Ni víctimas, ni débiles, ni frágiles: Italia se moviliza contra la violencia machista

Texto de Bárbara D'Agnelli, DinamoPress.

25/11/16 · 8:00
Convocatoria a las movilizaciones del 26 y 27 de noviembre.

Texto de Bárbara D'Agnelli, DinamoPress.

En pleno 2016, millones de personas siguen con la necesidad de salir a las calles para manifestarse en contra de la violencia contra las mujeres. Puede parecer algo antiguo, sin embargo, así es la cruda realidad. Lo cierto es que Italia, junto con otros Estados europeos, compite para ganar el podio en el ranking de los países con más altas tasas de violencia contra las mujeres. Estamos todavía muy lejos de superar escenarios tan atrasados que pueden parecer medievales, y que con arrogancia y presuntuosidad intelectual solemos otorgar a sociedades musulmanas, o a los países tristemente llamados de “tercer mundo”.

En los últimos meses, se hacen cada vez más frecuentes las movilizaciones que denuncian la plaga de la violencia contra las mujeres; que no se limitan a manifestar su condición de víctimas, sino que afirman su voluntad de autodeterminación y acción política. Las mujeres toman la palabra en Argentina, México, Bolivia, Chile, Estado español, Italia, Islandia, Polonia, India, Corea… porqué cada día, en todo el mundo, muchísimas mujeres son asesinadas: quemadas vivas, apuñaladas, tiroteadas, ahorcadas. Muy recientemente, la historia de Lucia en Argentina, que fue violada y empalada, con tan solo dieciséis años, hasta perder la vida a causa de la laceración de los tejidos internos. O el caso de Sara, quemada viva por su exnovio hace unos meses en Roma. Sí, lamentablemente en Italia también las estadísticas llaman tristemente la atención: en nuestro país, cada tres días una mujer es asesinada. Y de forma aberrante.

Todo esto es escalofriante, claro; sin embargo, es solamente el punto más visible de una violencia que tiene muchas caras y manifestaciones en nuestra sociedad, que atraviesa las relaciones sociales, económicas y políticas. Una violencia que se ejerce sobre distintos niveles. Desde el hogar, en lo referente al ámbito de la afectividad. Pasando por los centros de trabajo, en los cuales la precariedad y la enorme brecha salarial se hacen cada día más agudas y fuertes y donde el cuerpo y su potencial uso asumen cada vez más centralidad en lo que afecta a una relación profesional. Llegando hasta al ámbito de la sanidad, donde el derecho a la salud parece ser un derecho que hay que ganarse: nuestro Sistema Sanitario Nacional sufre constantes recortes, la contracepción es constantemente obstaculizada y la interrupción del embarazo negada por los muchos médicos que se declaran objetores de conciencia. Aún hay más, la violencia se ejerce también en la narración mediática. Alcanza el campo de la educación, allí donde una formación digna sobre las cuestiones de género es inexistente. Invade también los espacios institucionales, en los cuales, contrariamente a la construcción de políticas adecuadas a solucionar el problema, se ofrecen respuestas totalmente ineficaces.

Somos conscientes de que la ineficacia de las políticas de los gobiernos no manifiesta una simple incapacidad a la hora de enfrentar el problema, sino una voluntad política conservadora y reaccionaria. No es casual que la violencia sobre los cuerpos sea un fenómeno global. Pues ésta no es una cuestión privada, y tampoco de cultura individual; al contrario, es un fenómeno estructural que abarca la sociedad en toda su complejidad, esta violencia estructural conlleva beneficios para muchos. La perpetuación de cualquier sistema se basa sobre su posibilidad de reproducirse.

Y, todavía hoy en día, sobre el cuerpo de las mujeres se juega un partido importante a nivel global: que es precisamente la reproducción de un sistema que otorga todo el poder a unos a costa de quitárselo a otros. En este escenario, el rol de la mujer es crucial para la acumulación de la riqueza y para la reproducción de aquellas condiciones que posibilitan esta acumulación en manos de unos pocos. Por poner un ejemplo, sin el trabajo doméstico realizado por las mujeres, que a menudo no está retribuido y no es productor directo de beneficio, no podría garantizarse el funcionamiento del engranaje productivo de nuestras sociedades.

Así, enjaular a la mujer dentro de categorías apolíticas, caracterizadas por una condición de inferioridad, fragilidad, de víctimas, de madres, de objetos, es parte de los dispositivos que construyen todo un modelo de género que normaliza y perpetúa un sistema orientado a vaciar de poder y autonomía a determinadas formas de vida para centralizar otras compatibles con el modelo social dominante, neoliberal y patriarcal. Por lo tanto, el género, así como la etnia, la clase social, la edad, etc., es una de las herramientas usadas para articular y controlar la organización de la vida. Herramientas que individualizan y aíslan, que encadenan roles y funciones para que nadie pueda alterar el orden vigente.

Está claro, entonces, que la cuestión de la violencia contra las mujeres no es un problema sólo de las mujeres: no solamente está en juego nuestra existencia; está en juego la felicidad de todas las formas de vida incompatibles con lo establecido por el modelo dominante. Así pues, la lucha feminista es una lucha para desmontar un determinado tipo de organización social, para destruir la idea de que solamente hay una forma de vida posible, para repensar y darle movimiento a las categorías que articulan nuestras sociedades. Asumir esta lucha no significa solamente identificarnos como mujeres, sino también reconocernos en la batalla contra una multiplicidad de injusticias que se estructuran y fortalecen en la desigualdad de género.

No vamos a permitir que nuestras vidas sean explotadas en beneficio de otros, sin poder decidir sobre ellas. No podemos dejar que nuestras existencias sean gestionadas, empaquetadas, capitalizadas. No lo vamos a permitir, como gritaba una mujer latinoamericana el miércoles negro del pasado 19 de octubre: “Es la muerte la que aquí nos convoca, pero es por la vida por lo que luchamos”.

Por estas razones, el 26 de noviembre en Roma se realizará una gran manifestación: porque nada está dado en este mundo, porque un mundo donde cada una pueda elegir su propio camino y autodeterminar su propia existencia está aún por construir, conquistar y descubrir. El día después, el 27 de noviembre, vamos a llevar cabo una jornada de trabajo sobre temáticas que decidimos colectivamente el pasado 8 de octubre mediante una asamblea nacional. Para debatir y organizar los pasos concretos y eficaces que pueden llevarnos a escribir, desde abajo, un Nuevo Plan Nacional contra la Violencia de Género, que reemplace el actual. Ni víctimas, ni débiles, ni frágiles. Solamente lo que deseemos ser.

* Traducción: Davide Angelilli.

* Este artículo ha sido publicado originalmente en Dinamopress.

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