El joven político italiano, que llegó al poder en febrero de 2014 sin pasar por las urnas, hace y deshace sin grandes dificultades.
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Mientras España vive una inédita situación de bloqueo político, Italia, que de la inestabilidad política había sido maestra en las décadas pasadas, parece gozar de muy buena salud. Matteo Renzi lleva más de dos años instalado en Roma y, de momento, su gobierno no parece peligrar. Todo lo contrario. El joven presidente del Consejo italiano, que llegó al poder en febrero de 2014 sin pasar por las urnas y gracias a un “golpe de Estado” interno en el Partido Democrático (PD) con el que se desembarazó de Enrico Letta, hace y deshace sin grandes dificultades: reformas, incluida la constitucional, nuevas leyes, incluida la electoral, pactos de largo alcance, reconstrucción del sistema de partidos italianos, declaraciones de principios y un largo etcétera.
El contexto político italiano está ayudando mucho a Renzi, ya que no existe una oposición política que pueda hacerle daño. Berlusconi, que cumplirá 80 años en septiembre, está en sus horas más bajas, como su partido, Forza Italia. La Liga Norte de Matteo Salvini ha crecido con su proyecto de lepenizarse, pero no ha conseguido aún convertirse en el pívot del centro-derecha, huérfano de una figura-imán como fue Berlusconi. El Movimiento 5 Estrellas se mantiene alrededor del 20% en los sondeos, pero no consigue despegar, ocupado en sus quehaceres tras la muerte del oscuro fundador Gianroberto Casaleggio y el posible paso atrás del cómico Beppe Grillo. De la izquierda, que, tras años de irrelevancia, está intentando crear un nuevo sujeto (Sinistra Italiana), no tenemos noticias hace tiempo…
Socio fiable
Asimismo, la situación política y económica europea no parece castigar demasiado a Renzi, que se ha convertido en un socio fiable para las instituciones de Bruselas, entre la crisis griega del verano pasado y la crisis de los refugiados. En 2014, tras el buen resultado del PD en las elecciones europeas, consiguió además poner a Federica Mogherini como ministra de Asuntos Exteriores de la UE y a Gianni Pittella como portavoz del grupo socialista en el Parlamento Europeo. Dos pequeñas importantes victorias. Y, aunque la economía crece muy despacio (+1% del PIB en 2016) y el país sigue con una deuda pública muy elevada (133%), las previsiones no son negativas de cara a 2017, cuando la tasa de paro bajaría al 10,9% y el déficit público al 1,6%. En un momento como el actual, en Bruselas y en Berlín son conscientes de que necesitan a Renzi en la siempre compleja Italia, puente europeo en el centro del Mediterráneo.
En mayo de 2015, Renzi consiguió la aprobación de la nueva ley electoral, el Italicum
Una de las obsesiones del presidente del Consejo italiano es la política del fare (política del hacer). Un hiperactivismo a golpes de tuit que a menudo se queda en “retórica del hacer” cuyos resultados siguen siendo un verdadero misterio. Sin embargo, el exalcalde de Florencia está consiguiendo cambiar legislativamente el sistema en Italia, con reformas que ni Silvio Berlusconi se había atrevido a lanzar. Renzi se propone como el nuevo Tony Blair italiano y no quiere perder ni un minuto para conseguirlo. No esconde su simpatía por el expremier británico y reivindica su Tercera Vía, sin encontrar grandes resistencias dentro de su mismo partido, del cual es secretario general desde finales de 2013. El objetivo de Renzi, prácticamente conseguido ya, ha sido convertir el PD, hijo de las transformaciones del glorioso Partido Comunista Italiano (PCI), en el “Partido de la Nación”, una especie de catch-all-party poco definido ideológicamente que incluye a católicos, berlusconianos, centristas y todos los que quieran sumarse.
