Los fantasmas de la nueva y la vieja España

El fin del bipartidismo, tan anunciado y celebrado por muchos, ya ha llegado. ¡Bienvenidos al futuro!

, periodista
22/12/15 · 13:09
Diada Nacional de Catalunya, el 11 de septiembre de 2014 / Teresa Grau Ros

El fin del bipartidismo, tan anunciado y celebrado por muchos, ya ha llegado. ¡Bienvenidos al futuro! Si bien es cierto que Ciudadanos se ha deshinchado a última hora y que el PSOE ha resistido el asalto de Podemos por el segundo puesto, también lo es que el sistema de partidos ha mutado, al menos, para los próximos años. Los llamados emergentes sacan sus mejores resultados en las regiones más dinámicas del Estado y en las grandes ciudades, siempre en la vanguardia del cambio social.

No obstante, curiosamente, al mismo tiempo que nace la nueva España, resucitan los viejos demonios seculares, pero eso sí, amortiguados gracias a varias décadas de crecimiento económico y modernización. Ya no dan miedo. España, casa encantada de parque de atracciones. Con este empate entre bloques, derecha e izquierda, las urnas del 20D han deparado un nuevo duelo de las dos Españas eternas de Machado. Vuelve la inestabilidad de la Segunda República. Superados los debates sobre la reforma agraria y el rol de la Iglesia, renace con fuerza la “cuestión nacional”, sobre todo la catalana, siempre la más peliaguda. Anestesiada por el trauma de la guerra civil y la “conllevancia” de Pujol y Felipe, nunca fue resuelta.

Por más empate que haya entre bloques, si hoy España se antoja (casi) ingobernable es a causa del conflicto con Cataluña. La bisagra vasca del PNV, hoy nacionalista halal, es demasiado pequeña. La catalana está rota, fuera de juego. La condición que pondrán tanto ERC como Democracia i Llibertat (nueva marca de la vieja CiU) para involucrarse en la gobernabilidad de España es la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Fue posible en Escocia, también en Canadá, pero parece imposible en España. En la nueva y en la vieja.

Ciertamente, la fuerza más ascendente, Podemos, apuesta por el referéndum. Hay que reconocer y admirar la valentía de Pablo Iglesias en su desafío del nacionalismo español, siempre hegemónico bajo la piel de toro. Esperemos que el adalid de “la nueva política” sea sincero, y todo esto no se trate un simple farol para sobresalir en unas elecciones generales, como hizo Zapatero en 2004. Sea como fuere, los otros tres grandes, PP, PSOE y Ciudadanos, no quieren ni oír hablar de un hipotético referéndum. No habrá bisagra catalana, ni para Rajoy ni para Pedro “el guapo”.

Así las cosas, o se resuelve el contencioso catalán (de una forma u otra) o España será difícilmente gobernable. A menos que el PSOE decida enterrar el eje izquierda-derecha. Desde que se asentó el bipartidismo a principios de los 90, de las siete elecciones celebradas, tan sólo en dos hubo mayoría absoluta, en 2000 y 2011. Y lo fue bajo situaciones exepcionales, a saber, el hundimiento del PSOE de Felipe González por la corrupción y la gran depresión de 2010.

En el resto, casi siempre fue necesaria la bisagra catalana. Con el final del bipartidismo, las opciones de nuevas mayorías absolutas es mucho más remota, y la bisagra catalana más necesaria que nunca. La malaise catalana contamina y contagia el sistema político español, lo que amenaza con corroer sus instituciones.

Si los grandes partidos españoles se niegan a buscar una salida a la escocesa, al menos deberían proponer una alternativa para el encaje, ni que sea temporal, del principal motor económico del país. Pero que no pierdan el tiempo con propuestas como la de Carme Chacón --llevar el inútil Senado a Catalunya--. O bien se diseña un sistema confederalizante --con pacto fiscal incluido--, o no veo cómo van a convencer a la nueva CiU de que renuncie a su proyecto independentista y retorne a su rol de bisagra.

Una mayoría de la ciudadanía y de la opinión publicada española anhelaba el fin del bipartidismo. Pues bien, ya lo tenemos aquí. Y llega en un pack con su más incómoda consecuencia, el riesgo de ingobernabilidad. Y ahora la pregunta es: ¿está la sociedad de la nueva España preparada para digerir las consecuencias directas de sus propios deseos? ¿Tenemos políticos capaces de jugar en un nuevo tablero, de características florentinas? Lo veremos los próximos meses. A corto plazo, solo veo dos opciones: repetir las elecciones o una gran coalición PP-PSOE --o sea, un harakiri del PSOE--. Y a medio, o se soluciona el conflicto catalán, o España caerá en una inestabilidad crónica.

PD: el error de Pablo Iglesias al ningunear a IU y negarse a hacer un pacto de unidad popular es de aquellos garrafales por obvios. Lo advertía la situación en la Comunidad de Madrid. ¿Lo remediará en unas nuevas elecciones?

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