Lucha municipal en Barcelona
¡Despejad la calle!

El capitalismo ha penetrado en lo más íntimo de la vida de las personas en las ciudades, mercantilizando cualquier interacción social. Para los autores, el Plan Verano 2016 del Ayuntamiento de Barcelona es buen ejemplo de ello.

, miembros del Observatorid'Antropologia del ConflicteUrbà (OACU).
04/07/16 · 11:32

En una reciente entrada de su vídeo blog, Juan Carlos Monedero, fundador de Podemos, advertía del hecho de que si Marx estuviera vivo, posiblemente se estaría pensando darse de baja de dicho partido político.

El comentario del profesor de ciencias políticas hacía alusión al autoproclamado perfil socialdemócrata de la ya no tan emergente formación y lo comparaba con el abandono del marxismo por parte del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1959, y el del propio Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a finales de la década de los 70s del pasado siglo.

Sin embargo, si Monedero se atreve a conjeturar sobre tal posibilidad en el hipotético y distópico caso de que Marx viviera, nosotros nos atrevemos a llevarle la contraria, aunque sólo sea por polemizar. En alguna ocasión ha sido posible escuchar a César Rendueles tildar de "bocachancla" al filósofo alemán, así que, llevados por nuestra propia imaginación, imaginamos a un Marx imbuido de curiosidad y mala leche observando, y criticando, a Podemos desde dentro.

Y motivos tendría, aunque sólo fuera por ver y estudiar las dinámicas que el sistema capitalista ha tomado desde hace unas cuatro décadas, con la aparición del neoliberalismo, así como la respuesta que, desde los partidos políticos de izquierda y los sindicatos, se ha dado a esta nueva relación entre capital y trabajo.

Este último aspecto constituiría, de hecho, un objeto de estudio imprescindible para entender el funcionamiento oculto de las ciudades. El más llamativo de estos procesos, para quienes nos dedicamos a estudiar los fenómenos urbanos, es cómo el capitalismo ha penetrado en lo más íntimo de la vida de las personas en las ciudades, mercantilizando cualquier interacción social: la atención sanitaria y educativa; el consumo más inmediato; los servicios públicos, el transporte y la cultura, el ocio e incluso los espacios de socialización tradicionales como las calles y las plazas.

Dicho de otra forma, nos encontraríamos frente a lo que David Harvey ha denominado acumulación por desposesión, un proceso que se genera y alimenta, entre otras cuestiones, de comportamientos obedientes y amoldados al orden vigente en formas de "civismo" y "urbanidad".

El proceso de desposesión capitalista funcionaría como una colosal maniobra de remoción y expulsión de ciertos elementos intrínsecamente constitutivos del espacio urbano

Así, hoy día el proceso de desposesión capitalista funcionaría como una colosal maniobra de remoción y expulsión de ciertos elementos intrínsecamente constitutivos del espacio urbano, en orden a garantizar la compra-venta de un "espacio público de calidad", es decir, un espacio totalmente aseado y neutral, concebido como una verdadera autopista que permita la acumulación y circulación del capital.

Aun así, no se trata de eliminar el espacio urbano como tal, sino de privarlo de su atributo vital, lo urbano, racionalizando tanto el acceso como los usos de la calle. Se trataría, pues, de domar y anonadar la agitación de sus transeúntes, limitar o incluso negar sus relaciones, etc. En definitiva, y en palabras de las propias administraciones, el objetivo es "garantizar el equilibrio en el uso del espacio público".

El Estado, tal y como preveía el propio Marx, se encarga finalmente de su administración actuando como garante de su adecuado funcionamiento. Sin embargo, lo que administraciones y autoridades olvidarían de forma sistemática es la extrema tensión que ese supuesto "equilibrio" nunca dejará de producir entre las prácticas concretas e inmediatas de la vecindad y el valor abstracto y normativo de la convivencia.

Así, en Barcelona, estos días tenemos un magnífico ejemplo de todo ello. El Ayuntamiento de la ciudad ha puesto en marcha el denominado Plan Verano 2016. Entre otras cuestiones, dicho plan contempla el reforzado del equipo de agentes cívicos que ya vienen trabajando en la ciudad.

