Kurdistán turco
Sirnak, ciudad sitiada

Para llegar a la intersección fronteriza entre Turquía, Siria e Iraq es necesario atravesar grandes extensiones de terreno prácticamente yermo. Nada hace presagiar la entrada en la zona de conflicto, pero una somera mirada aprecia que las banderas con la medialuna turca y el rostro de Atatürk se van reduciendo.

, Sirnak (Turquía)
31/01/16 · 8:00
La ciudad de Sirnak / Pablo Fernández Fernández

Un profesor pregunta a sus alumnos cuál es el lugar más al este en el que han estado. "Adana", responde uno. En un país inmenso, esa parada final está, en realidad, en el medio de Turquía y sólo al final de Asia Menor.

Un vídeo de una muerte en Youtube. Otro más que añadir a la barbarie que llega por las pantallas de Fahrenheit 451. Los vídeos de París tenían miles de visitas, los de Ucrania bastantes menos. Éste, casi ninguna. A pesar de que es público, no ha ocurrido. Simplemente, no era suceso.

Para llegar a la intersección fronteriza entre Turquía, Siria e Iraq es necesario atravesar grandes extensiones de terreno prácticamente yermo. Nada hace presagiar la entrada en la zona de conflicto, pero una somera mirada aprecia que las banderas con la medialuna turca y el rostro de Atatürk se van reduciendo, y en los núcleos urbanos aparecen más carteles de los habituales del HDP, el partido prokurdo. No es un geografía fácil, si Turquía se asienta sobre una Anatolia montañosa, las cimas en el Este llegan a serlo todo. Son esas montañas, las que se miran y se ve otro mundo. A las que se puede ir, y tal vez no regresar, un camino ya tomado por multitud de jóvenes. Pero, como si fueran ganando terreno, la sensación que se vive en los picos vuelve a bajar a las ciudades. "Como en 1992", dice uno de los habitantes. Y al otro lado se encuentra el pleno horror, con el ISIS cerca y sin prácticamente ayuda exterior.

Tras la histórica ciudad de Mardin, literalmente transportada mil años, multitud de controles militares aparecen cada poco tiempo. Después, la carretera cruza Cizre, ciudad fronteriza que recientemente padeció un toque de queda y dejó multitud de muertos. Nadie podía entrar ni salir, los primeros los periodistas. Fue uno de esos momentos en los que la barbarie, reservada a las cordilleras, bajaba a las ciudades. Las montañas son el hogar del PKK, la guerrilla kurda, donde adiestra y tiene toda su actividad, en plena frontera. Como respuesta, el Ejército turco llega a quemar hasta diez veces al año extensas zonas para ir reduciendo su espacio vital, sobre todo cerca de las carreteras. Es la última parada antes de Sirnak, otra ciudad entre montañas, construida prácticamente sobre una.

La economía se encuentra severamente dañada. El petróleo no está demasiado lejos, sobre todo en la zona de Iraq bajo control del gobierno autónomo kurdo, pero al otro lado de las montañas nada llega, tal vez justamente por estar demasiado cerca de los recursos. Entonces cada cual busca una manera para sobrevivir, y el contrabando aflora. Desde Mardin un chico pagaba al conductor de autobús de una pequeña compañía para transportar marihuana a las ciudades del Oeste. Poco tiempo antes de escribir estas líneas el Ejército paró el vehículo y, a pesar de que no lo encontraron de primeras, sabían lo que buscaban. Alguien había dado el soplo.

"Se repite la misma historia que en 1992". Es una fecha señalada para Sirnak, cuando los tanques llevaron la violencia a su máxima expresión. Veintitrés años más tarde el Ejército vuelve a estar desplegado. La enorme inclinación de la carretera no impide ver un gran hotel a la entrada. En él se alojan multitud de policías, con pista de tenis y piscina, pero a ninguno se le ve haciendo uso de las instalaciones. Justo detrás se entra de lleno en la ciudad.

