El día en el que la derecha ganó la calle en Brasil

Como en Argentina y en Venezuela, la derecha avanza sobre los escombros de un progresismo agotado e insuficiente, que de pronto vio llegar sucaducidad.

18/03/16 · 8:00
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff / Ministerio de Asuntos Exteriores de Brasil

El domingo 13 de marzo, la oposición al Gobierno de Dilma Roussef convocó manifestaciones callejeras en Brasil, tal como había hecho precisamente un año antes y en agosto del año pasado, cuando el país, en contra de lo que muchos testarudamente no creían posible (algunos en el campo del “lulismo” siguen sin creerlo), entró definitivamente en la agenda del impeachment, la maniobra –jurídicamente desproporcionada, es verdad– para la censura política de la presidenta.

El impasse político en el país parece haber llegado a su culmen. Los analistas son casi unánimes en reconocer que la crisis ya es demasiado grande para su manejo sencillo por parte de la presidenta y de su casi decorativo equipo político. Con poco más de un año de un Gobierno errático, sin personalidad, programa o iniciativa política, y una economía destrozada por su muy evidente mala conducción, amplificando –con ideológica perversidad neoliberal– las improvisaciones, el descuido estructural y las equivocaciones dejadas por Lula y por ella misma, la presidenta se ve ante un proceso de censura ya instalado en el Congreso, que va y viene, se agranda o se achica, según contingencias imponderables. En Brasil, toda la política ahora parece vivir bajo el signo de lo imponderable.

Como en Argentina y en Venezuela, la derecha avanza sobre los escombros de un progresismo agotado e insuficiente, que de pronto vio llegar su –para algunos fanáticos gubernamentalistas todavía inconcebible– caducidad. No es que la derecha tenga un proyecto alternativo para él que no sea el de la vieja dependencia internacional y el del viejísimo orden oligárquico. Como en otras partes, la derecha no lo declara jamás. Pero, sí, aprendió a escalar las debilidades de un proyecto de conciliación de clases (el del progresismo actual) que se ha vaciado y que ya no le resulta más cómodo sin las inmediatas prebendas proporcionadas por el poder de Estado. Ahora ella quiere retomar su privilegio de mando.

En 1995, uno de los fundadores del partido, el exguerrillero Paulo de Tarso Venceslau, ya denunciaba los raros rumbos que tomaban los asesores más cercanos a Lula

Al fin y al cabo, el privilegio ha sido siempre el fundamento lógico del ordenamiento social; no el derecho, ni la ciudadanía. El privilegio resulta ser el lenguaje base, casi siempre no consciente, del orden social en Brasil y en el resto de Latinoamérica. Y el (cada vez más) mal llamado “progresismo”, que ahora cierra su ciclo, no movió un dedo para poner esto en cuestión. Su distribución de bonos –sostenida por la sobrexplotación de los recursos naturales, la reprimarización de la economía y la dependencia de la exportación de materias primas–, su apuesta por la deificación del consumo y de las “oportunidades” individuales dejaron intacta la institucionalidad armada por la lógica del privilegio, que ahora se vuelve en contra de él.

No obstante, la más simbólica debilidad de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) que la derecha logró escalar ha sido la pretendida imagen de idoneidad administrativa que el PT pregonaba antes de llegar al poder. La cuestión clave es tan sólo en parte la corrupción. Lo más grave para el patrimonio simbólico del progresismo es la revelación de la hipocresía y de la prostitución moral a las que se ha entregado el PT en nombre del juego inescrupuloso del poder, para mantener la financiación de sus campañas electorales y el apetito cleptocrático característico de sus aliados, los viejos zorros de la política nacional, de los que se volvió rehén por descuidar de hacer política.

Siete años antes de llegar al poder federal, en 1995, uno de los fundadores del partido, el exguerrillero Paulo de Tarso Venceslau, ya denunciaba los raros rumbos que tomaban los asesores más cercanos a Lula en el sentido de armar redes ilegales de financiación. Por influencia directa de Lula en la dirección del partido, este dirigente fue expulsado tres años después y no se habló más de esto. Otros casos sospechosos no llegaron jamás a ser aclarados, pero lo más importante es que el PT dejó seguir el juego y toda la lógica viciada de financiación partidaria mientras estuvo en el poder. Una vez más, no se dispuso a cambiar nada en lo que se refiere a los andamios estructurales de la política y la sociedad brasileñas.

