Un ciclo eterno de intervenciones, dictaduras y yihadismo.
inforelacionada
No se pueden abordar con serenidad y realismo los atentados de París ni la lucha contra el ISIS sin recordar, de entrada, que la mayor parte de las víctimas del yihadismo y la mayor parte de los que lo combaten están en Siria e Iraq y son musulmanes; y que los autores del crimen atroz de Francia del 13 de noviembre son franceses o belgas y, en cualquier caso, europeos. Esto quiere decir que, a la hora de buscar responsabilidades, es importante fijar la atención en los factores locales y no sólo en los globales.
En este sentido, señalemos que en Iraq y Siria los responsables originales sobre el terreno son, respectivamente, la invasión de EE UU de 2003 y la dictadura de Bachar Al-Assad, a la que se añaden después, en uno y otro país, las políticas sectarias del Gobierno proiraní de Al-Maliki y la financiación por parte de Arabia Saudí y otros países del Golfo de los grupos yihadistas opuestos a la dictadura siria. En Francia y en Europa, la responsabilidad corresponde al fracaso de las políticas de integración, a la islamofobia alimentada por políticos, medios de comunicación e intelectuales de prestigio y a una política exterior basada en la venta indiscriminada de armas y en alianzas geopolíticas incompatibles con la defensa de los derechos humanos y los “valores universales”.
Más nihilista que religiosa
Al mismo tiempo, hay que recordar que, en realidad, el horrendo crimen de París ha introducido un elemento emocional muy intenso, pero ninguna novedad efectiva. El yihadismo lleva muchos años atentando –desde el 11S de 2001– en ciudades occidentales y, sobre todo, africanas y medioorientales. Si la aparición del ISIS, rama desgajada de una organización nacida en 2006 a partir de una escisión de Al-Qaeda, constituye una novedad es porque en 2011, en pleno estallido de las revoluciones “árabes”, se la creía agonizante; porque es más occidental y nihilista que “oriental” y religiosa, y porque a partir de agosto de 2014 controla partes importantes del territorio sirio e iraquí. Hay que recordar asimismo que la reacción belicosa y contraproducente del Gobierno francés, al contrario de lo que puede hacer creer la alharaca mediática, altera poco su política exterior. Francia, como España, forma parte de la coalición internacional que bombardea Siria e Iraq desde hace un año (8.000 ataques) y, si ha intensificado sus bombardeos en las dos últimas semanas, éstos habían comenzado ya en septiembre.
Aparte de los kurdos y el Ejército Libre Sirio (junto a otros grupos rebeldes), en Siria nadie está combatiendo de verdad al ISIS. Hay como una ficción de “unidad frente al yihadismo”, mientras que, sobre el terreno, todas las partes implicadas se dedican más bien a revolotear, las unas contra las otras, para defender sus propias agendas. El régimen sirio, causante de ocho de cada diez víctimas civiles, sólo ha dirigido un 6% de sus ataques al Estado Islámico; Rusia sigue bombardeando sobre todo milicias rebeldes (en Idlib y Alepo) lejos del territorio yihadista; Turquía está mucho más pendiente de los kurdos y, frente a ellos, da toda clase de facilidades a los seguidores de Al-Baghdadi; Arabia Saudí los ha armado por vía interpuesta y además se apoya en ellos en su guerra yemení contra los hutis; y EE UU, según han denunciado los propios rebeldes sirios, ayudó poco en Kobane y sólo ahora comienza a destruir los transportes clandestinos de petróleo de la organización terrorista. Todos están buscando afianzar sus posiciones en la mesa de negociación y lo hacen de la manera más peligrosa (como lo prueba el derribo del avión ruso el 24 de noviembre y la respuesta de Putin), con avioncitos de guerra, bombardeos indiscriminados y declaraciones incendiarias.
No hay nada nuevo y eso es lo malo. Vivimos un inquietante déjà vu, un atroz día de la marmota en el que sólo los muertos son distintos e irrepetibles. La reacción de Francia, sus discursos y decisiones, se inscriben, en efecto, en la continuidad rutinaria que inauguró George Bush en 2001, con sus intervenciones en Afganistán e Iraq, fuente de tantas escaladas terroristas y tantos retrocesos democráticos. El paréntesis esperanzador de las llamadas “primaveras árabes”, cerrado por golpes de Estado y conflictos sectarios inducidos, deja lugar a una reactivación del ciclo eterno –intervenciones, dictaduras, yihadismo radical– en el que llevan décadas atrapados los pueblos de la zona y contra cuya maldición se rebelaron en 2011.
“Desorden global”
Algo, sin embargo, ha cambiado. La debilidad de EE UU ha generado un “desorden global” en el que, por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, aliados y rivales se han emancipado de su hegemonía e imponen sus propias agendas. Es ese mismo desorden el que ha propiciado el fin de las fronteras de Sykes-Picot y el control sin precedentes de un territorio por parte de una organización terrorista. Pero, atención, no estamos en guerra. Hay, por un lado, una guerra civil en Siria de cuyo desenlace pacífico y –más o menos– democrático depende la derrota del Estado Islámico; eso implica acabar, al mismo tiempo, con Bashar Al-Assad y con la financiación saudí de los grupos yihadistas. Hay, por otro lado, un problema de terrorismo multinacional que debe ser combatido con coordinación policial, políticas de integración y al margen de todo “populismo penal”, por citar la expresión de la jueza Victoria Rosell.
Pero ni España ni Europa están en guerra. ¿Guerra contra quién? Los paralelismos con el Iraq de 2003 son, en este sentido, incongruentes y sólo favorecen a los que, como Aznar y sus secuaces (incluidos Le Pen y Rivera), tienen una misma y única respuesta para todos los problemas: matar gente en otros países y hacer más vulnerables a sus propios ciudadanos. A eso hay que decir NO siempre; ahora, desde luego, lo mismo que hace un año.
No estamos en guerra, salvo que los revoloteos en Siria e Iraq de unos contra otros acaben oponiendo la OTAN, no al Estado Islámico, sino a los rusos. Lo que tenemos es ya bastante grave, pero eso sería aún más grave, tan grave que todas las partes harán lo posible por evitarlo. Recordemos, en todo caso, que ninguno de los gobiernos que revolotean sobre Siria e Iraq está interesado –y esto es lo verdaderamente trágico– en la democracia y la libertad de los que mueren abajo.
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