De la panadería al Bataclan pasando por Siria mientras se atrapan en un pensamiento extremista. Europeos organizaron los atentados de París y Bruselas después de transitar hacia el fundamentalismo y embrutecerse en el conflicto más mortífero del siglo XXI.

Ismail, Samy y Foued eran hace unos años tres jóvenes que compartían algunos rasgos en común pero que no estaban marcados por un perfil similar. Dos habían nacido y crecido en una banlieue de París, y el otro lo había hecho en una pequeña localidad francesa de menos de 10.000 habitantes. Si Ismail conoce una adolescencia y juventud difícil con detenciones por pequeños delitos, no es el caso de Samy ni el de Foued. Uno de ellos tiene un carácter desafiante, según afirman los compañeros de escuela y trabajo, otro es recordado como alguien introvertido. Los tres provienen de familias migrantes de clase trabajadora y musulmanas, pero ninguna de ellas se distingue por profesar la ortodoxia ni por ser especialmente practicante: la madre de Ismail es portuguesa y se convirtió por amor a un argelino, la de Samy es activista feminista que nunca ha llevado velo.
Durante los primeros años de la veintena, viven con mayores o menores dificultades. Foued va de trabajo en trabajo después de haber cursado unos estudios técnicos y fracasar en sus intentos de acceder al cuerpo de Policía y al Ejército. Ismail, que se casa y cría un hijo, tiene durante un largo tiempo un trabajo estable en una panadería, y Samy, que no finaliza sus estudios universitarios después de cursar el bachillerato literario, disfruta de un contrato fijo como conductor de autobuses en la empresa de transportes metropolitanos de París.
La noche del 13 de noviembre, los tres entran juntos a la sala de conciertos parisiense Bataclan armados con fusiles y cinturones explosivos. En poco más de dos horas, secuestran y ejecutan lentamente al público que no ha podido escapar. Cuando la policía finaliza el asalto al local, 90 personas, la mayoría de ellas menores de 35 años, que habían ido a ver un concierto de Eagles of Death Metal, habían muerto en uno de los seis ataques que se coordinaron aquella misma noche en la capital francesa, cuya autoría se atribuyó al Estado Islámico un día después.
Como en los atentados de Londres, los perpetradores identificados son todos nacidos o crecidos en Europa
Cuando mueren, Ismail Mostefai, Samy Amimour y Foued Aggad no llegan a la treintena: el mayor tiene 29 años y el más joven, 23. Durante los años previos a la masacre, transitan hacia un pensamiento extremista en un proceso que los llevará a viajar a Siria para luchar y embrutecerse en las filas del Estado Islámico de Iraq y Siria, un grupo que practica la guerra con los métodos más crueles y que se nutre de jóvenes que entran en contacto a través de las redes de captación, efectivas tanto a pie de calle, a las prisiones y en internet.
Antes de que las investigaciones judiciales esclarezcan definitivamente las conexiones entre los atacantes y el modus operandi de organización de los atentados, todo apunta a que los tres formaban parte de la célula, integrada por una treintena de personas, responsable de los ataques de París y los de Bruselas del pasado martes. Como en los atentados de Londres, los perpetradores identificados son todos nacidos o crecidos en Europa.
El tránsito hacia el extremismo
¿Cómo es que estos jóvenes se dejaron llevar por un pensamiento violento que se viste de fundamentalismo islámico? La mayoría no provienen de familias muy religiosas, no pisaban una mezquita y, en muchos casos, desconocen profundamente la historia del islam y sus confesiones. Excepto algunos casos como el de Mohamed Merah, el joven que llevó a cabo los ataques de Toulouse en 2012 y que tenía familiares que compartían un pensamiento extremista, gran parte de los atacantes de París y Bruselas lo absorbieron de fuera de los círculos en los que crecieron.
El pensamiento extremista ha crecido y mutado en los últimos años y ha sobrepasado especialmente a las autoridades, pero también a sociólogos, pedagogos o periodistas. Mediático, pero minoritario. En Francia, menos del 0,1% de los casi seis millones de personas musulmanas están incluidas en el registro para señalar los casos de posible “radicalización”, algunos de los cuales no están confirmados o sencillamente se basan en información difusa y poco concluyente.
