Opinión
Ocupaciones, asambleas y acción directa: una crítica de la política de ‘poner el cuerpo’

Joseph Todd analiza la creencia extendida de que juntar cuerpos en ocupaciones, asambleas y otras acciones es suficiente para construir el cambio.

, activista, estudiante de postgrado y miembro de los Brick Lane Debates. @josephalextodd
11/10/16 · 8:00
Acción de Plane Stupid en el tejado del parlamento escocés en 2008. / Cowrin

La ocupación, la asamblea y la acción directa se han convertido en los escenarios simbólicos de la izquierda en Estados Unidos, Canadá y parte de Europa. Estos espectáculos performativos –que han llegado a caracterizar a Occupy, al movimiento alterglobalización y, más recientemente, a Nuit Debout en Francia (ver Red Pepper de junio y julio)– son practicados por una generación de activistas del siglo XXI cuyo sistema por defecto es ocupar plazas y edificios, promover asambleas públicas e implicarse en el espectáculo de la acción directa.

Pero estas tácticas no son del siglo XXI. La congregación de cuerpos para tomar espacios, reunirse o demostrar algo no ocurre a consecuencia de los avances tecnológicos o cambios en la estructura social, aunque las redes sociales y la concentración de espacios urbanos la posibilitan y el periodismo ciudadano la amplifica; es más bien un medio de resistencia que existe de una forma u otra desde hace siglos.

Entonces ¿por qué se produce el resurgimiento actual? En sentido amplio, el espíritu anarquista que conforma estas tácticas directas prefigurativas no debería sorprendernos. Se juntan varios elementos que atraen a las personas nacidas en torno al milenio hacia las tendencias y tácticas anarquistas cuando se implican en la lucha: una educación cada vez más ‘liberal’ y menos autoritaria, empleos esporádicos en trabajos jerarquizados, vidas orientadas hacia la conexión con las redes más que con los centros de autoridad y (aunque en la práctica sólo sea en relación con el mercado), los valores de la libertad, la autonomía y el espíritu emprendedor inculcados por el neoliberalismo.

Al mismo tiempo, sin embargo, constatamos la popularidad de la ocupación, la asamblea y la acción directa –las tácticas presenciales, de cuerpos físicos juntos en concierto creativo– como una revuelta contra los mundos vitales digitales que muchos de nosotros estamos obligados a habitar. Por contraste, estas rebeliones son directas, físicas y presenciales. Son cuerpos, juntos, como deberían estar. Se antojan auténticos, genuinos y tangibles en un mundo de falsedad, complejidad y confusión.

Carne vulnerable

Esta política de ‘poner el cuerpo’ que depende del despliegue de la carne vulnerable e invoca la posibilidad de que le hagan daño a uno para fines puramente simbólicos es una evolución en el nuevo arsenal táctico de la izquierda que se está convirtiendo en hegemónico. Idealiza un acto cuasi político/teológico de sacrificio del propio cuerpo para el espectáculo, que exige la presencia en un mundo cada vez más virtual y reivindica que debemos reparar en nuestras identidades y revelarnos no sólo mediante nuestros cuerpos en la calle, sino con nuestros cuerpos en la calle creando espectáculo.

‘Poner el cuerpo’ significa participar en una sentada, simular muertes, ocupar, encadenarse, reunirse públicamente en asamblea o protestar con la cara descubierta. La política de ‘poner el cuerpo’ no es sinónimo de acción directa o simbólica ni de resistencia pacífica, aunque puede ser todas ellas. Es más bien exponer deliberadamente tu cuerpo al encarcelamiento, a las porras o a las balas. Es el sacrificio potencial del cuerpo para fines simbólicos. Es permitir que te rocíen con gas pimienta y que te esposen para conseguir las imágenes que con suerte circularán por las redes posteriormente. Es dar valor a la presencia física en un mundo virtual, a la capacidad de ‘estar’.

La política de ‘poner el cuerpo’ –es decir, exponer el propio cuerpo e invocar la posibilidad de que le hagan daño a uno para fines puramente simbólicos– idealiza un acto político/ teológico de sacrificio.

