EN PRIMERA PERSONA...
Agresión a una periodista
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Patricia Horrillo es periodista. Ha trabajado para Público y El País en Barcelona y, actualmente, colabora con el medio digital Zona Retiro en Madrid. La noche del 17 de agosto, tras cubrir la manifestación laica fue detenida ilegalmente por un agente que la insultó y amenazó si no le mostraba su DNI. La reportera, que grabó con su teléfono un vídeo de la situación, ha presentado una denuncia a la que se han sumado las de otros dos periodistas que fueron agredidos por el mismo policía.

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02/09/11 · 7:55
Edición impresa

Pasadas las diez, me acerco
hasta la confluencia de la
calle del Correo con Sol y
me quedo pegada a las vallas
de protección policial grabando
las cargas. Publico varios twitts y fotos.

No doy crédito a lo que está pasando
y hago un vídeo de unos diez
minutos intentando que no me tiemblen
demasiado las manos. Veo a
un equipo de Cuatro, un cámara y
una chica alta y rubia, que intenta
meterse en medio de los antidisturbios
y cómo les sacan aludiendo a
su seguridad. Me sorprende el sonido
de botellas de cristal llenas estampándose
contra el suelo bastante
cerca de donde yo estoy. Cuento
unos cinco botellazos.

Dos furgones avanzan y se colocan
a pocos metros de donde me encuentro.
La calle del Correo se ha
quedado bastante vacía y una línea
de antidisturbios impide entrar a
Sol por ella. Sigo observando: llega
el SAMUR y un hombre, al que le
habían dado con las porras, le explica
a un sanitario dónde le duele y
pregunta qué clase de lesión le pueden
haber producido. El paramédico
le tranquiliza diciéndole que no
hay rotura de fibras. Se alejan y me
quedo sola en esa esquina entre los
furgones y los antidisturbios.

Un policía blandiendo un palo

Veo a un agente sin casco y con un
palo blanco bastante largo blandiéndolo
a modo de espada. De repente,
repara en mí y me pregunta qué hago
ahí. “Soy periodista, estoy grabando
y sacando fotos de lo que está
pasando”. “No tienes permiso para
grabar”. “¿Cómo que no? Estoy en
la calle”. “¿Para qué medio?” “Soy
periodista independiente. Colaboro
con un diario local”. Niega con la cabeza
mientras mira mi identificación,
que llevo colgada del cuello y
en la que están mis datos: nombre y
apellido, DNI, foto y acreditación de
freelance. Viendo su actitud desbloqueo
el móvil y me pongo a grabar
por lo que pueda pasar.

Estalla cuando le pido
que no me levante la
voz: “¡Que no te levante
la voz! ¡Como te meta
una hostia, vamos!”

De repente, el policía me saca violentamente
la identificación del cuello
y, pese a que le pregunto repetidamente
por lo que está haciendo,
no me responde. Veo que apunta algo
en una libreta y me fijo en que
lleva la identificación aunque no alcanzo
a ver los números. Me dice
que le faltan datos: el nombre de
mis padres y mi dirección. No me
dice por qué necesita identificarme,
sólo que saque mi DNI, gritándome.

Estalla cuando le pido que no
me levante la voz “¡Que no te levante
la voz! ¡Como te meta una hostia,
vamos!”. No me creo lo que me está
pasando y respondo con incredulidad
“¿Qué me acaba de decir?”. Una
sensación de irrealidad me inunda
cuando el policía que me acababa
de amenazar les dice a otros agentes
que me pongan las esposas. Me
agarran por ambos brazos y me
arrastran al furgón. Agarro el móvil
como si me fuera la vida en ello y,
aunque lo intentan, no me lo consiguen
quitar. Tengo miedo de que se
den cuenta de que estoy grabando y
consigo apagarlo. Cuando abren la
puerta del furgón, veo a un chico
boca abajo, sin camiseta y con las
esposas puestas. Me empujan hacia
dentro y me golpeo en las espinillas.

Entonces veo dentro a otro
agente, vestido con una camiseta
amarilla y con un pañuelo que le tapa
la nariz y la boca. Mira hacia mí
y comienza a gritar como un loco:
“¡A ésa ponerle las esposas!”.

Tengo asumido que puedo acabar
en comisaría pero mi miedo es
que me dejen sin el móvil y que
vean que he grabado todo eso.

Pienso que, si se dan cuenta, no sólo
lo van a borrar, sino que me pueden
hacer pagar el atrevimiento.

Grito como puedo “¡Saco el DNI!
¡Saco el DNI!” y consigo que me
suelten los brazos. Aprovecho para
sacar de su vista el móvil y me lo
meto en mi riñonera a la vez que
cojo mi monedero. Tengo muchos
papeles y tardo unos momentos en
encontrarlo. Según lo saco, el mismo
agente que me había amenazado
me lo arranca de los dedos. Se
da la vuelta y se apoya contra el capó
del otro furgón. Esos minutos
los percibo como una eternidad.

Seguía sin entender qué estaba pasando
y mi cabeza no consigue atar
más cabos. El policía se da la vuelta
y me encara: “¡Ahora vas a hacer
exactamente lo que yo te diga! ¡Vas
a coger esto (en alusión al DNI) y te
vas a ir al final!”. “¿Al final de dónde?”.
“¡De la calle!”. Me devuelve el
carné y la identificación y yo me
meto ambas cosas en la riñonera.

Empiezo a caminar sin sentir los
pies. Otro antidisturbios me escolta
fuera del cordón policial. Le miro,
sin comprender, y le pregunto llorando:
“¿Por qué estáis haciendo
esto? ¡¿Por qué?!”. El agente me intenta
calmar: “Tranquilícese, señorita,
no pasa nada, váyase ahora”.
Puede que me equivoque, pero en
su mirada pude ver que tampoco él
entendía qué estaba pasando.

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