No hay razón para pensar que Hillary Clinton vaya a desviarse de la trayectoria iniciada por su marido.
Para quienes no se hayan dado cuenta, hace ya muchos años que el Partido Demócrata estadounidense abandonó a las clases trabajadoras. En los años setenta del siglo pasado, los demócratas decidieron buscar el apoyo del mundo empresarial y financiero, poniendo fin, en gran medida, a su relación histórica con el mundo laboral y con los sindicatos.
A pesar de sus diferencias, los demócratas coincidían en la necesidad de acercarse a las clases profesionales y administrativas, por lo que desarrollaron una estrategia política que de algún modo continúa hasta nuestros días: defender posturas progresistas con respecto a los grandes temas de identidad y moralidad que dividen a la población (discriminación, control de armas, aborto, etc.) y promover políticas neoliberales en el terreno económico.
La clave de esta estrategia consiste en intentar desviar la atención del electorado hacia temas más o menos “culturales”, a fin de evitar que se cuestione seriamente la distribución de la riqueza.
El giro derechista del Partido Demócrata se consolidó definitivamente bajo Bill Clinton, quien promovió toda una serie de políticas neoliberales: la expansión dramática del sistema penal, las políticas de libre comercio (NAFTA), que afectaron adversamente a las clases trabajadoras de México y de Estados Unidos (desempleo, deslocalización, desindustrialización, competencia desleal), la desregulación de las telecomunicaciones, la desregulación del sistema financiero (factor clave para entender la crisis de 2007), así como el desmantelamiento de los programas de protección social (welfare).
Todas estas políticas tuvieron un efecto devastador sobre la calidad de vida de los más pobres de Estados Unidos, y más aún para la población hispana y africanoamericana (desproporcionalmente afectada), así como para gran parte de las llamadas clases medias.
No hay razón para pensar que Hillary Clinton –la candidata preferida por Wall Street y por los neoconservadores– vaya a desviarse significativamente de la trayectoria iniciada por su marido. Bastaría con repasar su historial reciente como secretaria de Estado (el equivalente a ministro de Asuntos Exteriores) para ver lo desastrosas que han sido sus intervenciones en materia de política exterior: Honduras, Libia, Siria, Rusia, Ucrania, Israel...
El hartazgo de la población con el establishment político se ha expresado recientemente a través de dos candidatos externos a dicho establishment: Bernie Sanders y Donald Trump. Sanders, un socialdemócrata moderado en la tradición del New Deal de Roosevelt, logró activar políticamente a grandes segmentos de la población, sobre todo a la gente joven. Aunque las encuestas le daban un amplio margen de victoria sobre Trump (a diferencia de Hillary Clinton), el Partido Demócrata movilizó todo su capital para evitar, por las buenas o por las malas, que Sanders fuera su candidato presidencial.
Mientras tanto, el Partido Republicano no fue capaz de contener la movilización de sus votantes a favor del machista y xenófobo Trump, quien promete crear empleo (aun a costa del medio ambiente), huir del libre comercio y evitar enfrentamientos con Rusia y China. Todo ello da una idea de la complejidad de la crisis política que se está produciendo en Estados Unidos.
Salvo que se produzca un acontecimiento excepcional, Clinton ganará en noviembre, a pesar de las diversas (y creativas) estrategias que han adoptado los republicanos para suprimir votos en diversos Estados.
Por su parte, Sanders ha conseguido que el Partido Demócrata apruebe la plataforma más progresista en la historia del partido y amenaza con presionar para que estas medidas no se conviertan en papel mojado. De lo contrario, los votantes pasarán factura dentro de cuatro años, cuando emerja un nuevo Sanders y también un nuevo Trump.
Por ahora, parece que los demócratas lograrán ganar tiempo, posponiendo esta bifurcación otros cuatro años más. Pero tarde o temprano la bifurcación será inevitable (pues el modelo ya roza sus límites) y las consecuencias se dejarán sentir, para bien o para mal, más allá de las fronteras de EE UU.
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