El ciclo perverso de la pesca
Importamos pescado, expulsamos personas

El consumo de pescado en Occidente afecta a las poblaciones de algunos países “en vías de desarrollo”, obligándolas a emigrar.

03/10/16 · 10:10
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Una niña vendiendo pescado en una playa de Senegal. / Daniel Carrasco

Texto de Daniel Carrasco, periodista y documentalista, codirector del documental ‘Desierto líquido’.

“Horrible, porque se nos abrieron las cuadernas de la piragua. Llevábamos ocho días dando vueltas, vueltas, vueltas. Era un cayuco para 60 personas, más o menos, y nosotros éramos 112, así que no aguantó y se abrió. Uno de los chicos era buceador, saltó al agua, lo amarró con unas cuerdas y aguantamos dos días más a la deriva, pero entraba mucha agua. De repente, apareció un barco colombiano, eran las nueve de la noche, y nos ató hasta el día siguiente a las cinco de la tarde que llegó el Esperanza del Mar y nos rescató. Y tres días más navegando con el barco de la armada para llegar a Canarias. No hubiéramos podido llegar nosotros solos. El hombre que llevaba el GPS, antes de mirarlo, tenía que golpearlo para ver si funcionaba. Cada día lo sacudía y decía ‘nos quedan 300 kilómetros’, siempre 300 kilómetros”, sonríe nervioso, con el brillo en los ojos de una triste historia con final feliz.

Doune Ngaye Mbengue, senegalés emigrado a España, no explica una historia excepcional, sino cotidiana. Cada año, las costas canarias y andaluzas se llenan de cayucos cargados de africanos, que a su vez copan los informativos y el imaginario colectivo. La media anual está entre los 2.000 y 3.000 inmigrantes senegaleses, y la peor cara de esa moneda es que muchos no llegan. Entonces, especialmente cuando las llegadas son masivas o las muertes colectivas, la sociedad se moviliza y los gobiernos toman medidas, legitimando o deslegitimando –a gusto del observador– políticas sobre migración. Balas de goma, más efectivos policiales, deportaciones, vallas más altas y con cuchillas en la cumbre –según el Ministerio de Interior, “unas concertinas que provocan cortes superficiales disuasorios”– son algunas de las medidas estrella para evitar “el efecto llamada”. Después, como hemos podido escuchar a Rajoy con el actual tema de Siria, hay que averiguar el origen del problema migratorio. Pero, cuando toca hablar de las causas, las aguas suelen estar tranquilas y deja de ser prioridad llegar a la raíz.

Pescadores natos

El plato nacional senegalés es el tiéboudienne, cuyo principal ingrediente es el thiof o mero. En Senegal, no pasa un solo día sin que alguien te ofrezca ese delicioso plato de pescado con arroz y verduras, bien especiado.

―¿Conoces el tiéboudienne? –me pregunta el pescador.
―Llevo tres meses en Senegal. Lo he comido casi a diario.
―Para nosotros, un día que has comido tiéboudienne es un día feliz. Yo creo que si un senegalés estuviera demasiado tiempo sin comerlo, moriría –ríe.
 

Karim Sall: “Los barcos españoles llegan encubiertos por gente muy poderosa en Senegal”

La pesca tiene un lugar privilegiado en la cocina senegalesa, igual que el djembe lo tiene en su música. Pero no es una cuestión exclusivamente de cultura culinaria, va mucho más allá, se trata de una necesidad básica. Para el 95% de los senegaleses, el pescado es la principal fuente proteica. Por lo tanto, su escasez supone un problema de seguridad alimentaria. El sector pesquero no sólo es importante para la alimentación del país, “los peces también se ahúman o se salan para llevarlos a los países sin costa, como Mali o Burkina Faso”, explica Moro Demba, jefe del puerto de Kafountine, al sur del país.

A simple vista, el pescado de costas africanas parece más importante para un africano que para un señor de Segovia –por poner un ejemplo al azar–. No obstante, el señor de Segovia come más pescado de África que el maliense, por poner otro ejemplo –en este caso, no al azar–. En España, según el INE, se consumen entre 25 y 30 kilos de pescado per cápita, dependiendo del año, ligeramente por encima de la media europea, que está alrededor de los 23 kilos por persona.