La transición de los jóvenes hacia el dogmatismo se produce en pocos años y normalmente alrededor de la veintena
Desde Molenbeek, el barrio de Bruselas que parte de los medios, políticos y la población europea describen ahora como el corazón yihadista en el continente, pasando por las banlieues parisienses hasta pequeñas localidades o barrios de las ciudades inglesas de Leeds y Birmingham, la transición de los jóvenes hacia el dogmatismo se produce en pocos años y normalmente alrededor de la veintena.
No hay ningún indicio de que Abdeslam Salah, uno de los implicados en los atentados de París que fue detenido en su distrito de Molenbeek cuatro días antes de los ataques en Bélgica, estuviera abducido por el extremismo fundamentalista más allá de un año antes de convertirse en hombre clave de los atentados en Francia. Con pequeñas causas policiales pendientes, regentaba un bar que las autoridades cerraron poco antes del mes de noviembre de 2015 por venta de estupefacientes. Otras informaciones indican que Abdeslam, hermano de Brahim, amigo de infancia de Abdelhamid Abaaoud y conocido de Bilal Hadfi –los tres miembros de la misma célula–, bebía alcohol y no seguía ningún precepto religioso. Otro de sus hermanos ha afirmado que lo vio rezar por primera vez “unos seis meses” antes de los atentados.
Molenbeek
El distrito de Molenbeek, situado dentro de Bruselas y no a las afueras como han afirmado muchos medios, arrastra problemas derivados, en parte, por la carencia crónica de inversión por parte de las instituciones públicas. Es un distrito en el que conviven más de cien nacionalidades y formado mayoritariamente por familias con raíces en Bélgica que no van más allá de una o dos generaciones, un salario medio que no llega a los 800 euros en muchos barrios; y donde están basadas numerosas entidades sociales que penan por conseguir los recursos necesarios para ofrecer, por ejemplo, cursos de alfabetización. En este distrito densamente poblado, las personas musulmanas representan un grupo importante pero no mayoritario que ronda el 40%, y más del 30% de la población local está parada, ocho puntos por encima de la media en la región de Bruselas. En los barrios de Molenbeek más populares, se calcula que uno de cada dos jóvenes no trabaja.
Como explica el antropólogo Alexandre Laumonier en un largo texto publicado en el diario francés Le Monde después de los atentados de París, su distrito no es un gueto sino que está formado por microespacios diferentes. Lo que sí sufre, entre muchas otras cosas, dice, es la desinversión, un creciente conservadurismo religioso o la carencia de espacios comunes para encontrarse: “No hay, en mi microbarrio [...], los lugares de encuentro y de disfrute donde seres de todo origen y de toda opinión política o religiosa se interpelan alrededor de un vaso”.
Es en este entorno en el que redes de captación como Sharia4Belgium intentan convencer a la juventud con un discurso basado en la injusticia que sufre la umma (comunidad) musulmana en todo el mundo, una identidad común, el fundamentalismo y unos valores integristas intolerantes pero estables e inamovibles en el que algunos parecen encontrar confort y refugio.
La fuerza de Arabia Saudí en Bélgica
En Bélgica, y con más fuerza que en otros países europeos, entra en escena el pensamiento ultraconservador wahhabita, dominante en Arabia Saudí desde hace tres siglos. El 1967, el Estado del Golfo recibió de manos del rey belga el usufructo por 99 años de los terrenos de la gran mezquita de la capital, que tiene continuidad en la financiación de diferentes iniciativas hasta hoy día. Dependiendo del predicador, desde allá se difundían diatribas muchas veces “al límite de la legalidad”, según afirma un residente de la capital. Unos discursos que llegaban a través de las ondas de la radio, no sólo a los musulmanes que asistían presencialmente.
La corriente salafista que pregona un regreso al islam inicial se extendió en algunas de las mezquitas de la ciudad, y algunos emigrantes provenientes del Magreb, mayoritarios en Bélgica y donde se cultiva una corriente islámica mucho más tolerante y abierta, recibieron financiación para estudiar en Arabia Saudí. “Hay una gran demanda en las comunidades musulmanas [...], pero está mayoritariamente cubierta por un islam salafista ultraconservador”, explicaba hace poco el islamólogo Michael Privot. Unos documentos filtrados por Wikileaks prueban que las autoridades belgas pidieron el cese del director del centro que gestiona la gran mezquita debido a su pensamiento extremista, una petición a la cual accedió el Gobierno saudí para poner en su lugar a un responsable de la moderada corriente sufí.