Retórica de la derecha

Sin embargo, en lo que toca a la retórica de la derecha, la corrupción ha sido alzada a la condición de causa fundamental de los males del país. Desde hace diez años esta retórica viene sonando insistentemente. Antes no lograba tener efecto, pero ahora la economía cayó al abismo, y de pronto se volvió mágicamente apropiada para explicarlo todo.

El trabajo de propaganda, como en todas partes en Latinoamérica, lo hacen los conglomerados mediáticos. El caso paradigmático aquí es el de la petrolera estatal Petrobras, nudo central de las redes de financiación política. Se estima que el monto de los recursos desviados de ella durante los gobiernos del PT llega a unos 480 millones de euros. A pesar de la impresión producida por semejante caudal, habría que recordar que otra operación reciente de la Policía Federal destapó un monto tres veces superior en evasión de impuestos en una trama organizada por la banca y por las grandes empresas.

Asimismo, la evasión ilegal de recursos derivados de las coimas de las privatizaciones en los gobiernos de la oposición (el Partido de la Socialdemocracia Brasileña), durante la gestión del expresidente Fernando Henrique Cardoso, entre 1996 y 2002, por medio de operaciones entre el Banco del Estado de Paraná (Banestado) y bancos paraguayos y de paraísos fiscales, habría llegado a la friolera de 28.350 millones de euros, es decir, 60 veces el monto del caso Petrobras. De todo esto y del carácter endémico y estructural de la corrupción en Brasil, los grandes medios no se pronuncian. La corrupción sólo existiría en el gobierno del PT.

De una parte, el poder judicial ha encubierto sistemáticamente y de forma deliberada la gran corrupción de la oligarquía señorial, y de esto tampoco se habla. De otra parte, la espectacularización selectiva –llegando al borde del sinsentido anecdótico– de la operación judicial respecto a los desvíos de Petrobras la convirtió en una gran operación inquisitorial para destruir a un enemigo político de la moral conservadora: el farsante y malhadado progresismo del PT. La hipocresía del doble rasero se vuelve muy palmaria. De modo que cuando la derecha llamó a la gente a las calles el pasado domingo, sólo había una palabra –¡sólo una!–, convertida en mito irreflexivo, para atronar sobre aquel espantajo: la corrupción. Esta magia no ha sido posible sin todo lo demás.

Manifestaciones

Lo que se vio este domingo han sido algunas de las mayores manifestaciones callejeras de la historia de Brasil (alrededor de cinco millones de personas a lo largo del país), más grandes que las protestas exigiendo elecciones directas al final de la dictadura militar, más grandes que las protestas de junio de 2013. Como en esos precedentes similares, la gente que mayormente acudió a las manifestaciones es de clase media. La pauta de la fetichización de la corrupción responde fundamentalmente a las expectativas de las clases medias, para quienes resulta conveniente abstraerse de las iniquidades de la lógica del privilegio, recrearse con ella y echar toda la culpa a un demonio, un outsider.

En las manifestaciones del pasado agosto en São Paulo, un equipo de investigadores quiso ver rasgos de una defensa del bienestar social en las respuestas a favor de la enseñanza y de la salud públicas por parte de algunos participantes de clase media en su encuesta. Esta interpretación ligera acaba incidiendo en una deshonestidad etnográfica, pues se abstrae del contexto y absolutiza el enunciado. Cuando la clase media en Brasil defiende los servicios públicos, está en realidad defendiendo su privilegio de ser servida, en especial cuando se trata de la universidad pública. Cuando se empieza a satanizar los impuestos, la lógica depredadora es la misma. El lenguaje del privilegio se pone a operar su gramática simbólica. Lo que la corrupción (ajena) parece molestar es el libre curso de los privilegios consagrados, muchas veces defendidos bajo una (igualmente abstracta) retórica meritocrática.

