ANÁLISIS // LA CRISIS DESNUDA AL SECTOR
Contra el rescate de la industria del automóvil

El autor analiza los diversos factores económicos,
sociales y ambientales relacionados con la fabricación de
coches y las posibles respuestas al modelo actual.

19/03/09 · 11:11
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Desde el pasado año la industria
del automóvil ha
tenido una presencia continua
en los medios, tanto
por la caída de sus ventas como por
la ayudas económicas que pide para
sobrevivir. Y junto a esta información,
de manera ritual, aparece el número
de trabajadores que dependen
de esta industria (9,6%) y el porcentaje
del PIB que representa (5,2%).

Pero lo que nunca aparece es esta
pregunta: ¿existe algún criterio de
sostenibilidad, económico, ambiental
o social que justifique la inyección
de dinero público para impedir que
la maquinaria se ralentice?
En lo económico está claro que no.
Si nos fijamos en las ventas de los
últimos 13 años, las cifras de producción
de automóviles españoles presentaban
un incremento medio constante
del 3%. Entre 1994 y 2007 la
producción se incrementó en más de
un 60%. ¿En qué confiaba la industria
del automóvil? ¿En mantener ese
índice indefinidamente? Bajo el dogma
de la economía del mercado debería
asumir por sí misma los errores
de no adaptación al medio. Pero
al igual que otros sectores, adopta la
actitud de pedir dinero al Estado, poniendo
sobre la mesa los puestos de
trabajo. En cuanto a estos, el argumento
tampoco es tan consistente
como les gustaría a los fabricantes.

Así, un estudio del prestigioso Öko-
Institut demuestra cómo para el caso
alemán una apuesta sin fisuras por el
transporte público generaría más
empleos que el modelo actual.
Movilidad insostenible
Hablemos por tanto del grado de sostenibilidad
ambiental. Es decir, hablemos
del sistema de movilidad.

Porque si la industria del automóvil
ha podido incrementar las ventas es
porque aumentaban las infraestructuras
que absorbían el parque de automóviles
y su mayor utilización.

La repercusiones ambientales de
este modelo de desarrollo han sido
desastrosas: desde 1990 se han duplicado
las emisiones de CO2 del
transporte por carretera, y la fragmentación
y urbanización del territorio
ha alcanzado niveles insólitos.
La única respuesta coherente que
ha dado la industria a estos retos ambientales
ha sido la de mejorar la eficiencia
energética de los motores.
Pero el fomento de vehículos de más
potencia y peso, que dan mayores
beneficios, incrementó el peso y la
potencia de la flota media, neutralizando
esa mejora.

En este contexto la UE intenta
obligar a la industria a reducir las
emisiones. Comienza entonces una
feroz presión por parte de la industria.
Tienen éxito y consiguen que la
Directiva que se aprobó el pasado diciembre
incluya muchas de sus reclamaciones,
lo que supone retrasos
de aplicación y debilitamiento de los
mecanismos para hacerla efectiva.
Desde el punto de vista social este
sistema de movilidad tan condescendiente
con el coche, a pesar de enormes
inversiones en infraestructuras,
no ha resuelto los problemas de movilidad
de las ciudades, que siguen
ahogadas por las congestiones,
mientras que parte del transporte público
se encuentra muy deteriorado.
Además, la polución en las urbes origina
una pérdida en la calidad de vida
de los ciudadanos. La contaminación
acústica no es menos relevante,
y la ocupación de suelo urbano para
la utilización del coche representa
entre un 30% y un 40%. A lo que hay
que sumar las más de 3.000 muertes
anuales debidas a accidentes y los
cientos de atropellados.

Nos encontramos por tanto en un
sistema de movilidad insostenible,
donde el coche y su industria son
protagonistas. Si se han mantenido
es por la dinámica de construcción
de infraestructuras, mayor reclamo
de coches, congestión, presión social
para construir más infraestructuras,
y así indefinidamente. Pero con el incremento
del precio del petróleo, el
estallido de la burbuja inmobiliaria y
la crisis financiera, esta espiral se ha
roto. Es el momento de aplicar la cacareada
frase de que la crisis “sea
una oportunidad para salir fortalecidos”.
Este planteamiento supondría
mirar al futuro y entender que vivimos
en un planeta de recursos limitados
en una crisis ambiental severa.
Si tenemos que invertir los recursos
públicos tendría que ser en prepararnos
para el futuro y los retos
ambientales y energéticos (pico del
petróleo) que nos aguardan. Nunca
en despilfarrarlos para asistir artificialmente
un modelo caduco y perder
la oportunidad de invertir en
adaptarnos al nuevo contexto global.
Estas inversiones en el sector del
transporte deberían encaminarse a
reducir la necesidad de movilidad y
el uso del coche, transfiriendo desplazamientos
al transporte público y
a los medios no motorizados.
Lo contrario: invertir más en infraestructuras
y dar dinero para
mantener intacta la maquinaria de
producir coches es una huida hacia
adelante, y un suicidio colectivo por
no afrontar los errores cometidos y
los cambios que son necesarios. Pero
lo peor de todo, es que justo eso es lo
que está haciendo el Gobierno.

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