Bienvenido, Mr 'Marshall' Rohani

Qué están dispuestas a hacer las diplomacias europeas para atraer inversiones de países que violan los derechos humanos.

, es periodista
06/02/16 · 12:07
Las estatuas del Museo Capitolino fueron tapadas por iniciativa de la diplomacia italiana.

Cuando oyó los pasos de la delegación iraní acercarse, a su izquierda, ella quiso taparse. Libertina, impura, indecente. No le daría tiempo a cubrir todas sus vergüenzas. Con la mano izquierda, se cubrió el pubis, y con la derecha, parte del pecho. Pero no era suficiente. Si su piel no fuera de mármol, se sonrojaría, por indecorosa, obscena, impúdica. Ayer era admirada por miles de visitantes, que pagaban por ver su desnudo. Hoy, la cubrían con una vulgar caja de madera, la metáfora del burka. La vergüenza que siente por su desnudo la Venus Capitolina. O la abyección de Italia y la ofensa a los italianos.

Paradójicamente, mientras el Gobierno de Matteo Renzi tapa las estatuas desnudas de sus Museos para no perturbar al presidente iraní –algo que, al parecer, Hasan Rohani no exigió–, a su vez se destapa la polémica sobre los límites y las extravagancias de la diplomacia económica entre países de diferentes culturas y sistemas de gobierno de dudoso “honor”. Caminan siguiendo la trama de un Berlanga italiano, que frota la lámpara “aladina” en busca de riquezas orientales.

Tras varios años de sanciones y bloqueo internacional, Irán ha pasado de sufrir las “concertinas” diplomáticas a lo largo y ancho de sus fronteras, a desfilar por las recién desplegadas alfombras rojas de los países occidentales, deseosos de colocar a los hijos de Ciro sus Airbus, automóviles o “manzanas” mordidas de última generación. Los representantes italianos reverenciaban cada paso de la delegación iraní, siempre sin olvidar que entre su séquito estaban los grandes empresarios del país persa, que traían en la chequera 17.000 millones de euros para invertir.

Los representantes italianos reverenciaban cada paso de la delegación iraní, que traía en la chequera 17.000 millones de euros para invertir

Francia pareció más firme en sus principios –o tal vez, disimuló mejor–, y tuvo que cancelar la comida oficial con Rohani por negarse a retirar el vino de la mesa, como dicta el protocolo musulmán, alegando que no abandonarían sus “tradiciones republicanas”. Confiaríamos más en el chovinismo de las autoridades galas, de no ser porque todavía recordamos la privatización de la playa de Vallauris este pasado verano, para que el rey de Arabia Saudí disfrutase con sus esposas en la más absoluta intimidad. Y, más tarde, jugara con su nuevo armamento francés. El business hace extraños compañeros de cama.

Todo este asunto viene de lejos, de más allá de Rayo del Líder –el caballo que Gadafi regaló a José María Aznar– y de las cenas privadas que comenzaban con el cordero sacrificado según el precepto musulmán halal y terminaban con guitarra, cante, palmas y baile flamenco. O más allá de la “osadía” de Michelle Obama de tocar a Isabel II, la Reina de Inglaterra. Para extravagancias, tenemos una amplia sucesión de historias, cuentos y leyendas. Pero no solo estamos hablando de protocolo; hablamos también de “sumisión cultural” ante su majestad el dinero, castigando a la Venus Capitolina con un eclipse total. Algo completamente innecesario: la sociedad iraní, al margen de sus represores, ha dado muestras de estar muy deseosa de libertad. Los jóvenes quieren bailar canciones estadounidenses, vestir ropa occidental, consumir tecnologías avanzadas, beber Coca-Cola. Ocultar nuestra cultura para no irritarles no hace sino estancar aún más ese proceso.

Otra cuestión siempre abierta en nuestras sociedades postmodernas es si el fin del negocio justifica que nuestros dirigentes cierren los ojos y rindan pleitesía a países que vulneran los derechos humanos, ejecutan, encarcelan periodistas, etcétera. Paradojas de la vida. La sentencia de Aznar refiriéndose al desaparecido dictador libio fue ilustrativa: “Gadafi is an extravagant friend. But a friend”. A pesar de todo.

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