De allí había partido Haci Lokman Birlik, del que su amigo Ibrahim dice que siempre sonreía, aunque suene a cliché. Uno de los jóvenes que fue empujado a subir a las montañas, motivado tras pasar dos años en la cárcel por pertenecer a un pequeño partido político, ilegalizado por intentar ser un brazo parlamentario del PKK. Tras varios meses de entrenamiento militar, bajaba para volver a reunirse con su familia. Allí, en la oscuridad, donde la verdad se pierde de vista y las versiones se contradicen, fue avistado bajando por el camino de la montaña. De noche, ninguna duda cabía.

Un día especial

La megafonía comienza a atronar. Una persona ha muerto, y en muestra de respeto la población ora por su alma. La comunidad kurda está completamente unida y la religión y la tradición está más presente en lo cotidiano. El velo es común y el hombre carga con el trabajo productivo. Las condiciones de vida son duras, el único lugar de ocio es el café, una imagen que traslada al Orán descrito por Albert Camus. El ambiente es una tensa calma del que sabe que el caos va a volver, y el momento actual es sólo pasajero. El futuro está en punto muerto.

Por ello, hoy es un día especial. Un compañero del barrio se casa, y van a celebrarlo a un piso después de la ceremonia. Antes, la madre de Ibrahim prepara una contundente cena, de la que decir que no es un irrespetuoso gesto cuando la hospitalidad es bandera. Su hija la deja sobre el suelo mostrando unos llamativos ojos grisáceos. En la televisión suena una declaración política, y la familia comienza a hablar del partido.

Llueve y ya no hay nada abierto, al llegar al piso un par de hombres despedazan una gallina. Dentro, a pesar de estar lleno, cada cual está más abrigado. La explicación se encuentra en la siguiente habitación. Al lado de la pared, el flamante marido está custodiado por sus dos padrinos, armados con una especie de látigos. Delante, una pequeña multitud se va ofreciendo para recibir varios golpes con ellos, en una muestra simbólica de lo que están dispuestos a ofrecer por el casado si es necesario. Más tarde, le dejan dinero en su elegante chaqueta. Los ojos de muchos de ellos comienzan a mostrar una creciente borrachera, bastantes de los cuales tienen el mismo llamativo gris, orgullosos como un tesoro. Con la borrachera comienzan las confesiones de la confianza. "Por eso estamos tan unidos". No pocos son milicianos. "No digas Kurdistán", se escucha de repente. Si el viajero prueba a decirlo a lo largo del país se encontrará con más de un problema. Y allí se encontraba un turco, lo cual era altamente improbable. Varios lo escuchan, y a pesar de que no pasa nada, los ojos reflejaban una creciente hostilidad.

Dilan es una militante del HDP, el partido. Tiene los mismos ojos, y té en mano admite su preocupación por lo que pueda pasar en la ciudad, y también por el ISIS, más allá de las montañas. "Ellos no son el islam. No puedes matar, lo dice el Corán", defiende. Además, enfatiza en la posición de práctica esclavitud de las mujeres, mientras que en Sirnak "seguimos al servicio del hombre".

"Por favor, ayudadnos", dice una señora. Atravesando varias barricadas, se llega a su casa. Hace tres semanas la calle de su casa era zona de guerra directa. Su gente le dice que se vaya, pero responde que no tiene a dónde ir. Lonas azules cubren las calles para protegerse de los francotiradores, sobre todo en los cruces. Una gran foto de un niño de 15 años que murió poco tiempo atrás en un combate preside la primera intersección.

¿Quieres pesarte?". Los niños salen a la calle buscando cualquier manera de ganar algo de dinero, una de las imágenes más habituales a lo largo y ancho del mundo. Otros rodean y se divierten con los extraños, esos que hablan otros idiomas. Al mismo tiempo, varios jóvenes empiezan a impacientarse y a ponerse nerviosos. Son miembros de las YDGH, la milicia presente en la ciudad.

