A la vista de los sistemáticos accidentes y negligencias
de las centrales nucleares, el Consejo de Seguridad
Nuclear se ha pronunciado a favor de un aumento de
inversiones en seguridad. Las centrales se niegan.
En la seguridad de las centrales
nucleares resulta clave
el compromiso de sus
explotadores y la estricta
vigilancia y severidad del Consejo de
Seguridad Nuclear (CSN). La relajación
de estos elementos claves provoca
una degradación de las condiciones
del parque nuclear y aumenta
la probabilidad de accidente. Nos hallamos
ante una actitud de desprecio
a la seguridad que provoca una acumulación
de incidentes en el parque
nuclear español. En concreto, se ha
producido una docena de incidentes
de diversa gravedad en lo que llevamos
de año, incluyendo un incendio
en la central de Vandellós II (Tarragona).
La central de Ascó se ha hecho
tristemente famosa este año por
su fuga radiactiva mantenida en secreto
por sus explotadores, lo que puso
en peligro a unas 2.000 personas.
En Vandellós II, también en Tarragona,
se produjo en 2005 una grave
rotura de su circuito terciario de
refrigeración, que sufría corrosión
desde hacía una década. Cofrentes
(Valencia), Trillo (Gaudalajara) o
Almaraz (Cáceres) no se han librado
de sufrir gran cantidad de incidentes
entre 2007 y 2008. Ni siquiera se ha
librado de sufrir incidentes la central
nuclear de Garoña (Burgos), que se
está jugando su continuidad, puesto
que su permiso de explotación caduca
en julio del año que viene. El número
de incidencias ha aumentado
un 150% desde el año 2004 y durante
2007 se produjeron 96 incidentes en
las centrales españolas; una media
de casi dos por semana.
Esta situación no se produce por
casualidad. Los propietarios de las
plantas nucleares han decidido reducir
gastos por todos los medios
con el fin de hacer más competitivo
el kilowatio/hora nuclear y de aumentar
su cuenta de beneficios. Y lo
han hecho, por un lado, ahorrando
en mantenimiento, lo que explicaría
incidentes como la rotura de la tubería
de refrigeración de agua marina
de Vandellós II, o el incendio de dicha
central. Por otro lado, han procedido
a reducir plantilla, lo que hace
que se produzcan más incidentes
por malas prácticas, dado que muchos
de los trabajadores están mal
formados o hacen su labor demasiado
deprisa. Ejemplos de esto son la
fuga radiactiva de Ascó o el rebose
de la vasija del reactor de Almaraz
en mayo de este año. El CSN lleva
muchos años con un exceso de permisividad,
lo que da a los propietarios
de las centrales sensación de impunidad.
Las sanciones impuestas
no resultan disuasorias, puesto que
nunca superan el equivalente a la
facturación de varios días de funcionamiento
de las plantas.
Esta acumulación de sucesos ha
motivado que el CSN y el Ministerio
de Industria se reúnan con representantes
de Endesa e Iberdrola –en
última instancia, quienes toman las
decisiones sobre la política de inversiones.
La respuesta a la requisitoria
del ministro y del CSN no ha podido
ser más clara y contundente: no
piensan aumentar las inversiones.
La respuesta ha sido la afirmación
del CSN de que va a mantener bajo
vigilancia estrecha las centrales, lo
que resulta un tanto sorprendente:
¿Es que hasta ahora no las mantenían
bajo estrecha vigilancia?
El resultado de esta situación se
traduce en un aumento del peligro
de accidente. En estas condiciones
resulta temerario apostar por la prolongación
de la explotación de las
plantas. Las condiciones en que se
encuentran las centrales, cada vez
más envejecidas, se van degradando
con el paso del tiempo, especialmente
por la afección de la corrosión al
circuito primario de refrigeración, el
más grave problema al que se enfrenta
Garoña. Y en estas condiciones, el
CSN y los propios explotadores deberían
extremar las precauciones. Lo
contrario de lo que observamos.
Lo más sensato, dados los problemas
generales que conlleva la energía
nuclear, sería proceder al cierre
escalonado de las centrales, sobre
todo cuando nos enfrentamos al
agravante de una muy deficiente
cultura de seguridad y una negativa
a invertir más para intentar reducir
el peligro de accidente.
RECORDAR EL PASADO PARA ENTENDER EL PRESENTE
El 19 de noviembre de
1989 la central nuclear
Vandellós I, en Tarragona,
se incendiaba y se cerraba,
en uno de los accidentes
nucleares más graves
de la historia peninsular.
La propietaria de la central
no había aplicado todas
las reformas que propuso
Seguridad Nuclear tras el
siniestro de Chernobil, tres
años antes.
Diecinueve años después
del desastre de Tarragona,
grupos ecologistas catalanes,
sin la energía desplegada
en 1989, salían a las
calles para recordar el
sonado y fatídico incidente
de Vandellós I, pero también
para recordar cada
uno de los accidentes
nucleares que se han producido
en las centrales
nucleares, especialmente
las catalanas, desde
entonces. Accidentes producidos
por negligencias
de las propietarias de las
centrales, que han tratado
de ocultarlos y que, en
muchas ocasiones, han
sido destapados por trabajadores
y grupos ecologistas,
como en la fuga
radioactiva de Ascó I (ésta
se hizo pública el 6 de
abril, cuando ya habían
trascurrido cuatro meses
gracias a trabajadores y a
Greenpeace).
Ecologistas en Acció y L’Escurçó
aprovecharon la
atención mediática para
exigir un plan de clausura y
desmantelamiento de las
centrales nucleares de
Ascó y Vandellós.
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