabajo. Llego con tiempo suficiente para merodear con la cámara. El paisaje de perfiles suburbanos permanece ahora calmo. Observo los bloques compactos de alojamientos, arquitecturas de vivienda social del franquismo diseñadas para las clases trabajadoras y replicadas por la geografía española, pienso; y recuerdo haber correteado por barrios semejantes donde estuvieron ubicadas viviendas de mis familiares varias décadas atrás.

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La huella de la arquitectura franquista en los barrios obreros. Foto: Marcelo Expósito

Lo corroboran las placas metálicas diseminadas por las fachadas, donde se lee siempre la misma indicación: "Ministerio de la Vivienda. Instituto Nacional de la Vivienda. Edificio construido al amparo del régimen de viviendas de protección oficial". Junto al texto, un signo conocido: el yugo y las flechas que el franquismo adoptó de Falange Española, y que en su momento hizo las veces de identificador del INV. Caigo en la cuenta de que ayer fue 18 de julio, 75 aniversario de la sublevación militar monárquica-fascista que detonó la Guerra Civil española y abrió el camino a cuatro décadas de dictadura militar genocida. La que se conoce popularmente como Ley de Memoria Histórica, aprobada hace cuatro años por el Parlamento español, obliga a retirar del espacio público y administrativo toda imagen conmemorativa de la última dictadura; pero estas placas se han salvado. Me parece que no solo ellas.

Pienso en estas señales como parte de una guerra de signos inscrita en la piel de la ciudad. Tomo una fotografía que sintetiza el universo simbólico de ese conflicto. El fondo, una fachada de ladrillo. Sobre ella, tres indicaciones. Una, la antigua placa franquista. Dos, un cartelón reciente que ocupa el ancho de la ventana exterior de la vivienda informando de que la casa está en venta, gestionada por una poderosa empresa inmobiliaria. Tres, un cartel modesto en fotocopia que parece medir sus fuerzas desde abajo, impresión reforzada por la silueta de un joven de perfil que habla con un megáfono en dirección al cartelón de la izquierda. ¿Qué le grita la imagen precaria a Tecnocasa? Que durante el mes de julio continúan las asambleas populares, las reterritorializaciones barriales del Movimiento 15M, una de las principales líneas de fuga que han adoptado las acampadas estables de mayo y junio.

Es el Movimiento 15M quien convoca la concentración frente al nº 2 de la calle Primavera. Llego temprano y me uno al grupo de sesenta personas. La protesta no muestra imágenes muy expresivas. Aun así, una lectura atenta revela la complejidad de esta imagen de un colectivo circunstancial. Su composición es heterogénea: jóvenes activistas, asamblearistas barriales, vecinos de varias generaciones de Hermandades o La Macarena. Los carteles y octavillas en circulación demuestran cómo el Movimiento 15M constituye también aquí un agenciamiento de agrupamientos formales e informales: Asamblea de La Macarena, Asamblea de Cerro-Amate, Liga de Inquilinos La Corriente... varias camisetas llevan además impresos los logotipos y diseños de bares-cooperativas o centros sociales. Como resulta habitual, es el signo ’15M’ el que articula el conjunto, como una a-identidad que empodera sin homogeneizar.

10:30h de la mañana: dos jóvenes llaman a reagruparse frente al bloque de viviendas para una puesta en común. Informan: está previsto que el desahucio tenga lugar por orden judicial a las 11:15h. Es muy probable que acuda la policía dada la relevancia que ha adquirido el caso y por el hecho de que, siendo este un movimiento perfectamente transparente, la convocatoria se ha hecho pública por varios medios bajo el lema ’stop desahucios’. Cuánta policía y de qué tipo cabe esperar, no lo sabemos. Pero probablemente intentarán acceder por la fuerza al edificio. Se nos dan indicaciones precisas: sentada colectiva para bloquear la entrada principal, brazos entrelazados, confianza, resistir al máximo para lograr impedir el desahucio. Se requiere un comportamiento rigurosamente pacífico, no responder a hipotéticas provocaciones o violencia policial. Todo el mundo se muestra de acuerdo; asiente con énfasis la gente del barrio. El primer grupo se sienta en el suelo ocupando el espacio despejado frente a la entrada del edificio, dejando un pasillo entre los cuerpos que facilite el tránsito de los residentes. Ahora ya somos más de cien personas.