Los activistas de Occupy fueron practicantes paradigmáticos de la política de ‘poner el cuerpo’. Mientras el movimiento alterglobalización se dividía entre el espectáculo militante, aunque todavía expiatorio, que ocultaba el daño causado a bienes –una distinción importante que analizaré más adelante más allá del habitual binario anodino de la violencia y la no violencia– la política de ‘poner el cuerpo’ de Occupy parecía consistente y prácticamente omnipresente en Norteamérica y Reino Unido, con la excepción temporal de la resistencia del black bloc de Occupy Oakland.

Se trataba de enmarcar el movimiento en términos de la política de ‘poner el cuerpo’: se establecieron campamentos en ubicaciones casi exclusivamente simbólicas que no trastocaran el discurrir diario, generalmente parques, plazas o grandes espacios públicos; su existencia ininterrumpida y florecimiento prefigurativo exigían la presencia constante y a menudo agotadora del cuerpo; la toma de decisiones y la inclusión en la polis se basaba en la presencia del cuerpo; y la narrativa de estas ocupaciones, al menos temporalmente, de asegurar la presencia del cuerpo, listo para el sacrifico cuando el Estado desalojara el campamento.

Sin embargo, la política de ‘poner el cuerpo’ va más allá de la ocupación, como se demostró en las acciones recientes en Londres: los activistas de Plane Stupid que perturbaban el desarrollo del aeropuerto de Heathrow al tumbarse en las pistas de aterrizaje, las personas que se tiraron en la alfombra roja en el estreno de la película Suffragettes y las personas que llevaron a cabo un simulacro de estar muertas en solidaridad con los refugiados en la estación de tren de King’s Cross. Aunque la acción de Plane Stupid fue perturbadora –que hizo que se cancelaran 25 vuelos– constituyó también la política de ‘poner el cuerpo’ porque los implicados pretendían siempre ofrecer su cuerpo para el castigo. Y fue así porque además de que no hay manera razonable de escapar después de interrumpir una pista de aterrizaje con el propio cuerpo, se difundía el espectáculo mediante la presencia en los tribunales y la invocación del debate público, más allá de la acción en sí misma.

Sin embargo, el concepto de ‘poner el cuerpo’ se puede ampliar para incluir acciones que no sean expuestas, sumisas y abiertamente expiatorias sino que, al menos en teoría, sean desafiantes, confrontacionales y militantes.

Símbolos y sacrificio

El relato de David Graeber sobre la ‘batalla de Quebec’ es útil aquí. Los activistas que se reunieron en la ciudad para la 3ª Cumbre de las Américas –en la que se pretendía ampliar una zona de libre comercio a Sudamérica– se indignaron especialmente al encontrarse con un vallado de siete kilómetros cuadrados alrededor del lugar de celebración de la cumbre. Durante el fin de semana se tiraron trozos de valla y se sucedieron batallas con la policía antidisturbios. Aunque la manifestación tuvo lugar en el Norte global, esta acción fue militante. Pero ¿cuáles fueron los objetivos de dicha militancia? ¿Cuál fue el objetivo último y con qué fin se llevó a cabo?

Graeber reconoce que la valla fue ‘el símbolo perfecto’ y se convirtió en el objetivo principal y diana de las protestas. Más allá de estos hechos, parecía que había poco entusiasmo e intención de penetrar en la zona cercada con el fin de interrumpir la conferencia, hecho que los organizadores de la protesta reconocieron desde el principio. El objetivo de la militancia no fue perturbar, sino el simbolismo y el espectáculo, al tumbar las vallas que simbolizaban la exclusión neoliberal y crear un espectáculo de resistencia militante que podría replicarse en todo el mundo frente a la violencia de Estado.

El sacrifico potencial del cuerpo para fines simbólicos y la creación de espectáculo no son exclusivos de las prácticas políticas occidentales neoanarquistas. Podríamos citar aquí varias huelgas de hambre o la práctica de autoinmolación de los monjes tibetanos como ejemplos de actos viscerales mucho más extremos que la política de ‘poner el cuerpo’. Tampoco debemos menospreciar los actos políticos de sacrifico corporal –desde la detención a la inmolación– como insensatos, ingenuos o poco prudentes.