Según el Ayuntamiento, la figura del agente cívico es la encargada, entre otras cuestiones, de divulgar y promover el civismo entre los usuarios del espacio público, facilitar información de interés práctico, realizar acciones de divulgación de la cultura cívica, desarrolla actividades que acompañan el uso del espacio público, etc. Dejaremos para otra ocasión dilucidar qué es lo que entiende la principal institución de la ciudad sobre civismo, aunque sería posible conjeturar que serían todas aquellas disposiciones recogidas en la archiconocida como Ordenanza Cívica del año 2005.

Pues bien, estos agentes cívicos han comenzado a desarrollar sus acciones nocturnas de promoción del civismo, información de interés práctico y divulgación de la cultura cívica, en el contexto de dicho Plan, especialmente en el entorno de las calles Escudellers y Arc del Teatre, así como en las zonas de ocio de la Barceloneta, donde casualmente estos días hemos sido testigos de su modus operandi.

Así, el pasado viernes día 1 de julio, unos amigos tomábamos una copa y charlábamos animadamente en un local de la primera de dichas calles. Como el calor era insoportable en su interior y, además, el dinero no nos llegaba para estar bebiendo toda la noche, decidimos salir al exterior a tomar un poco el aire y seguir con nuestra conversación.

Fue de esta manera que fuimos partícipes directos del desempeño de las actividades de algunos de estos agentes. Apoyados en una esquina hablábamos tranquilamente cuando se nos acercó una pareja de estos uniformados. Aunque en la parte delantera del uniforme, similar al de la Policía Local, era posible leer "Ajuntament de Barcelona", en las mangas llevaban el distintivo de una conocida empresa de seguridad privada y en la espalda aparecía el distintivo "Serveis Cívics".

Con tono directo, aunque amable, nos preguntaron si estábamos tomando algo en alguno de los establecimientos de la calle Escudellers. La conversación, más o menos, fue tal que así:

– Hola, ¿estáis tomando algo en algún bar?–, nos preguntaron
– Pues no, estamos aquí hablando y tomando el aire–, respondimos.
– Pues no podéis estar, tenéis que despejar la calle, así es como lo establece la Guardia Urbana..., circulad.
– ¿Circular? ¿Esto qué es, la Ley de vagos y maleantes del Franquismo?
– Si no os vais, tendremos que llamar a la Guardia Urbana. Molestáis a los vecinos. Iros a esa otra calle.
– ¿Molestamos? Estamos aquí sin hacer ruido, ni bebiendo. Además, en esa otra calle, ¿no seguiremos molestando?
– Pues circulad o entrad en algún bar.

Ahora bien, bajo ningún tipo de normativa o regulación municipal se puede prohibir simplemente estar en las calles u obligar a circular por ellas. Asistimos, así, a una metafórica puesta en escena de la necesidad del capital de acumularse y circular.

En esta dirección, la calle se convertiría en el espacio por excelencia del consumo y la producción. Pero para que estos dos procesos se lleven a cabo juntos y da forma paralela, los potenciales clientes, esto es, los vecinos y vecinas de las ciudades, simplemente debemos circular, movernos de un sitio a otro para no interrumpir la movilización –entendida en términos meramente económicos– del "espacio público".

Es necesario señalar, por otro lado, que dicha activación de la circulación no se produce por parte del Estado de forma directa (en su versión municipal), sino por una empresa de servicios, esto es, de forma privatizada y externalizada, otra de las características del neoliberalismo.

Por supuesto, no hay que poner en duda las buenas intenciones del Ayuntamiento. Posiblemente, la contratación de este servicio tendría mejores intenciones que las de expulsar directamente a los usuarios y usuarias de las calles, y la administración municipal podría no ser consciente de que aquellos y aquellas que realizan el servicio, los agentes del Servei Civic, son simplemente agentes de seguridad privada que lo mismo guardan la puerta de una discoteca o una tienda en un centro comercial, que realizan estas maravillosas labores de información cívica.

Formados, en muchas ocasiones, por personas cualificadas que no han encontrado otra forma de ganarse la vida, pertenecerían, como lo son un alto porcentaje de barceloneses, a esa masa creciente de precarios que lo inunda todo.