A esta hora todavía no he visto a Josefa Doblado, la inquilina de la vivienda que venimos a defender. Hace doce años, el sobrino de Josefa necesitaba disponer de una furgoneta para emplearla como herramienta de trabajo. Ningún banco le facilitaría el préstamo para comprarla sin una propiedad como aval. Josefa ’vendió’ su casa a su sobrino por una cantidad simbólica, con el fin de que este pudiera hipotecarla y obtener así un crédito con el que adquirir el vehículo: 30.000 euros. Abonaron los primeros plazos, unos 8.000 euros, hasta que el sobrino se quedó en paro. Pasó el tiempo sin que pudieran seguir pagando. Para evitar que su casa fuera subastada, Josefa y su sobrino hicieron lo posible por zanjar la deuda. Reunieron en 2008 la cantidad restante más los intereses: 29.000 euros. Es decir, en ese momento llegaron a pagar ya al banco una cifra superior al coste original del vehículo. Pero el banco les respondió que esta última cantidad aportada era insuficiente: la deuda ascendía ahora, según su criterio, sumando intereses de demora y costas judiciales, hasta 52.000 euros. ¿Costas judiciales? Así es: el banco había iniciado hacía ya tiempo, sin avisar a Josefa y su sobrino, las diligencias para ejecutar la hipoteca y poner a subasta la vivienda, que fue adjudicada finalmente por 42.000 euros, cuando el piso está tasado en 172.000. Josefa, de 69 años de edad, percibe una pensión de 400 euros mensuales, y habita en su casa desde hace cuarenta años. La entidad responsable de este proceso es el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA).

Aun no he visto a Josefa pero la imagino arriba en su piso de la primera planta, cuyo balcón abierto revela un trasiego que contrasta con la apacible concentración abajo. Desde mi llegada no ha dejado de acudir televisión y prensa. Los periodistas suben y bajan con soltura entre la vivienda y la calle, cámaras de vídeo y de fotografía profesionales al hombro o en mano, empuñando micrófonos con la caperuza de gomaespuma que identifica el canal correspondiente. Varios cables para conexión en directo caen desde el balcón. Sigo su recorrido y encuentro a unos trescientos metros una furgoneta dotada de una antena parabólica, rodeada a su vez de turismos con logotipos de medios de comunicación locales y nacionales pegados en sus puertas laterales. Sonrío al pensar por un instante que el equipamiento de la prensa supera con creces el valor de la hipoteca del piso de Josefa.

11h de la mañana: vamos componiendo un bloque apretado que se adhiere a la epidermis del edificio. Súbita agitación arriba: parece que van a bajar Josefa y su abogado. La prensa desciende la escalera en tromba y cuando sale a la calle empuja al grupo de manifestantes. Increpamos molestos y se produce momentáneamente un tumulto. El abogado y Josefa vienen a informar de que el desahucio ha sido aplazado y no va a producirse hoy: los periodistas compiten para tomar posiciones desde las que documentar esta declaración en la entrada misma del edificio.

Congelemos por un instante esta imagen, sobre la que merece la pena reflexionar. Veamos qué ha sucedido literalmente: el grupo de manifestantes, en un bloque apretado contra la entrada del edificio para impedir el desahucio, se ve desplazado y su lugar ocupado por el grupo de periodistas que colapsan la puerta impidiendo la visibilidad a terceros. Josefa y su abogado, al llegar abajo, se ven acosados por los objetivos de las cámaras. El 15M ha convocado a un acto de desobediencia colectiva, y esto, junto con la repercusión de la campaña en prensa, radio y television, ha forzado al BBVA a solicitar al juzgado hace apenas una hora que se suspenda la ejecución del desahucio. Esta articulación exitosa de la autocomunicación del movimiento con la comunicación de masas comercial se convierte sin embargo en un conflicto de prioridades en el momento de nuestra imagen congelada. Lo que este momento pone de manifiesto es la manera en que la participación de la comunicación comercial, al mismo tiempo que suma poder a un movimiento, puede llegar a condicionar también sus dispositivos: la forma que adopta la ocupación movimentista del territorio se ve transformada por la intervención de la masa de periodistas.