La política de ‘poner el cuerpo’ –a falta del suicidio político– tiene efectos experienciales para las personas implicadas. Según la teórica social Judith Butler, constituye la ‘anunciación’ de unas personas a otras, es decir ‘revelarse’. Proporciona una oportunidad para construir lazos radicalmente distintos e imposibles bajo las habituales relaciones capitalistas, una aseveración apoyada por recuerdos incontables de ocupación y acción directa. Y lo que es más importante, es una táctica que a menudo funciona.

Mohamed Bouazizi proporcionó la chispa para la primavera árabe al empaparse con disolvente y prenderse fuego. Ceyda Sungur, la ‘mujer del vestido rojo’ encendió las protestas del parque Gezi en Estambul al aguantar pasivamente un chorro de gas pimienta.

Más allá de lo simbólico

Pero la creciente hegemonía de la política de ‘poner el cuerpo’ en muchos círculos de la izquierda significa que debe ser criticada, no sea que limite los horizontes de nuestra imaginación táctica y performativa. La acción directa –a menudo simbólica y expiatoria– en la que exponemos nuestro cuerpo a los pies de la policía debe complementarse con perturbaciones reales al capital. La exigencia de presencia en las asambleas y reuniones no debería ser requisito previo para la inclusión, sino sólo una modalidad de implicación. Aunque revelarse construye lazos que de otra manera no se consiguen, en nuestra sociedad de vigilancia y control deberíamos cultivar también la capacidad de desaparecer mediante la realización de actos políticos en los que reconozcamos el valor de lo cerrado, encubierto y sigiloso, sabiendo que lo abierto y público será siempre observado, infiltrado y grabado.

Esto último es una realidad que se discute en raras ocasiones y que debemos abordar; la política de ‘poner el cuerpo’ se ha vuelto más difícil y peligrosa de practicar. En la medida en que la oportunidad para el espectáculo se ha incrementado, también lo ha hecho la de la vigilancia. Nuestros cuerpos se han vuelto cada vez más vulnerables y precarios precisamente porque no son sólo nuestros cuerpos actuales los que ponemos en peligro. El auge de los equipos de inteligencia anticipada, inmensas bases de datos policiales, la videovigilancia casi total en ciudades como Londres y la infiltración cada vez más sofisticada de las redes activistas significan que arriesgamos también nuestros cuerpos futuros.

El objetivo de la militancia no fue perturbar, sino el simbolismo y el espectáculo, al tumbar las vallas que simbolizaban la exclusión neoliberal y crear un espectáculo de resistencia militante.

Escapar del lugar de la acción no equivale a escapar de sus consecuencias como ocurría antes, porque la policía localiza a menudo a los activistas varios meses después de la acción. En países como el Reino Unido, las consecuencias pueden ser menores, como una noche en prisión o no presentar cargos. Pero en otros lugares, la violencia y tortura políticas son habituales y las consecuencias de este rito de iniciación, tanto en casa como en el extranjero, son mucho mayores para los enfermos mentales, las personas con movilidad reducida, las personas trans y las minorías étnicas, como demuestra el caso reciente de Sarah Reed en la prisión de Holloway, Londres.

De este modo, las acciones indirectas, encubiertas, perturbadoras y no expiatorias deben popularizarse. Esto no constituye una declaración formal que anime a los activistas a realizar acciones más ‘radicales’, que puedan ser violentas, ilegales, peligrosas o perturbadoras. Como se explica más arriba, la política de ‘poner el cuerpo’ es a menudo peligrosa y puede incluir las acciones más militantes. Tampoco es un argumento que defienda devolver nuestro cuerpo al reino privado y ocuparnos exclusivamente en el ‘clicactivismo’ o el ‘hacktivismo’, aunque éstos deberían ser tomados más en serio por parte de los activistas. Más bien reivindico que la política de ‘poner el cuerpo’ ha sido idealizada hasta el punto de que hemos olvidado que es cada vez más peligrosa, a menudo simbólica y una forma más de ‘acción’.

