Imaginemos por un momento que las negociaciones políticas de los días pasados no hubieran tenido como objeto un pacto de investidura; que incluso no fuesen unos tratos políticos al uso tal y como los concebimos, sino un auténtico combate de pulso donde un candidato nóvel y voluntarioso hubiese tratado de doblegar a una vieja gloria convirtiéndola en un cúmulo de contradicciones. Sorprendentemente el novato, vencido de manera indiscutible por su esfuerzo, es el que al final habría visto reducido a una condición incongruente, deshecho en guiños a diestra y siniestra.

Imaginemos por un momento que las negociaciones políticas de los días pasados no hubieran tenido como objeto un pacto de investidura; que incluso no fuesen unos tratos políticos al uso tal y como los concebimos, sino un auténtico combate de pulso donde un candidato nóvel y voluntarioso hubiese tratado de doblegar a una vieja gloria convirtiéndola en un cúmulo de contradicciones. Sorprendentemente el novato, vencido de manera indiscutible por su esfuerzo, es el que al final habría visto reducido a una condición incongruente, deshecho en guiños a diestra y siniestra.
La imagen anterior es simplemente otra forma más de interpretar la actualidad política, pero sirve para enlazar dos acontecimientos que en apariencia se presentan dispares. Como consecuencia lógica del pacto entre el PSOE y Ciudadanos, la ubicación de Podemos a la izquierda de los socialistas. El partido liderado interinamente –ya que su posición como candidato en unas futuribles elecciones seguiría pendiendo de un hilo– por Pedro Sánchez ha capeado el temporal con una firme convicción como guía: pase lo que pase, por más crisis, decepciones y corrupción que haya, seguirá siendo un referente en la escena política. Así ha conseguido desalojar a Podemos de la centralidad del tablero, sumergiéndolo en las procelosas aguas de la oposición y la ingobernabilidad, al igual que el PP justo en el extremo contrario.
A diferencia de su contrincante socialista, Podemos no dispone de una estructura lo suficientemente consolidada
Sin embargo, desde el núcleo irradiador podemita se viene imponiendo últimamente una narrativa con la que explicar y justificar la gestión de los gobiernos municipales del cambio: la guerra cultural. No es el momento de entrar a cuestionar el nuevo marco mental que amenaza con imponerse en la nueva política, pero sí conviene resaltar que se está utilizando tanto para un roto –la polémica sobre los vestidos de los reyes en la cabalgata madrileña– como para un descosido –el procesamiento a una compañía de guiñoles–. Pese a sus resonancias bélicas, lo que viene a implicar la guerra cultural es el derrotismo: como se trata de no ponérselo fácil a la derecha, ciertas manifestaciones culturales y artísticas resultan contraproducentes por su mensaje agitador y ácrata.
Izquierda y derecha en un mismo pack. Mientras Pablo Iglesias recrudece sus ataques contra la traición del PSOE con el “partido del IBEX 35”, el partido se desliza por una pendiente distinta. Así parecen demostrarlo el discurso cultural que anima a un relevo entre élites políticamente responsables –de la Cultura de la Transición a la Cultura del Cambio–, la merma de medidas de signo que han resultado perturbadoras en términos sociales –como la política de memoria histórica del Ayuntamiento de Madrid, que finalmente ha sido relegada a un discreto segundo plano después de situar a la Cátedra de Memoria Histórica en el huracán mediático– o la recepción hostil por parte de los consistorios del cambio hacia las reivindicaciones laborales de sus empleados municipales, a quienes en Barcelona se reprocha que recurran a su derecho a la huelga acusándoles de estar instrumentalizados por la derecha.
A diferencia de su contrincante socialista, Podemos no dispone de una estructura lo suficientemente consolidada ni tiene un apoyo mediático incuestionable, así que queda por ver cómo digerirá tamañas contradicciones. Es cierto que a su favor sigue contando con el hecho de representar la peor pesadilla del régimen político. Empero, la intimidación no se encuentra encarnada por el eje populista bajo el antagonismo nosotros/ellos, al estar muy difuminadas las barreras entre los elementos antitéticos. Parece haber llegado el momento táctico en que Podemos reivindique la bandera de la izquierda frente a un volátil PSOE, aunque con eso acentúe unas contradicciones ya de por sí muy desarrolladas.
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