Estrategias de alianzas
Desde la primavera de 2014, con una inteligente estrategia de alianzas en el Parlamento italiano –involucrando al mismo Berlusconi con el Pacto del Nazareno en un primer momento y luego rompiendo el decadente centro-derecha y atrayendo a tránsfugas del berlusconismo como Denis Verdini–, Renzi ha conseguido las mayorías parlamentarias para aprobar las importantes reformas de la educación, de la justicia y del trabajo. Ha habido protestas por parte de los sindicatos, de lo que queda de la izquierda y de los movimientos sociales, pero nada parecido a lo que hemos visto recientemente en Francia. Y el Jobs Act –así se llama la reforma laboral de Renzi– es quizás aún más dura que la reforma propuesta por Manuel Valls en el Hexágono.
La audacia de Renzi ha llegado hasta proponer e imponer la reforma de la Constitución italiana de 1948, hija de la resistencia al nazifascismo. En los últimos meses ha conseguido que el Parlamento aprobara la reforma del Senado, que en la práctica se traduce en la desaparición de la Cámara alta y el fin del sistema bicameral perfecto italiano. La aprobación de las leyes será prerrogativa sólo de la Cámara baja, y el nuevo Senado pasaría de 315 senadores elegidos a 100 senadores escogidos entre consejeros regionales y alcaldes. Además, se abolirán las provincias tras años de intensos debates y se reforzará el poder ejecutivo respecto al legislativo. Hablamos, pues, de cambios sustanciales.
Asimismo, en mayo de 2015, Renzi consiguió la aprobación de la nueva ley electoral, el Italicum, que cierra la etapa del enrevesado sistema bautizado como Porcellum, en vigor desde 2006 y considerado inconstitucional en 2013. El Italicum, que se propone como solución a la ingobernabilidad vivida en el pasado por Italia y que entrará en vigor este verano, se inspira en el sistema electoral español, pero lo modifica en algunas cuestiones cruciales: un sistema proporcional sobre base nacional –y no provincial– con un premio para el partido que supere el 40% de los votos. Si nadie llega al 40%, hay una segunda vuelta para establecer el partido que se lleva el 55% de los escaños de la Cámara baja. El Italicum viene a ser una especie de mezcla entre el sistema francés, el griego y el español.
Mantenerse en el Gobierno
Teóricamente quedan aún un par de años para las próximas elecciones generales, que deberían celebrarse a principios de 2018, y Renzi quiere asegurarse la posibilidad de mantenerse en el Gobierno con una mayoría sólida y con un sistema casi semi-presidencial. La jugada del joven líder del PD es inteligente, sin duda alguna, pero tiene delante algunos obstáculos: las elecciones municipales del próximo mes de junio, donde el PD se juega mucho, y, sobre todo, el referéndum acerca de la reforma constitucional que se debería celebrar el próximo octubre. Se trata de un referéndum sin necesidad de llegar al quorum (el 50% de los votantes), así que todas las oposiciones a Renzi saben que ése es el momento en que deberán librar la gran batalla.
El pasado 17 de abril el referéndum para limitar la explotación de los yacimientos petrolíferos marinos italianos acabó sin el quorum necesario y Renzi, que desde el Gobierno defendió la abstención, se consideró satisfecho con el resultado. No obstante, el hecho de que el 32,2% de los italianos –casi 16 millones de personas, de las cuales el 85% han votado a favor de modificar la ley y poner un límite a la extracción de hidrocarburos– se hayan movilizado y hayan ido a votar en un referéndum que muchos convirtieron en una primera votación anti-Renzi debería hacer reflexionar al presidente del Consejo.
En octubre Renzi se lo juega todo: una derrota en el referéndum sobre la reforma constitucional podría establecer el fin de su carrera política, mientras que una victoria marcaría un radical cambio para el funcionamiento del sistema político italiano y podría permitir a Renzi gobernar el país otro lustro. Eso sí, en 2018 debería pasar por las urnas.
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