El Ayuntamiento es responsable de no abolir la ordenanza cívica aprobada por los socialistas y continuar con la consideración del espacio urbano como mero soporte del proceso de acumulación capitalista

De lo que sí es responsable el Ayuntamiento es de externalizar el servicio, no abolir la Ordenanza cívica aprobada por los socialistas (es más, se han coaligado con ellos) y continuar con la consideración del espacio urbano como un mero soporte del proceso de acumulación capitalista.

Así, detrás de la finalidad de "equilibrar los efectos negativos de la afluencia masiva de turistas durante los meses de verano", se escondería un enésimo intento de aplicar perversas políticas de gobernanza urbana que fetichizan el "civismo" como una inmejorable panacea contra aquel desorden inherente –afortunadamente– a toda vida en la calle.

Si Marx estuviera vivo, posiblemente escribiera un Brumario, u otro tocho de los suyos, criticando la situación. Su partido, Podemos, gobierna el Ayuntamiento de la mano de Barcelona en Comú. O quizás, tal y como señalara Monedero, sí lo abandonaría, volviendo a las oscuras tabernas de Bruselas donde tomaba abundantemente cervezas con Engels. Eso sí, no podría salir fuera a tomar el aire, algún agente cívico se lo impediría.

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comentarios

4

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    uno cualquiera
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    06/07/2016 - 3:35pm
    Pues la verdad es que este artículo no me clarifica nada, a parte de que triunfa cierta antropología urbana eminentemente superficial que no aporta ni a la antropología ni a quien lo lee de "fuera" de la disciplina. Es peor que la peor versión del relato costumbrista, sólo que cita a Marx y a Monedero, para subir el caché.
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    Ferran
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    06/07/2016 - 1:36pm
    Estos autores construyen su análisis a partir de su experiencia, sin tomarse la molestia de preguntar a los vecinos y sin querer ver que lo que reclaman es exactamente lo que quiere el lobby turístico y del ocio: el uso sin restricciones del espacio público para sus clientes. Ni siquiera han preguntado a aquellas asociaciones de vecinos más afectadas, o a la ABTS que lucha para que los vecinos puedan continuar en sus barrios. Lo que cuenta Juan Pablo es exactamente lo que ocurre en Ciutat Vella: expulsión de los vecinos. Como "antropólogos del conflicto urbano" se habrían podido tomar la molestia de hacer un artículo un poco más pensado, teniendo en cuenta todos los factores, incluido el de la saturación. Tres jóvenes hablando no molestan, miles de jóvenes hablando, de fiesta, de borrachera, de despedida de soltero, etc. convierten la vida en un infierno. Un bar no molesta, miles de bares que expulsan cualquier otro tipo de comercio destruyen un barrio. Un turista es bienvenido, millones están destruyendo Barcelona...
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    Andrea Bermúdez
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    05/07/2016 - 6:38pm
    El 18 Brumario no es ningún tocho...es un librito, parece más un san jacobo que un entrecot; por lo demás, el artículo es iluminador y aleccionador, gracias
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    Juan Pablo
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    05/07/2016 - 1:30pm
    Després de 20 anys marxo de Ciutat Vella. Una de les raons és el soroll nocturn. A l'estiu un grup conversant a sota del teu balcó no et deixa dormir. No cal que siguin brètols borratxos ni donin cops a una llauna. Això últim també passa a vegades, evidentment. Treballo cada matí, tinc fills petits, ja no soc tan jove. Vull dormir. Ho necessito. Cada nit. Surto al balcó i amablement els demano que circulin. Molta gent (no tota) es disculpa i circula. A vegades torno a dormir, a vegades no, llavors l'endemà és un infern. El lloguer puja, les coses bones del barri ja no compensen. Marxo a un barri on els veins podem dormir i no ens sentim culpables de voler silenci a la nit perquè paralitzem el negoci turístic, el negoci de l'oci nocturn i ara també, aquesta és nova, la llibertat de circulació, de reunió i altres drets fonamentals. Ciutat Vella es queda amb tot el negoci i tota la llibertat i cada vegada menys famílies.
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