Ibrahim recuerda a su amigo Birlik. Es extremadamente complicado encontrar a alguna persona que no tenga ningún drama familiar. En 1992 sus dos hermanas murieron en extrañas circunstancias. Él tenía dos años y ahora lamenta que le falten los recuerdos nunca adquiridos. Después de eso, su madre decidió gastar prácticamente todo para mandarlo a estudiar en el extranjero y en una ciudad del oeste, lejos de todo. Ibo, como le llaman cariñosamente, estudió Farmacia y quiere realizar el camino a la inversa: abrir una farmacia y ofrecer recursos de primera necesidad en su ciudad natal.

En Turquía el servicio militar es obligatorio, salvo que seas rico. Por la modesta cantidad de 18.000 liras turcas una persona puede obviar el paso por los cuarteles. Si no, se paga con la dedicación de un año. Ello, unido al papel fundamental que siempre ha tenido el Ejército desde la creación del Estado, hace que éste sea una preocupación colectiva. Y aunque para entrar en conflicto directo hace falta ser profesional, nunca se está seguro. Así, los soldados se estremecen ante las consideradas tácticas terroristas. Casi la totalidad de los militares o policías que fallecieron fueron a causa de la colocación de bombas, y acusan al PKK de extorsiones e impuestos revolucionarios y de tráfico de armas y drogas como la heroína o, especialmente, el bonzai. Esta droga es un cannabinoide sintético barato bastante más peligroso que la propia heroína, que se propagó drásticamente por todo el país debido a su bajo precio, afectando también a numerosos colectivos de jóvenes kurdos. En la ciudad se sienten inseguros, siempre en alerta, acusados por la población que les repudia. No olvidan, tampoco, la muerte de personas que nada tenían que ver con el conflicto una década atrás, de las que el líder del PKK en la cárcel, Abdullah Öcalan, dijo que no podrían volver a producirse bajo ninguna circunstancia.

La transformación del Imperio Otomano en Turquía convirtió la calma con la que podían vivir las minorías en una relación tortuosa, con los casos armenio y kurdo a la cabeza. Sin embargo, en los últimos años se produjeron avances significativos para la cultura de este pueblo indoeuropeo. Existe un canal de televisión en kurdo y las prohibiciones de publicar libros o estudiar en lengua kurda no existen. Pese a ello, lo consideran parches frente a una solución definitiva con una configuración del Estado diferente.

“El Gobierno no debe negociar con el PKK”, dice un estudiante de Izmir. "La solución pasa por dentro del Estado, pero a la vez que lo combaten, lo necesitan, como a las fuerzas del orden en cuestiones civiles". Esgrime, además, que Turquía abrió sus fronteras a refugiados cuando fue necesario en el inestable Oriente Medio. "Es una zona pobre, y la mayor parte de los recursos provienen del oeste. Tenemos mayor carga en la producción de electricidad o son muchos los profesores que llegan desde otras zonas". Aunque las primeras plazas adjudicadas para los maestros son siempre en las zonas más tranquilas. Recientemente Ocalan envió una carta desde su prisión en la que llamó a la paz dentro de la Constitución, junto con diez puntos de reformas, como construir otra configuración territorial. Pero deponer las armas en un espacio donde cada vez hay más agentes militarizados se antoja complicado.

Mientras, los padres y madres conviven con la impotencia, luchando para que no se transforme en apatía. Tras la muerte de Birlik queda el dolor del padre que mantiene la compostura e intenta impartir alegría a sus hijos, pese a todo.

Dos semanas después murieron otras dos personas, un miliciano kurdo y un soldado, tras estallar una bomba en la carretera. Y a la mañana siguiente, Ibrahim va a hablar con un farmacéutico. Ya estuvo a sueldo el año anterior. Ahora está más cerca de abrir la farmacia.

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