En la calle, el proselitismo integrista se ha extendido entre aquellos más predispuestos de los entornos más frágiles ante la pasividad de autoridades políticas y académicas. “El mayor fracaso ha sido dejar que esta situación crezca: no comprometerse con parte de la población [...] que claramente está siendo abandonada. Esencialmente, permites que el vacío crezca en tu propio país. Y ésta es la raíz del problema: donde tienes un vacío, éste se llenará”, aseguraba hace pocos días Peter Neumann, director del Centro Internacional por el Estudio de la Radicalización y la Violencia Política.
El Estado, decía, está casi ausente y suele aparecer vestido de uniforme policial
Aun así, el patrón se corta por el contexto: en el Reino Unido, muchos de los que han viajado a Siria para combatir en las filas del Estado Islámico vienen de familias acomodadas y son licenciados universitarios. De la calle a las prisiones: según diferentes estudios, a falta de cifras oficiales, más de la mitad de las personas que están entre rejas en Francia serían musulmanas, a pesar de que los miembros de la comunidad no sobrepasan el 10% de la población total. Es allá donde dos de los tres asaltantes del Charlie Hebdo y de un supermercado judío se conocieron y entraron en contacto con Djamel Beghal.
Beghal viajó a partir de los años noventa a Argelia o Afganistán y formó parte de la red de Ossama Bin Laden antes de los atentados del 11-S. Los controles, el aislamiento de los extremistas y su seguimiento en las prisiones francesas como métodos de prevención se han revelado insuficientes o erróneos. Algunos señalan la opción danesa –muy reciente y sin que se pueda comprobar su éxito o fracaso– para no encarcelar a todos los que han regresado de Siria o Iraq, sino ofrecerles un seguimiento y la opción de explicar su experiencia. Algunos de los que engrosan las filas del Estado Islámico son jóvenes que al poco de entrar en contacto desean volver.
Hay muchas voces que piden que las políticas vayan más allá del discurso securitario para construir puentes y no criminalizar y alienar a un sector de la sociedad, lo que provocaría una regresión. Pocas semanas después de los atentados de París, unos jóvenes de la capital denunciaban en un vídeo del diario inglés The Guardian el seguimiento policial y la desconfianza de las autoridades desde que se estableció el estado de emergencia en Francia y que ha sido prolongado por los parlamentarios hasta el 26 de mayo. Al día siguiente de los atentados, un residente de Molenbeek pedía, a través de las cámaras de la BBC, una mayor interacción entre la comunidad, las autoridades políticas y la policía para involucrar a los propios ciudadanos en la denuncia de la intolerancia: el Estado, decía, está casi ausente y suele aparecer vestido de uniforme policial. Mientras, los servicios de limpieza sólo recorren las calles cuando los desechos empiezan a ser molestos, explica el residente y antropólogo Laumonier.
La guerra a miles de kilómetros como plataforma y atracción
De las prisiones a internet, donde el Estado Islámico ha desarrollado una presencia constante y ha encontrado el mejor medio de reclamo con las imágenes bélicas de la catástrofe en Siria. El flujo de combatientes extranjeros a este país empequeñece cualquier comparación: “Siria acoge la mayor, más compleja y potente colección de movimientos yihadistas suníes de la historia moderna”, explica el académico Charles Lister en su libro sobre la yihad en el país levantino. Más de 30.000 extranjeros han abultado las filas de grupos armados fundamentalistas, como el Estado Islámico, pero también del Frente al-Nusra o de Ahrar as-Sham. De Europa, pero también y en mayor medida de Chechenia, Túnez, Líbano e incluso Malasia.
Pero el paraíso embrutecido que vende el Estado Islámico para atraer extranjeros es el mismo que abominan las poblaciones locales de Siria o Iraq
“Son lamentablemente ignorantes sobre el islam y tienen dificultades para responder preguntas sobre la sharia, la yihad militante y el califato”, afirma en un artículo Lydia Wilson después de entrevistarse con combatientes del Estado Islámico capturados en Iraq. “Pero un conocimiento del islam no es necesariamente relevante en el ideal de lucha por un Estado islámico”. El odio a la sociedad en la que crecieron, la construcción del ideal de ellos contra nosotros –que también utilizó la Administración Bush después de la 11-S tanto en el ámbito interno como externo– predominan en el adoctrinamiento que el Estado Islámico y grupos de pensamiento similar imponen a sus reclutas.