Desierto líquido

Durante el rodaje del documental Desierto líquido entrevistamos a más de 50 expertos relacionados con el sector de la pesca. La inmensa mayoría de ellos coinciden en que tenemos un problema de sobrepesca directamente relacionado con la cantidad de pescado extraído y con las técnicas utilizadas, como el arrastre. La industria pesquera agota la cuota anual asignada de algunas especies durante los primeros meses del año. Es entonces cuando necesitamos exportar nuestro modelo para poder abastecer al mercado. De hecho, el 60% del pescado que consumimos en Europa procede de aguas exteriores. Y España juega un papel fundamental, ya que es la primera potencia pesquera europea. La flota industrial española faena en múltiples caladeros y tiene una fuerte presencia en la zona FAO34 (África noroccidental), en países como Senegal.
Los pescadores de Senegal denuncian la explotación masiva por Rusia, China y las flotas europeas
Los sistemas que usamos para importar el producto se enmarcan en dos modelos: mediante acuerdos de la UE con países terceros o a través de sociedades mixtas.

Estas empresas son un tipo de banderas de conveniencia con las que un empresario cambia la nacionalidad de un barco, acogiéndose a los beneficios fiscales del nuevo país y liberándose de las leyes laborales, ambientales y sociales del país de origen. Mientras tanto, los pescadores senegaleses se quejan de la decadencia de los stocks de peces y aseguran que se debe a la explotación masiva por parte de Rusia, China y las flotas europeas, fundamentalmente la española.

Karim Sall, pescador y presidente de la Asociación de Jóvenes Pescadores de Joal-Fadiouth, dice que “los barcos españoles llegan encubiertos por gente muy poderosa en Senegal; hacen lo que quieren sin pensar en la población local. Rompen las redes de los artesanales, acaban con los recursos, provocan accidentes mortales, llevan a cabo prácticas ilegales, etc. En ocasiones hemos tenido que usar la fuerza para pararles los pies, y si esto sigue así puede acabar muy mal”.

Además, estos barcos senegalizados no llevan observadores, ya que se niegan a ello argumentando que “un inspector a bordo ocuparía la plaza de un marinero”, como nos confesó Fatu Niang, vicepresidenta de Gaipes (Armadores de Senegal), asociación que agrupa a las empresas extranjeras. Lamine Niasse, miembro del Colectivo Internacional de Ayuda a los Pescadores, interpreta que “un barco sin observador es una puerta abierta a todos los abusos”. Niang, que también es directora de Senevisa –filial de la gallega Vieira SA, acusada en varias ocasiones de prácticas pesqueras ilegales–, explica que ellos tienen sus propios sistemas de control. Pero en nuestro periplo por la costa senegalesa pudimos comprobar que los radares están obsoletos y las medidas de vigilancia son absolutamente insuficientes.

Además, tuvimos acceso a los documentos de sanciones anuales y corroboramos que la mayoría de las infracciones están cometidas por este tipo de barcos que asocia Gaipes. Según Babacar Kuruma, presidente del Sindicato de Observadores de Pesca de Senegal, “estas empresas no respetan las normas, provocan graves accidentes y esquilman los caladeros. La mayor parte de los problemas los provocan los barcos senegalizados, que además no dejan ningún beneficio”. Kuruma razona que “la inversión en Senegal es ficticia, todo es un blanqueo de dinero entre mafiosos”.

Defenderse o emigrar

Desde el grupo europarlamentario de Los Verdes consideran: “Lo que estamos haciendo es globalizar nuestra irresponsabilidad. La lógica nos debería llevar a pensar que, si hemos acabado con nuestro pescado, deberíamos reducir nuestro consumo. Lo que no podemos hacer es, después de devastar el nuestro, comernos el de otros”. Además, en muchas ocasiones se importa un producto que viene de unos barcos a los que no se exigen las mismas condiciones ambientales y sociales que se piden a la flota que está faenando en aguas europeas.

