Mirada íntima al poblado chabolista en la Cañada Real de Madrid.
No nos hará falta cruzar el Atlántico para llegar a las favelas de Río o a cualquier suburbio de Caracas. No tendremos que saltar la valla de Melilla en sentido inverso, para terminar en una barriada de Tánger, o pasear por un perdido pueblo del Atlas más paupérrimo. Tampoco precisaremos de un vuelo en dirección sur para conocer las miserias de Nairobi, Kinshasha, El Cairo o Ciudad del Cabo. Nos bastará recorrer los 12 kilómetros que separan el centro de Madrid del poblado chabolista del Gallinero, al sur de la ciudad, pegado a la A3, para incrustarnos en la realidad más cruda de la España contemporánea.
El camino de la pobreza
Se calcula que unas 500 personas residen entre maderas, chapas, plásticos y desechos, tan fuera de tiempo y de lugar como real, en donde se habla mucho más rumano que español. Son rumanos. Ciudadanos de pleno derecho de la Unión Europea que residen en un país de la Unión Europea. Desheredados.
Aquí, donde no hay agua corriente sí hay microondas, una parabólica y una televisión que alimentan sus circuitos con mil cables, para transportar al interior de la endeble caseta imágenes de Bucarest. Donde no hay asfalto, hay lavadoras amontonadas. Donde no hay cuartos de baño, hay ratas en la superficie, a falta de alcantarillado. Y basura acumulada, muchísima basura. De la urbana, de la contaminante, de la industrial. Montañas de residuos. "Más que en el palo de un gallinero", diría el refrán, tan traído al caso.
El Gallinero nació hace poco más de un lustro y a su manera sigue viviendo la burbuja de la construcción. Aunque sea una construcción ínfima y letal, con chabolas que crecen a lo ancho, vertiginosamente, y sin visos de punto final. Así, creciendo, extendiéndose, se ha convertido en uno de los poblados chabolistas más grandes de la Unión Europea. Quizá el mayor. En un extremo de la Cañada Real, poniendo la guinda al camino de la pobreza más cruel de Madrid.
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