En este sentido, el académico y escritor Nick Srnicek analiza las posibilidades del ‘mapeo cognitivo’ de Fredric Jameson. Para Srnicek, las tendencias neoanarquistas, el localismo y una política izquierdista reactiva han conspirado para crear una tendencia política ‘folklórica’ que, entre otras cosas, simplifica radicalmente y reduce los complejos sistemas globales a antagonismos y ubicaciones geográficas específicas mientras convierte en sujeto sistemas de poder dispersos.

Lo que debemos perseguir –colectivamente, con humanos y máquinas– es la creación de mapas cognitivos de nuestro trabajo, cada vez más complejo. Debemos entender la naturaleza ‘interrelacionada, no lineal’ de los sistemas capitalistas, el cambio climático y la interacción social; debemos identificar los puntos débiles, los emplazamientos más provechosos para nuestra intervención. Esto significa que debemos tomar en serio la simulación por ordenador. Requiere también acercarse a las acciones que no sólo crean espectáculo, sino que perturban los flujos del capital y el poder.

Negar el progreso

Pongamos un ejemplo. Occupy Wall Street fue el instante más importante de la política de ‘poner el cuerpo’ en la historia reciente de Estados Unidos. Miles de cuerpos crean un espacio prefigurativo que depende de la presencia ininterrumpida de esos miles de cuerpos.
Pero fracasó porque se negó a avanzar más allá de esta política de ‘poner el cuerpo’. La inclusión en la polis se basó en la presencia física, no sólo porque la toma de decisiones se realizaba en asamblea general durante largas jornadas, sino también porque no participar en la asamblea general constituía una exclusión simbólica del espectáculo performativo que llegó a ser el distintivo del movimiento. Y mientras la falta de demandas tenían en parte su raíz en una desconfianza de las instituciones existentes, tenía que ver también con la política de ‘poner el cuerpo’, es decir la creencia de que juntar cuerpos es suficiente para construir el cambio, que los cuerpos en la calle podrían prefigurar la revolución.

Ocupar es llevar a cabo la política de ‘poner el cuerpo’ porque hay que estar físicamente presente para hacerlo. ¿Y si el movimiento hubiera ido más allá de esto? Muchas personas han sugerido que Occupy tendría que haber hecho demandas, haberse implicado en las instituciones existentes o incluso haberse institucionalizado él mismo. Pero aun siguiendo su propio camino, ¿por qué no se persiguió también una acción directa perturbadora en vez de simbólica –que no implicara necesariamente el sacrificio corporal– como complemento?

El distrito de Mahwah en Nueva Jersey está a menos de una hora al norte del Parque Zuccotti; se encuentran aquí los principales servidores de la bolsa de Nueva York. Alternativamente, en Alpha, Nueva Jersey, hay una instalación de amplificación de 185 metros cuadrados que repite y limpia la señal entre las bolsas de Chicago y Nueva York. Es hasta aquí donde nos puede llevar el ‘mapeo cognitivo’ de Jameson. Es decir, no a los centros de Wall Street, el parlamento o Downing Street, sino a los cimientos del capital global, las ubicaciones en las que la intervención perturbadora sería más eficaz. Más que esto, una combinación del mapeo cognitivo y una compleja simulación por ordenador nos permitiría no sólo identificar estos emplazamientos, sino mapear con precisión los efectos que tendrían las acciones perturbadoras, permitiéndonos asesorar mejor la oportunidad de dónde, cuándo y cómo intervenimos.

Intervención eficaz

Este ensayo pretende ser una crítica amistosa y constructiva de las prácticas políticas actuales. He participado en muchas acciones que requerían ‘poner el cuerpo’ y seguiré haciéndolo. Son necesarias e importantes, tanto por la experiencia que aportan como por su potencial para crear un espectáculo narrativo perturbador.

Sin embargo, no constituyen el único horizonte de las acciones políticas posibles. Si vamos a intervenir con eficacia en sistemas globales complejos y no lineales, si hemos de evitar la exposición innecesaria de nuestros cuerpos a la violencia y al encarcelamiento, si queremos causar trastorno real además de espectáculo simbólico, debemos perseguir acciones indirectas, simuladas con anterioridad y mantenerlas a menudo en secreto, es decir acciones que trastocan mientras protegemos nuestros cuerpos vulnerables.

Artículo original publicado por la revista Red Pepper en inglés.
 

Traducido por Christine Lewis Carroll

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