Con esta situación aumenta la tensión social y familiar. Karim Sall confiesa que “cuando vas al mar y ves que, además de no haber pescado, un barco ha destruido tu material, te sientes obligado a atacar a ese barco, aunque luego te tachen de pirata. No vas a decir a tu familia que no puede comer porque un barco ha cortado las redes. Prefieres morir que dejarles continuar”. Sall añade con semblante ofuscado –y visiblemente enfadado– que “si las aguas senegalesas acaban convirtiéndose en desierto líquido, esto puede acabar peor que en Somalia. Porque una persona que tiene hambre puede hacer de todo. Tu familia te presiona para comer; si has pedido un crédito para un motor, el banco te presiona… Y no sabes qué hacer, estás obligado a atacar o a emigrar”.
 

El 60% del pescado que consumimos en Europa procede de aguas exteriores. Y España juega un papel fundamental, ya que es la primera potencia pesquera europea

Lamine Niasse cuenta que “al encontrarse con esa situación, muchos emigran. Venden sus herramientas de trabajo, las madres venden sus joyas y algunos venden sus tierras para que los jóvenes pueda partir”. Gran parte de estos pescadores suben a Nouadhibou (Mauritania) para trazar su ruta de acceso a España. Unos deciden atravesar el Sáhara y Marruecos para que las mafias les “ayuden” a cruzar el estrecho o para saltar la tristemente célebre valla de las cuchillas. Mientras que otros optan por intentar llegar a Canarias desde la costa mauritana.

Harouna Ismail, presidente de la sección artesanal de la Federación Mauritana de Pesca (FMP), asevera que no desearía que su hijo emigrara a Europa. Ismail opina que “las olas de inmigración clandestina que han golpeado las Islas Canarias los últimos años son debidas a la disminución del recurso”. Los senegaleses van a Mauritania buscándose la vida con la pesca y cuando pueden saltan a España. José Naranjo, periodista y escritor especializado en África e inmigración, dice que en Nouadhibou, “ante la vulnerabilidad de no encontrar trabajo en la pesca, los pescadores optaban por seguir su viaje, Canarias era un paso más en ese tránsito de intentar buscarse la vida, en lo que fuera”.

Ciclo perverso de la pesca

Hay más de 50.000 senegaleses en España. En las ciudades podemos ver gran cantidad de subsaharianos ofertando cinturones, colonias, películas en DVD, y un largo etcétera de productos –no precisamente artesanía africana, la mayor parte es mercancía china–. Si alguno de ustedes se ha parado a hablar con estos grupos de lo que conocemos como manteros, seguro que varios de ellos le han dicho: “Yo era pescador en Senegal”.

Estos ecorrefugiados cierran el ciclo perverso. Primero, los europeos arrasamos nuestros caladeros. Después, enviamos nuestra flota a esquilmar sus poblaciones de peces. Finalmente, se ven obligados a emigrar, hasta que consiguen llegar a Europa. Pero, por si fuera poco, se produce una paradoja surrealista. A menudo, cuando consiguen papeles para vivir en España, estos inmigrantes buscan trabajo en el sector pesquero. En ocasiones, consiguen enrolarse en algún buque industrial, precisamente de esos que están acabando con los stocks que provocaron su migración. Una broma grotesca.

“En la primera embarcación española en la que estuve se me caí­an las lágrimas. Tirábamos la red y salían especies tipo dorada, que nos encanta. A ellos no les importaba y lo tiraban al mar, porque sólo les interesaban los langostinos. ¡Tú lo estás tirando y la gente muriendo de hambre! Había un señor que me enseñó a trabajar en este tipo de pesca, me dijo: ‘tú tranquilo, había un primo tuyo que cuando llegó aquí también le pasó lo mismo, te vas a acostumbrar’”, relata Ousmane Mbengue, pescador senegalés emigrado y afincado actualmente en Galicia. No sé si alguien que ha pasado hambre se puede acostumbrar a ver cómo se tira la comida. Lo que está claro es que no todos tienen la ‘suerte’ de Mbengue, muchos se quedan atrapados en otro punto del ciclo perverso que supone este sector de la pesca. Karim Sall concluye diciendo: “Yo le pido a los consumidores españoles, que sé que son inocentes, que miren el origen del pescado y cómo ha sido capturado”. La perversidad está en que queremos los recursos del sur. Pero cuando llega la gente del sur, cuyo modus vivendi hemos agotado nosotros, les cerramos las puertas. Si jugamos en el tablero de la libre circulación, que sea de pescado, pero también de personas.

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