América Latina
Exclusión social: el color de piel equivocado

Doscientos millones de indígenas, afros y descendientes de asiáticos sufren una herencia de exclusión social y cultural.

, Diagonal
14/01/16 · 8:00
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Un tercio de los habitantes de América Latina son indígenas, negros o descendientes de asiáticos. / David Fernández

Negro, indio, mono, chino, grone, groncho, cholo, zambo... No sólo en los insultos, sino también en los dichos populares, sobrevive la colonia en América Latina. “Indio, mula y mujer, si no te la ha hecho, te la va a hacer”, es una de las tantas frases de la “semántica del desprecio” que recoge el periodista Paco Gómez Nadal en las primeras páginas de su reciente libro Indios, negros y otros indeseables (Milra­zones, 2015).

No hay estadísticas fiables, pero las aproximaciones coinciden: en América Latina y el Caribe viven actualmente entre 180 y 200 millones de indígenas, afros y descendientes de asiáticos, en total un tercio de los habitantes de la región. ¿Cuántos de ellos se encuentran entre los 169 millones de latinoamericanos que el Centro Latino­ame­ricano y Ca­ribeño de Demografía clasificó como pobres en 2012?

Para Gómez Nadal, “sólo hay que caminar América Latina y el Caribe para constatar que los obreros más empobrecidos, los campesinos más marginalizados, los trabajadores más excluidos o las personas de­sempleadas sin futuro suelen ser, en su mayoría, de ascendencia indígena o afrodescendiente”.

“No hay vuelta atrás en la base. En Bolivia es difícil que los indígenas vuelvan a mirar al piso”, dice Gómez Nadal
Precisamente a caminar –y contar– América Latina es a lo que se ha dedicado Paco Gómez Nadal en las últimas dos décadas, de cronista del conflicto colombiano en los años 90 a ser expulsado de Panamá en 2011 por “instigar movimientos de protesta de indígenas”, según palabras del Gobierno del país.

La idea del libro surge, según reconoce a Diagonal, de un intento de dar sentido a todas esas “instantá­neas” tomadas a lo largo del continente. Una conexión que este periodista identifica en la discriminación que sufren 200 millones de latinoamericanos, una exclusión que “se deriva del modelo de conquista y del modelo de colonia que se perpetúa, que pasa inicialmente por un sistema muy básico, muy medieval, a uno más sofisticado”. La exclusión política, la exclusión social, “refinada, casi fantasmagórica”, sigue estando ahí, y lo atraviesa todo, afirma.

Para Gómez Nadal, hay un concepto fundamental para entender cómo funciona el racismo en Amé­rica Latina: la colonialidad o, dicho de otra forma, lo que deja la colonia una vez que ya no ejerce el control territorial, su herencia en la forma de pensar, de organizarse, de actuar. “Quien diga que en América Latina no se desprecia a los indígenas, a los afros y a los asiáticos está mintiendo. Es un desprecio estructural, visceral. Es un racismo muy antiguo. Ni siquiera es el racismo del siglo XIX. Es un racismo de sangre”. Pero no sólo queda el racismo de la estructura colonial, sino también un reparto colonial del trabajo, en donde las antiguas colonias continúan dedicándose a distintos tipos de monocultivo y a la extracción de recursos naturales.

Otra de las herencias de la colonia es la íntima relación entre clase social y color de piel. “Si tienes el color de piel equivocado en América La­tina, que le pasa a casi todo el mundo, tienes todas las posibilidades de ser pobre”, dice.

El nudo racista

Mucho se ha hablado sobre el significado del 12 de octubre de 1492. Para muchos es el inicio de la modernidad. Para Gómez Nadal es el punto de partida del capitalismo contemporáneo. En el Caribe colonial y las colonias norteamericanas, señala, se desarrolló el modelo de las plantaciones, un sistema basado en el tráfico esclavista donde “se experimentaron todos los modelos de contratación y todos los modelos de segregación para generar enfren­tamientos de clase”.