Curiosamente, es una periodista la que propone, casi a gritos, una solución de consenso: que Josefa y su abogado informen, en primer lugar, en el espacio abierto frente al edificio, para que los manifestantes y el barrio podamos escuchar en asamblea mientras los periodistas mantienen sus micrófonos y cámaras bajados. A continuación pueden repetir sus declaraciones a modo de rueda de prensa y dedicar un tiempo específico a cada medio. Una de mis fotografías muestra cómo se resuelve este equilibrio extremadamente inestable. Josefa muestra un cartel fotocopiado con las consignas: ’Stop desahucios. No estás solo, estamos contigo’. Rodeada de un enjambre de cámaras y micrófonos, habla también a través de un megáfono que sostiene un activista barrial. Pienso en ese instante que, al mismo tiempo que una política de apertura y transparencia hacia la sociedad —lo que incluye a los medios de comunicación comerciales—, se necesita también imponer un control lo más estricto posible de las condiciones bajo las cuales la comunicación mediática comercial participa en los dispositivos con los que el 15M construye un nuevo tipo de esfera pública.

Minutos más tarde, observo cómo Josefa está a punto de intervenir en directo en un popular programa matinal de un canal de televisión privado. La periodista toma de la mano a Josefa, se mantienen así unidas durante toda la entrevista. Se sitúan de pie frente a la cámara. Varios activistas se colocan tras la entrevistadora y Josefa, para mostrar así a cámara una pancarta. Al entrar en directo, el operador se aproxima a las dos mujeres, cerrando el plano de manera que sea menos apreciable el fondo con los manifestantes. La entrevistadora explica el caso de Josefa, promoviendo un acercamiento sentimental, que consiste en el humanismo de una identificación espectatorial con la ’víctima’. Paradójicamente, apoyar a Josefa significa también, en la entrevista, provocar un exhibicionismo de sus condiciones de vida. En la prensa y la televisión, durante las horas siguientes, podremos apreciar el resultado de esa invasión de privacidad: la imagen multiplicada de Josefa en la ’intimidad’ su vivienda, con un gran crucifijo en la pared del fondo.

Durante más de una hora vivimos una emoción desbordante. Cuando el abogado informa de la suspensión momentánea del desahucio y Josefa toma la palabra agradeciendo la solidaridad, las lágrimas asoman en todas las caras, sin falsos decoros. Amo formar parte de este movimiento en el que cientos de miles de personas están promoviendo una afectividad colectiva que al mismo tiempo busca intervenir en las condiciones materiales de las que surge la injusticia. Pero me acompaña todo el día un sentimiento de rabia. Cuando uno sitúa el cuerpo en la acción directa, este experimenta una conmoción que tarda en encontrar acomodo. Camino de regreso por la calle Primavera y me detengo un instante en una vivienda precaria instalada en los bajos de un edificio, frente a la cual tendrá lugar una nueva manifestación dos días más tarde. Quien la habita está sufriendo un acoso flagrante para que acepte abandonarla. El inquilino ha tomado la fachada por una gran página en blanco donde ha escrito con su letra insegura: "Me han cortado la luz y el agua por exigir un contrato legal. Justicia. Todos merecemos una vivienda digna". Ese texto es otra crónica sucinta de una guerra tatuada en la piel de la ciudad.

La suspensión del desahucio de Josefa es tan solo momentánea. El BBVA volverá a intentarlo en septiembre, esperando que decaiga la atención mediática y movimentista. Las acciones colectivas que paralizan desahucios son una de las herramientas más potentes de las que ahora dispone el movimiento. El 15M la ha heredado de un movimiento anterior formidable, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Pero el cuerpo pide con furia, al salir de calle Primavera, dirigirse adonde están ubicadas las entidades, las propias viviendas y las biografías de quienes son responsables de situaciones como la de Josefa. No hace falta ir muy lejos, pensemos sencillamente en el propio presidente del BBVA, Francisco González. De la misma generación que Josefa, le espera una pensión de jubilación de 79,9 millones de euros cuando abandone el cargo; mientras tanto, su salario declarado es de 1,9 millones anuales de fondo fijo más 3,4 millones de bono variable (El País, 5/2/2010). Hace un mes sostuvo que, para salir de la crisis, no se necesitan nuevos impuestos o tasas a las ganancias bancarias, sino un "gobierno fuerte" que afronte reformas estructurales "con decisión y profundidad... para poner a este país a trabajar", mostrándose de acuerdo con el Movimiento 15M: "no hay derecho a que los jóvenes no encuentren un puesto de trabajo" (El Mundo, 17/7/2011). En la reunión anual de consejeros de BBVA Bancomer en México D.F., rodeado de Lula y Felipe Calderón, criticó las políticas de ajuste del gobierno español, tímidas e ineficaces porque el presidente Zapatero "no cree en las reformas". El presidente mexicano "destacó la confianza depositada por el BBVA en [México], gracias a su estabilidad económica y su desarrollo democrático" (El País, 22/06/2011).

