Las estadísticas sobre violencia insurgente se disparan. Las
últimas previsiones sugieren un coste político y humano
muy elevado para el futuro inmediato.
“La estrategia en Afganistán no funciona
y las tropas de la OTAN se desangran
progresivamente, como un
toro alanceado en cada embestida
que acomete contra el matador talibán”.
Son las palabras del comandante
de las tropas de la OTAN en
suelo afgano, general Stanley Mc-
Chrystal, en un informe filtrado por
la BBC el 31 de agosto. En él se recomendaba
a la Administración
Obama un aumento inmediato del
número de efectivos destacados,
para asegurar “un rápido traspaso
de responsabilidades al Gobierno y
fuerzas de seguridad locales”.
Este cambio de orientación en la
estrategia aliada llega al final de un
verano en el que se han duplicado
las bajas de personal militar de la
OTAN en acciones de guerra: de una
media de 75 muertos durante cada
uno de los últimos cinco veranos, se
ha pasado a 150 en los meses de julio
y agosto. En este sentido, y como
informaba el diario The Independent
el 2 de septiembre, la demanda y el
volumen de cargamentos de armas
se han duplicado de igual manera, lo
que, según esta fuente, apunta a un
“aumento drástico de la insurgencia
antioccidental”.
Este repunte de la actividad militar
contra la Coalición se refleja también
en el incremento en los ataques
con dispositivos explosivos improvisados,
una modalidad de guerrilla
que causa un impacto muy negativo
en la moral del personal militar. Durante
el ejercicio 2008-2009 se produjeron
3.276 ataques de esta naturaleza
–un aumento del 45%–, lo que
acarreó tres veces más bajas que en
las fases previas de la guerra.
Terreno pantanoso
Esta información trascendió en el
preludio de la tormenta desatada por
el ataque aliado que acabó con la vida
de al menos 80 civiles el pasado 4
de septiembre en la provincia de
Kunduz. El bombardeo fue ordenado
para destruir dos camiones cisterna
cargados de gasolina que se encontraban
inmovilizados y estaban
siendo vigilados de cerca por tropas
de la Coalición. En el momento del
ataque estaban rodeados de civiles
que bombeaban combustible de sus
depósitos para uso privado.
En su edición del jueves 10, el
diario alemán Süddeutsche Zeitung
recogía un informe de la OTAN en
el que se acusa al responsable directo
del ataque, coronel Klein, de
haber ignorado el protocolo vigente
sobre ataques aéreos, implementado
recientemente para tratar de
apaciguar una ira popular que crece
con rapidez frente al asesinato
cotidiano de civiles en operaciones
similares. A pesar de ello, el Gobierno
alemán declaró el día 7 que “respaldaba
la decisión”.
Giro inesperado
Contradiciendo sus declaraciones del
4 de septiembre en las que afirmaba
que “no se retirarán [de Afganistán]
mientras la seguridad nacional esté
en cuestión”, el día 9 el primer ministro
británico, Gordon Brown, remitió
junto a Angela Merkel y Nicolas
Sarkozy una carta a la ONU solicitando
una cumbre internacional “para
redefinir los plazos y el marco de
actuación en la guerra”.
También en contradicción con la
falta de esperanza que manifestaban
a principios de mes fuentes del Ministerio
de Defensa británico respecto
a la posibilidad de conseguir más
apoyo militar de sus socios europeos,
el Gobierno español anunció
un nuevo aumento de tropas en
Afganistán. Aunque aún está pendiente
de ser ratificado por el Congreso,
Defensa espera sumar 250
nuevos soldados a los 778 que están
destacados de forma permanente. A
día de hoy, hay, además, 450 militares
en el llamado “batallón electoral”
y 80 más a cargo del aeropuerto de
Kabul, en lo que es el mayor despliegue
militar español en el exterior,
después de la misión en Líbano.
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