Para este periodista, junto con el dominio de los hombres sobre las mujeres, el racismo es otra de las claves que permiten explicar el triunfo del capitalismo actual. El discurso racista fue especialmente necesario para “generar categorías de trabajadores”, algo indispensable para el modelo de producción nacido en las plantaciones. Enten­der Europa sin el esclavismo es imposible, afirma Gó­mez Nadal. “Había que generar todo un discurso para justificar una infamia moral. Si ves las actas del Parlamento británico en el siglo XIX es un escándalo, justificaciones y justificaciones para que se se pueda tratar a personas como animales, como bienes muebles. Y todo para ganar más dinero. Hay una declaración magnífica en la que un parlamentario británico viene a decir que saben que lo que están haciendo es deleznable, pero que el beneficio es tan grande que hay que aguantarse los valores éticos. Esto es el capitalismo: sabemos que es terrible expulsar a la gente de sus casas, pero chicos, es la legalidad vigente”.

Lo que no se ve

A lo largo de la historia latinoamericana, distintos gobiernos han intentado “blanquear” su población, ya sea mediante auténticos genocidios, como en Guate­mala, o por métodos estadísticos. Según el censo de 1993, en Perú vivían 8,7 millones de indígenas; en 2007, la cifra había caído hasta los cuatro millones. “¿Fueron abducidos 4,7 millones de personas?”, se pregunta Gómez Nadal.

Tras décadas de ocultamiento, la década de los 90 inauguró un nuevo método: la autoidentificación. Sin embargo, la negativa a autoidentificarse como miembros de comunidades históricamente excluidas también ha servido para meter debajo de la alfombra estadística a millones y millones de personas.

Sin embargo, la “apasionante década de los 90”, atravesada –sobre todo en sus últimos años– por movilizaciones populares, levantamientos indígenas y afros, ha ayudado a cambiar el panorama.

Así ocurrió en Colombia. Hasta 1993, las estadísticas oficiales contabilizaban 600.000 afrodescendientes. En 2001, el titular del diario El Tiempo sorprendió a muchos colombianos: “Son diez millones y medio”. De repente, el 26% de la población de Colombia se había con­ver­tido en negra. De todos ellos, el 80% vivía en la pobreza.

Algo parecido ocurrió en Brasil: en el censo de 1991 se hablaba de 294.000 indígenas. En 2012, la cifra había crecido más del 200%, hasta llegar a los 900.000. Y en Bolivia, el cambio en la autopercepción fue aún más radical: en 1996, el 12% de los bolivianos se autoidentificaba como indígena; en 2001, ya era el 62% de la población la que afirmaba pertenecer a algún pueblo originario. ¿Qué había ocurrido en esos cinco años? Una serie de alzamientos desde el altiplano y la selva que levantaron el orgullo de ser indígena.

“Donde no hay vuelta atrás es abajo”, sostiene este periodista, creador del portal Otramérica. “En Bolivia o en Venezuela, lo que se ha generado en la base es tan potente, es tan de orgullo, y no sólo étnico sino territorial, de barrio, de clase, que no tiene vuelta atrás. En Bolivia es difícil que los indígenas vuelvan a mirar al piso. Quien ha conocido Bolivia antes y ahora es lo primero que le llama la atención. Pero las estructuras de poder no se han tocado, y eso es triste”.

Frantz Fanon y la internalización del racismo

Para entender cómo es posible que el racismo se extienda también entre quienes lo sufren, Gómez Nadal recomiendo una lectura: Piel negra, máscaras blancas, de Frantz Fanon. “Igual que la colonia deja una estructura colonial del poder –lo que se llama ahora la colonialidad–, lo que deja la colonia una vez que deja el control territorial es un modelo de jerarquía de poder, un modelo de jerarquía del saber y un modelo de jerarquía del hacer. Aunque se haya ido la colonia, ha dejado instalado un modelo de solución de conflictos, un modelo de convivencia, que es un modelo excluyente, vertical. Y eso no pasa sólo en América Latina”, dice Gómez Nadal.

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