Un pensamiento maniqueo que está detrás de las diferentes corrientes salafistas que resurgieron en la región en la década de los setenta, en parte, impulsadas por los petrodólares, las constantes aventuras militares extranjeras, y como alternativa a la frustración de sociedades sometidas a los regímenes militares dictatoriales, corruptos y represores que gobiernan muchos de los Estados de la zona.
Pero el paraíso embrutecido que vende el Estado Islámico para atraer extranjeros es el mismo que abominan las poblaciones locales de Siria o Iraq, que raramente hablan sobre un regreso al islam primigenio y están tan poco habituadas como los musulmanes europeos a vestimentas de estilo niqab impuestas por el Estado Islámico a las mujeres. La denuncia de muchas y la resistencia de algunas residentes en territorios administrados por el Estado Islámico también tiene continuación en la mayoría de grupos armados opositores de sirios que se enfrentan, si el contexto bélico lo permite, con los militantes. El ejemplo más representativo de lucha contra este fundamentalismo fue el “despertar suní” en Iraq en 2006, cuando tribus locales se unieron con el Gobierno para impedir la expansión y consolidación del programa fanático que quería imponer Al Qaeda a la provincia de Anbar.
Violencia justificada en la religión, pero sin conocimiento de ella
De Túnez a Afganistán, de Yemen a Mali, poblaciones que aspiran a un mayor grado de autonomía y ganar progresivamente libertades frente a unos regímenes militares que se aferran al poder desde hace décadas y actúan con impunidad para repartir entre una élite el control de los recursos y mantener bajo control a la población. Desde las agencias de seguridad sirias, que controlan y espían lo que dicen cuatro jóvenes universitarios sentados en el césped de un parque, hasta los tentáculos del régimen militar egipcio, que aparta al rais Mubarak pero mantiene los miles de tentáculos en administraciones y empresas públicas y privadas, mientras una cuarta parte de la población vive bajo el umbral de la pobreza y el 31% de los niños menores de cinco años están malnutridos.
El caos y la guerra en el corazón del levante árabe son un vector esencial sin el cual no se entiende la existencia y expansión de grupos criminales transnacionales que ocupan y administran territorios
Y a este contexto de frustración se añaden los desastres de las intervenciones internacionales, con el “fiasco” de Iraq como principal punto de inflexión y entre las principales causas del contexto bélico y progreso extremista: mala planificación y arrogancia a la hora de invadir un país sobre el que los neoconservadores estadounidenses demostraron ser ignorantes. Justificaron su decisión con pruebas falsificadas o creyéndose y amplificando la voz de un opositor que vive sin apoyo interno, convencido de que los iraquíes recibirían con los brazos abiertos a los soldados estadounidenses; y además, ocupando un país sin tener en cuenta las necesidades para asegurar la seguridad de unos amplios territorios muy diversos, a la vez que ordenan arrancar el uniforme de decenas de miles de policías, soldados y oficiales del Ejército. Muchos de éstos, al verse sin nada que hacer ante el caos y la ocupación extranjera, formarán parte de la insurgencia de donde nacerá el Estado Islámico. Hay documentos y testigos que prueban que, antes de ser los constructores en la sombra del Estado Islámico, fueron altos cargos del Ejército secular iraquí de Saddam Hussein.
“[La guerra de Iraq] fue el terreno más fértil para el reclutamiento [de combatientes] que nunca ha existido, mucho más del que Bin Laden nunca imaginó en sus sueños más salvajes”, escribe Robert Papo, que ha evaluado con sus colegas de la Universidad de Chicago más de 4.600 atentados suicidas desde los años ochenta. Unos combatientes extranjeros que durante los primeros años de conflicto iraquí encontraron en Siria un lugar donde refugiarse y desde donde organizar y preparar estrategias y ataques. Esto con la connivencia de las poderosas agencias de inteligencia sirias, que muy difícilmente no podrían ser conocedoras de lo que pasaba, tal como demuestran numerosos documentos y testigos.
El caos y la guerra en el corazón del levante árabe son un vector esencial sin el cual no se entiende la existencia y expansión de grupos criminales transnacionales que ocupan y administran territorios. Y elemento clave en la compleja maquinaria que desemboca en el reclutamiento de Ismaïl, Samy y Foued, tres jóvenes franceses que en pocos años pasaron de ser conductores de autobuses, panaderos o tener una juventud de pequeña delincuencia a ejecutar a 90 personas en una sala de conciertos.
Artículo publicado originalmente en La Directa.
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