Lo que está en juego en el próximo 'Vistalegre' es la conversión de Unidos Podemos en algo más que un espacio electoral.
En Podemos se ha abierto un capítulo lamentable que necesita ser aclarado. Ésta es mi pretensión: la no aceptación de la confluencia con IU ofrece la clave de lectura de lo que está ocurriendo estos días en la formación morada, pero nadie, ni siquiera sus responsables últimos, puede tener la última palabra.
Tiene razón Pablo Bustinduy cuando sostiene que las cuestiones metodológicas incorporan implicaciones políticas de gran calado (cualquiera mínimamente consciente de la historia del socialismo conoce la relevancia de la “cuestión del método”). El problema está en que el método y el interés no siempre van por separado. De hecho, en asuntos políticos prácticamente es norma encontrarlos de la mano. De modo que a la delimitación del método se le une la definición del interés. Cabe, pues, preguntar: ¿en qué medida es emancipatorio el interés de los que, como Bustinduy e Íñigo Errejón, disputan a Pablo Iglesias el marco discursivo de Podemos?
Los teóricos del populismo están más próximos a Habermas que a Benjamin. Quiero decir, y ya que hablamos de interés, Habermas da por válido el capitalismo como modelo de éxito aunque otorga a la política un papel agonizante para que trate de corregir los “excesos” de una economía autorregulada; reconoce que existen, pero el sistema de la propiedad e inversión privada representa el último logro de la humanidad, su última etapa de aprendizaje y desarrollo. Agoniza la política, por tanto, en la medida en que no se le pueden poner puertas al campo de la acumulación privada.
Benjamin, en cambio, está por dejarse afectar desde el presente por los gritos de indignación silenciados en el pasado, por recoger el guante y plantear la ruptura, no la continuidad, con la historia del capitalismo. ¿Es éste el interés de Errejón? ¿Es esto lo que hay que entender por “ruptura democrática”? ¿De verdad quiere ir más allá de una actualización del keynesianismo? Como decía Sacristán, matiz es concepto. Valga también para el caso.
A pesar de sus idas y venidas mediáticas (“la política es 95% comunicación”), sí parece ser éste el interés de Pablo Iglesias. O por lo menos, últimamente parece más dispuesto a participar del análisis crítico del capitalismo que de la seducción utilitarista “de los que faltan”. Y en esto, diría, la razón cae de su parte: quienes juegan a la seducción, es decir, los populistas, son, como en realidad lo son y han sido todos los políticos, demagogos. Pero el problema de los teóricos del populismo es que hacen de la demagogia un fin. Un fin “de izquierdas”, si se quiere, pero en la medida en que es algo más que un simple medio dan por válida la mascarada de hacer de la necesidad virtud. Es decir: lo transversal es un sustituto de la falta de compromiso real y consciente con “los de abajo”.
Invariablemente apelan los populistas de Podemos al 15M, y Errejón lo hace ahora incluso para darle un contenido épico a su posición en la contienda que se traen entre manos, pero el 15M tuvo muy poco de transversal y menos aún de radical (si entendemos por esto “ir a la raíz de las cosas”). Mucho de lo que había en las plazas era clase media reclamando la realización de las promesas típicas de la modernidad capitalista; promesas que luego han engendrado el narcisismo de las clases medias.
Tiene razón Errejón al plantear la necesidad de generar bloque histórico, pero no creo que Gramsci estuviera por contribuir a mantener vivas aquellas promesas. La inquina hacia los “viejos” socialismo y comunismo es mucho más, me temo, que la expresión recurrente del posmarxismo populista (como si alguna vez el estructuralismo hubiera entendido qué y cómo pensaba Marx).
Por otro lado, el problema de Gramsci, hoy, es su devoción por el partido, por el príncipe, por el “cesarismo” (aun democrático). En una palabra, por el liderazgo. De modo que nuevamente hay que decir que Iglesias no puede escamotear la cuestión del método sirviéndose de su (todavía) tirón entre sus electores. Esa “cuestión”, una vez más en la historia de la izquierda, probablemente le tenga por mucho tiempo contra la espada y la pared.
Lamentablemente, a mi modo de ver y como sugería al principio, lo que está en juego en el próximo 'Vistalegre' es la conversión de Unidos Podemos en algo más que un espacio electoral (y eso, en el mejor de los casos). Para defender ese espacio y su futuro, Iglesias tendrá que recurrir como nunca al maquiavélico equilibrio de la virtud con la fortuna. Pero en materia de instrumentos políticos, y especialmente si de verdad se alberga un interés emancipatorio, nadie, ni Iglesias, ni Errejón, ni Garzón, debería tener la última palabra.
comentarios
1