Cinco años después de la caída de Ben Ali y el inicio de la primavera árabe, el 14 de enero de 2011, Túnez se enfrenta a una cada vez mayor amenaza yihadista.

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Según un informe de la consultora The Solfan Group, la cifra de voluntarios tunecinos que se han alistado para ir a luchar en Siria e Iraq desde 2012 ya asciende a cerca de 6.000 personas, lo que convierte a este pequeño país magrebí en una de las principales canteras del autodenominado Estado Islámico. Por ejemplo, otros países con un mayor número de población, como Marruecos o Arabia Saudí, han aportado menos combatientes.
La prominencia de Túnez en los circuitos yihadistas es toda una sorpresa, pues es el país árabe en el que la religión juega un menor papel en la vida pública. Para intentar explicar esta paradoja, Diagonal ha conversado con el analista Sergio Altuna, joven originario de Logroño especializado en temas de seguridad residente en Túnez desde hace cinco años.
¿A qué se debe este volumen de emigración a Siria e Iraq?
Qué duda cabe de la complejidad de la cuestión; para dar explicación a dicho fenómeno es necesario analizar múltiples factores. De hecho, algunos de los motivos son compartidos con otros países de la región, aunque no todos. En primer lugar, después de la revolución se produjo una amnistía de centenares de presos yihadistas vinculados a Al-Qaeda. Asimismo, el primer gobierno postrevolucionario intentó integrar al islamismo más radical en el juego político democrático. Los nuevos gobernantes habían sido represaliados durante el régimen de Ben Alí y no querían ser etiquetados como liberticidas y represores, sino que adoptaron un enfoque integrador para todas las corrientes de pensamiento. Por esta razón, grupos radicales como Ansar al-Sharia pudieron construir libremente unas potentes redes sociales cimentadas sobre el control de mezquitas, el control de espacios públicos, la prestación de servicios sociales, etc., al tiempo que orientaban parte de sus esfuerzos al envío de voluntarios a zonas de conflicto. Además, el islamismo en general, pero también su vertiente salafista yihadista, se beneficiaron de una cierta simpatía por parte de la población al tratarse del grupo más reprimido por la dictadura.
¿Cómo afecta el contexto socio-económico?
Es importante. Túnez tiene un grave problema de paro juvenil. Miles de jóvenes, muchos de ellos con títulos universitarios, sienten que el futuro no les ofrece ninguna expectativa. En cambio, los grupos yihadistas tienen la capacidad de ofrecerles un trabajo, una causa, la posibilidad de ser alguien en la vida.
Estos factores están también presentes en otros países árabes. ¿Cuál es el exclusivo de Túnez?
La falta de cultura religiosa de una parte importante de la población, sobre todo la juventud. La voluntad de erradicar el islam de la vida pública y el hecho de imponer una religión de Estado y difundirla a través de las mezquitas provoca que muchos jóvenes no tengan ningún tipo de formación religiosa, lo que facilita el camino a los grupos que hacen una lectura sesgada del Corán para justificar la violencia. En otros países, como Egipto, la existencia de movimientos ultraconservadores no yihadistas ha permitido absorber una renovada necesidad de religiosidad y amortiguar el impacto de esta nueva ola de fundamentalismo. En Túnez, los yihadistas tenían el campo libre.
Su principal competidor en la esfera islamista es el partido Ennahda. ¿Cuál ha sido su papel ante el ascenso del yihadismo?
Hasta finales del 2012, después del ataque a la embajada estadounidense, el Gobierno liderado por Ennahda no otorgó a la amenaza yihadista demasiada importancia. Algunos críticos consideran que es por afinidad ideológica, pero no es así. Ennahda es uno de los partidos islamistas más moderados de la región. Precisamente, el hecho de que en la sociedad tunecina el islamismo sea minoritario y que Ennahda haya aceptado el estado laico también explica que muchos jóvenes se fueran a Siria a luchar. En otros países preferían quedarse en su país, la consecución del Estado islámico se veía al alcance de la mano, mientras que en Túnez era una quimera.
La existencia de un vecino como Libia sumido en el caos no ayuda. ¿Qué te parece el acuerdo de paz patrocinado por la ONU?
No está nada claro que ese acuerdo cuente con legitimidad suficiente en Libia, pues se ve como una imposición extranjera –de donde proceden tanto su reconocimiento prematuro como la mayor parte de sus apoyos–, y en el país las injerencias de fuera son percibidas con recelo. La premura y la falta de apoyos con la que nace este acuerdo pueden hacer que acabe por convertirse en un tercer gobierno en vez de reemplazar –como es su objetivo– a los dos gobiernos actualmente existentes. Las próximas semanas serán claves para ver cómo se posicionan frente al acuerdo personalidades clave como el muftí, el general Hafter, Ibrahim Jadhran y sus brigadas federalistas para la protección de las instalaciones petrolíferas, etc. La mayor parte de los desafíos a los que el país deberá enfrentarse a corto y medio plazo, como la desmovilización de las milicias, requerirán acuerdos de base amplia.
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