La ’estabilidad económica’ y el ’desarrollo democrático’ en los que una máquina depredadora como el BBVA deposita su confianza significan: sometimiento de la soberanía popular al poder económico bancario y financiero por mediación de sistemas de gobierno estructuralmente pusilánimes o corruptos, en países con una fuerza de trabajo disciplinada en un mercado laboral desrregulado con tendencia al neoesclavismo. Las reformas estructurales que los poderes económicos están imponiendo para salir de la ’crisis’ van unidas al fomento de la guerra civil entre las capas medias y bajas de la sociedad. Uno de los virtuosismos más notables que el Movimiento 15M tendrá que aprender, es seguir siendo pacifistas en mitad de esa guerra. Pero nuestro pacifismo necesita ser cada vez más ofensivo: el miedo, la angustia, la ansiedad, las pasiones tristes de la crisis tienen que cambiar de lado. No es la privacidad de Josefa, no es su precariedad la que tiene que verse sobreexpuesta a la luz pública, sino las interioridades de entidades y sujetos criminales como Francisco González. He removido Google tratando de encontrar la información de cuál ha sido el referéndum o las elecciones generales o de cualquier otro tipo de donde proviene la legitimidad de un banquero que sojuzga la soberanía popular condicionando las políticas de gobiernos que están tendidos a sus pies. No he encontrado ese dato por ningún lado. Tenemos que contrarrestar la prepotencia de esos poderes aniquiladores que están fuera de todo control democrático.

Regreso a casa. El barrio sigue tranquilo, la gente camina despacio adormecida por el calor. Pareciera que la tranquilidad de esta temprana mañana y del mediodía de ahora son la norma donde se ha abierto el paréntesis de una acción en la que acabo de participar. Pienso cuán engañosas resultan las apariencias: lo que hemos vivido en la calle Primavera es la regla y no la excepción de una guerra sistémica que ocasionalmente aflora como un sarpullido en la piel de la ciudad.

Decido continuar la acción de manera simbólica por mi cuenta. Quiero apuntar una línea de fuga para la desobediencia, hacer un señalamiento. A la tarde me dirijo al centro de Sevilla, buscando la sede central del BBVA. En el camino fotografío un anuncio: "Se venden pisos de banco provenientes de embargos. Se concede hipoteca al 100%". Existe un sector del mercado inmobiliario dependiente de los desahucios por impago de hipotecas. Las familias endeudadas que no pueden afrontar los plazos mensuales son privadas de su vivienda y aun así se ven exigidas a pagar deudas astronómicas durante el resto de sus vidas. Las viviendas son adjudicadas a las entidades bancarias por valores muy inferiores a su precio real en el mercado, y estos las ponen otra vez en venta por cifras superiores. A las siguientes familias que las adquieren, el mismo banco les ofrece la oportunidad de disfrutar de... un préstamo por hipoteca.

Me aproximo al edificio del BBVA. Observo la soberbia de su arquitectura, la estupidez de sus columnas que significan un poder clásico, que aparenta decir: estoy aquí desde siempre y para siempre, soy una cultura por encima de política y de la historia. También en la piel de ese edificio existen inscripciones: las siglas de la entidad en aluminio, corpulentas, rodeadas de un halo de luz. Dos grandes pantallas de plasma flanquean este logotipo, y bajo las columnas emiten representaciones de la idealidad social (’estabilidad económica y desarrollo democrático’) que conforma el imaginario de un banco: jóvenes emprendedores urbanitas y familias rubias de tez muy blanca. Algo falta en esta imagen.

Tomo algunas fotografías. Haré el trabajo de montaje que la prensa y la televisión no han hecho. Sin humanismos, con sequedad, las quiero hacer mirar más tarde confrontadas a los bloques de viviendas sociales de clase trabajadora sometidos a especulación inmobiliaria. A la crónica de una guerra civil escrita a mano sobre una vivienda de la calle Primavera. A los rostros y las expresiones de quienes soy hermano desde esta mañana.

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Foto: Marcelo Expósito
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