​Si la derecha conquistó la calle el pasado domingo, lo logró con un potente tono monocorde, cuyo objetivo era ser el combustible para una sola jugada: el proceso de 'impeachment'

Si la derecha conquistó la calle el pasado domingo, lo logró con un potente tono monocorde, cuyo objetivo era ser el combustible para una sola jugada: el proceso de impeachment... y, como ensoñación lejana, la “solución final” para todo lo que sea de izquierda. Todo parece condicionado por una deliberada obtusidad, como si todo lo demás sobre la política y el país fuera simplemente impensable, imposible de ser formulado, inabarcable como problema, no debatible en toda su extensión. La complejidad no parece ser una vocación de la mente conservadora, que está más bien movida por pulsiones, odios y adicción a los privilegios.

Sin embargo, las manifestaciones han lanzado un desafío que va más allá de su monocorde palabra de orden. Se trata del desafío implícito de la demostración de fuerza, que interpela directamente al PT antes que a cualquier otro actor político. Las imágenes discursivas particularmente prominentes en las manifestaciones han sido, además de la destitución de la presidenta Dilma, el encarcelamiento del expresidente Lula: la tecnócrata terca y el héroe del progresismo. Más que únicamente el Gobierno, es el PT el que se ve acorralado por las calles.

El desafío ya estaba dispuesto antes incluso de las marchas, con la convocatoria del PT a manifestaciones en favor del Gobierno, o más bien contra el golpe parlamentario –de una destitución sin las necesarias razones judiciales– y en apoyo a su héroe, acosado la semana anterior por maniobras judiciales abusivas. Este otro pulso del partido se va a desarrollar este viernes. Si las marchas pro-Gobierno resultan apocadas o demasiado escenificadas y financiadas por sus organizadores sindicales, la victoria simbólica de la “libre expresión ciudadana” la tendrá la derecha. De modo que el duelo está pendiente, bajo el terrible impacto de la primera baza.
 

Los movimientos sociales de izquierda ya se cansaron de las burlas de un Gobierno que se dice de izquierda pero adopta cada vez más políticas de derecha

Por detrás del despliegue de fuerzas en el campo callejero, en las huestes progresistas lo que se ve son deserciones masivas. Los dudosos aliados parlamentarios, los de la vieja política clientelar, ahora tratan al Gobierno como un cadáver maloliente, y ya no hay más prebendas del Estado para comprarlos.

Los movimientos sociales de izquierda, la parte de la sociedad organizada con la que Dilma no quiso dialogar, ya se cansaron de ser burlados por un Gobierno que se dice de izquierda pero adopta cada vez más políticas de derecha. Aunque sigan posicionándose “contra el golpe”, ya no parecen más dispuestos a ofrecer un apoyo sin condiciones, condiciones que van contra las medidas de austeridad, consideradas las más importantes por un gobierno que ya no tiene recursos políticos para presentar un plan económico factible.

Finalmente, los electores pobres que el PT ha ganado con su gran programa de cosmética socioeconómica están ahora desamparados frente a la segunda mayor crisis económica de la historia del país, ven zozobrar sus “oportunidades” y desean que la presidenta se vaya. Éstos probablemente no irán a ninguna marcha en defensa de lo que no quieren. Tanto la corrupción en Petrobras como un golpe parlamentario les resultan demasiado abstractos.

De parte del Gobierno, el gesto agónico que siguió a las manifestaciones de domingo ha sido el de llamar a Lula para formar parte del ministerio. De un lado, esto tiene que ver con la protección al expresidente contra medidas judiciales intempestivas (que ya han demostrado toda su probabilidad), pero de otro lado, el acto tiene la apariencia de una convocatoria a los últimos samuráis para defender el castillo, mientras que en la planicie no quedan muchas fuerzas a las que acudir. Ya sea a corto o a medio plazo, es posible que se estén desarrollando las últimas escenas de lo que un día fue un sueño llamado PT.

+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Tienda El Salto